Astrid Flores tenía apenas unos años cuando descubrió que la ilusión de una corona podía convertirse en una tradición familiar. Cada noche de elección, ella y su mamá se sentaban frente al televisor para analizar vestidos, maquillajes, discursos y pasarelas. Ese ritual se volvió un lenguaje compartido, un puente emocional que sembró un sueño profundo: algún día, ser Reina de San Francisco de Quito. Hoy, a sus 24 años, ese deseo infantil encuentra un nuevo capítulo, justo en vísperas de las Fiestas de Quito.
Periodista de profesión y estudiante de una maestría en Marketing y Comunicación, Astrid combina dos mundos que ama: la comunicación como herramienta de servicio, y el marketing como forma de conectar ideas. Aunque no ejerce el periodismo, reconoce que esa formación moldeó su sensibilidad para escuchar, comprender y narrar historias. Sin embargo, al graduarse descubrió otra pasión: la Comunicación Corporativa. Desde entonces, ha trabajado construyendo mensajes que inspiren, organicen y movilicen. Quizás por eso, para ella, ser candidata no es solo un sueño consolidado, sino un camino en el que la vocación por ayudar toma más fuerza que nunca.

El día en que la sorpresa tocó la puerta
Cuando llegó la noticia de que había sido seleccionada entre las 10 candidatas, Astrid estaba en plena reunión de trabajo, rodeada del equipo de Marketing de su empresa. La escena fue digna de una comedia: llamadas insistentes, jefes fingiendo molestia, compañeros actuando distraídos. Ella sospechaba todo menos lo que realmente iba a suceder.
De pronto, la puerta se abrió y apareció la Reina saliente, Doménica. En ese instante, Astrid se dio cuenta: su sueño estaba más cerca que nunca. Entre gritos, abrazos, grabaciones improvisadas y una mezcla de incredulidad y alegría, celebró junto a sus compañeros. Pero el momento más emotivo llegó cuando llamó a su papá. Él lloró. Le dijo con absoluta convicción: “Te dije que lo ibas a lograr”. Ese recuerdo la sigue acompañando.

Familia, raíces y amor multiplicado
Astrid creció en La Rumiñahui, en una calle llamada María Tixilema, de esas que guardan historias, familias numerosas y tardes que huelen a pan recién hecho. Su infancia se vivió entre departamentos cercanos y la casa de su abuelita, que quedaba a poca distancia. Su mamá trabajaba, así que las tardes eran una fiesta con primos, meriendas compartidas y risas que llenaban los pasillos. Lo dice con nostalgia: antes eran seis en la familia, ahora quedan tres, y por eso valora cada memoria y cada momento vivido.
Tiene una hermana, muy cercana, aunque nunca supo que Astrid se había postulado. Nadie lo sabía salvo su papá, su abuelita y su novio. Ensayaba a escondidas, se quedaba hasta tarde practicando frente al computador y cada vez que su hermana le preguntaba qué hacía, Astrid le respondía: “Una presentación del trabajo”. Cuando finalmente llegó la caja con la noticia, hizo una videollamada a su mamá y le mostró solo el empaque. Su madre gritó, lloró, celebró. “Lo logramos, mami”, le dijo Astrid. Era un sueño compartido, guardado en secreto con amor.

Conectar sin lastimar: un proyecto para transformar vidas
El corazón del proceso de Astrid late en su proyecto “Conectar sin lastimar”, una iniciativa enfocada en prevenir, detectar y enfrentar el bullying entre adolescentes de 12 a 16 años. La idea nació tras un episodio de violencia ocurrido en el parque Itchimbía, en el que una estudiante fue agredida mientras decenas de jóvenes, adultos y docentes grababan la escena sin intervenir.
Ese momento la marcó profundamente. Sintió una mezcla de impotencia y desconsuelo: ¿cómo es posible que nadie extendiera una mano? ¿Cómo llegamos a normalizar la violencia al punto de convertirla en espectáculo?

“Quiero que los jóvenes crezcan con más amor y empatía”, explica. Y para lograrlo, propone la creación de una red llamada “Guardianes Digitales”, formada por representantes de Consejería Estudiantil y líderes estudiantiles, para que actúen como puentes de comunicación entre víctimas, compañeros y autoridades.
Astrid parte de una verdad simple pero poderosa: durante la adolescencia, uno no confía en los adultos. La confianza suele estar en los amigos, en ese círculo íntimo que comprende emociones sin juicios. Por eso, si un adolescente enfrenta bullying, su mundo se achica, se cierra, se oscurece. “Qué mejor que un amigo ayude a otro amigo”, dice. Su proyecto apuesta por reconstruir esa luz antes de que el dolor se vuelva irreversible.
Quito en el corazón y en el paladar
Hablar con Astrid sobre Quito es escuchar a alguien que ha construido un vínculo profundo con su ciudad. Cuando le preguntan qué plato recomienda a un turista que llega por primera vez, no duda: los pristiños del Palacio Arzobispal. Lo dice con emoción: la miel especial, hecha con naranja y naranjilla, le da un toque distinto, inolvidable. Aunque es un postre típico de Navidad, ella lo disfruta en cualquier época del año.
Y cuando se trata de elegir un lugar imperdible de la ciudad, señala la Basílica del Voto Nacional. No solo por su arquitectura imponente o las historias que rodean su construcción, sino porque desde sus torres se puede ver “todo, todo Quito”. La panorámica, dice, tiene algo mágico: une barrios, memorias, montañas y sueños en un solo vistazo.
Si gana la corona…
Astrid sabe que, si gana la corona el 27 de noviembre en el Teatro Bolívar, llorará, gritará, abrazará a su familia y celebrará como lo soñó desde niña. Pero también sabe qué hará cuando baje del escenario: agradecer a Dios.
Durante septiembre, cuando comenzó a trabajar en su proyecto, dedicó cada noche a la oración. Le pidió a Dios que tomara el proceso en sus manos. “Si tú pusiste este sueño en mi corazón, es porque mi yo del futuro ya lo tiene”, repetía. Para ella, la fe es guía, compañía y destino. No necesita un templo específico para agradecer; dice que Dios está donde uno está y basta arrodillarse en su casa para sentir que todo tiene sentido.
Un mensaje para quienes sueñan
Astrid es de esas personas que convierten sus historias en inspiración. Cree que los sueños no son ilusiones frágiles, sino señales del camino que debemos tomar. Para ella, este concurso no es solo una corona: es la oportunidad de ayudar, unir, transformar y devolver un poco del amor que la vida le ha dado.

