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Mujeres en el arte, ¿por qué su nombre ha quedado en la oscuridad?

Por siglos las mujeres fueron relegadas del mundo del arte y pocas fueron las que conquistaron este ámbito

Por Viridiana Miron

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Ya lo decía la escritora británica Virginia Woolf en su libro ‘Una habitación propia’: «Me aventuraría a decir que Anon, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer». Y es que en la historia de la humanidad -y también de las artes- las mujeres han quedado rezagadas y limitadas a expresarse a través de la escritura, pintura, escultura o música.

Fue la misma Woolf quien creía que una mujer con gran talento que hubiera nacido en el Reino Unido del siglo XVI «se hubiera vuelto loca», pues en aquella época no era posible que una chica tomara sus cosas para ir a buscar suerte a la gran ciudad, colocarse entre los artistas y esperar ser recibida por algún director o actor «sin que ellos representara una gran violencia».

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Las condiciones culturales y sociales para hombres y mujeres ha sido muy dispar y por esta razón las mujeres han tenido que luchar contra barreras que los hombres nunca han tenido que enfrentar. El matrimonio, por ejemplo, ha representado en muchas ocasiones uno de estos obstáculos. En 1882, de acuerdo con la ley inglesa de Propiedad de la Mujer Casada, cuando se contraían nupcias, el marido poseía automáticamente todas las propiedades de su esposa y no existían garantías que la protegiera en ningún sentido, eso significaba que si una mujer casada tenía interés en generar arte, dependía completamente de la autorización del esposo para hacerlo e incluso, si se le hubiera concedido el permiso para perseguir sus ambiciones, la mujer no habría podido desarrollarse en este ámbito completamente, ya que por «tradición» ella era la responsable de criar a los hijos, cuidar la casa, apoyar al esposo y mantener la posición social y de respeto de la familia.

Así, históricamente hemos concebido a los hombres como los mayores expositores de obras de arte; sin embargo, dentro de ese mar de nombres masculinos existieron algunas mujeres que deberien cambiar su identidad para abrirse espacio en las artes. Quizá el caso más popular en el siglo XXI es el de la ahora multimillonaria y multiplremiada escritora inglesa Joanne Rowling, autora de la saga de Harry Potter, quien por sugerencia de sus publicistas cambió su nombre a J.K. Rowling con el fin de llegar a más lectores, ya que el gremio editorial sigue considerando que la mayoría de los lectores no comprarían literatura firmada por una mujer. Rowling tiene otro alias masculino, el de Robert Galbraith, que ha usado para la publicación de otro tipo de novelas.

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Para algunas escritoras del siglo XIX firmar con un seudónimo masculino era la única forma de lograr ser publicadas y leídas. Este fue el caso de las también inglesas hermanas Brontë. Cuando la mayor de ellas, Charlotte Brontë, autora de ‘Jane Eyre’ buscaba una oportunidad para publicar sus poemas, envío una colección de su obra al poeta Robert Southey, quien le respondió: «La literatura no puede ser el negocio de la vida de una mujer». Fue así como ella decidió firmar su trabajo bajo el nombre de Currer Bell. Continuando con la tradición familiar, su hermana Emily, autora de la cébere novela ‘Cumbres borrascosas,’ también debió firmar su obra bajo el nombre masculino de Ellis Bell.

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Al respecto, Emily Auerbach, profesora de Literatura la Universidad de Wisconsin-Madison, y autora del libro ‘Buscando a Jane Austen’ explica que «los nombres [con los que firmaban] las ayudaron a abrir puertas y a ser leídas (…) hubieron muchas mujeres que publicaron de manera anónima y otras usaron sus iniciales». Tal es el caso de la pintora estadounidense Margaret Keane. Durante la primera etapa de su trayectoria artística tuvo que vender sus obras bajo el nombre y firma de su marido Walter Keane, quien se atribuyó, por decir lo menos, el crédito de todo el trabajo de su esposa.

En los años 60 Walter Keane se convirtió en uno de las «artistas» más populares. Y fue hasta 1970 que Margaret, la verdadera creadora de tan valorada obra, reveló en un programa de radio, ante el asombro popular, que una mujer había sido capaz de pintar cuadros valuados en miles de dólares y elogiados por artistas de la talla de Andy Warhol.

 

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