Por Karen Hernández
Cuando estaba en la universidad, era de lo más activa: terminaban mis clases e iba directo al gimnasio; tenía hora libre y me iba a clases de danza; llegaba el fin de semana y hacía ambas cosas (quedarme en casa sin hacer nada era lo peor que podía pasarme). Sin embargo, cuando me gradué y comencé a trabajar, mi tiempo de actividad física se redujo a ejercitar los dedos en el teclado de la computadora y a subir un par de escaleras para ir al comedor.
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Pronto me di cuenta de que ya no era tiempo lo que me hacía falta, sino energía y ganas. Pensar en el gimnasio después de mis tantas horas en la oficina no era tan buena idea, especialmente porque mi cuerpo pedía a gritos una cama. Perder condición es el terror de todo deportista y peor aún, sentir cómo todo lo que habías trabajado se convierte en grasa acumulada y pellejo colgante.
Mantener tu peso ideal cuando estás sentada tantas horas y con pocas posibilidades de tener una alimentación balanceada es un verdadero martirio (¿cuántas de ustedes no tienen una dotación de cacahuates japoneses, papas y galletas en su cubículo?) e incluso concentrarte es cada vez más difícil, pues tu mente sólo está metida en la computadora y no tiene ese «respiro» que te da el ejercicio. Conclusión: me volví una sedentaria, hasta el fin de semana (porque sí, aquí hay trabajo hasta sábados y domingos)
Ahora que comencé el reto Energy Fitness, me di cuenta del verdadero impacto que todo ese estrés acumulado, la falta de sueño y la mala alimentación que acompañaron la vida laboral, tuvieron en mi cuerpo.
Poco a poco iré contándoles mi experiencia y si logro hacer que mis pies coordinen con la música. Y claro, también les contaré si logro recuperar el aliento como antes, porque creanme, me desacostumbré tanto que a media clase se me va el aire.
Eso sí, amo la forma en la que #EnergyFitness convierte la danza en una actividad deportiva que no sólo te ayuda a tonificar y bajar de peso, sino que te divierte y te relaja.