Cuando Doménica Jarrín escuchó su nombre como la nueva Reina de San Francisco de Quito, el tiempo pareció detenerse. En ese instante entendió que no solo llevaba una banda y una corona, sino también una responsabilidad inmensa: representar a la mujer quiteña con autenticidad, ternura y fuerza.
“Recuerdo ese momento como si fuera ayer. Sentí una emoción indescriptible, una mezcla de nervios, fe y gratitud. Solo pensaba en honrar a mi familia y a mi ciudad”, cuenta con brillo en los ojos.
Desde pequeña, Doménica soñaba con servir, con dejar algo positivo en los demás. Su paso por el reinado fue la oportunidad perfecta para hacerlo realidad. “Siempre he creído que las oportunidades más lindas llegan cuando uno está dispuesto a dar, no solo a recibir”, afirma con serenidad.

Inquebrantable: sanar desde el alma
Bajo su liderazgo, el proyecto social “Inquebrantable” se convirtió en el corazón de su gestión. Fue una propuesta que nació de su propia experiencia y del deseo profundo de acompañar a quienes enfrentan el dolor emocional.
“Todos, en algún momento, atravesamos momentos difíciles. Yo también los viví, y entendí que sanar no es olvidar, sino aprender a mirarse con amor”, explica.
El proyecto se centró en promover la salud mental y emocional de mujeres y jóvenes en situación de vulnerabilidad. Con talleres, charlas y acompañamiento psicológico, “Inquebrantable” buscó recordar que pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de valentía.
“Me conmovió ver a tantas mujeres que, pese a las heridas, se levantaban con esperanza. Ellas me enseñaron más a mí que yo a ellas”, dice Doménica, convencida de que la empatía es la base de cualquier transformación real.
El poder de la familia
Detrás de la Reina siempre estuvo la hija, la hermana, la amiga. Doménica no oculta que su familia fue su refugio y su mayor motor durante el año de reinado. “Mi mamá fue mi roca, mi guía constante. Me recordaba que la corona no está en la cabeza, sino en el corazón”, confiesa entre risas. La felicidad de su padre al verla lograr su sueño fue un pilar para saber que ahí estaría él, para saltar de alegría y correr hacia ella cuando la ve triunfar.

Las noches largas, los eventos, los discursos y los viajes se volvieron más llevaderos con su apoyo. En cada paso, la acompañó la convicción de que su misión iba más allá del brillo o las cámaras. “Mi familia me enseñó a mantener los pies en la tierra y la mirada en el cielo”, añade.
Ese equilibrio entre lo público y lo íntimo le permitió conectar con las personas desde la autenticidad. “Creo que la gente siente cuando haces las cosas de corazón. No hay mayor reconocimiento que una sonrisa sincera o un abrazo agradecido”, reflexiona.
Quito, su gran amor
Caminar por las calles del Centro Histórico, mirar el Panecillo o escuchar el eco de una banda en diciembre es, para Doménica, un acto de amor. “Quito es mi raíz, mi inspiración. Representarla ha sido un honor que no se compara con nada”, afirma emocionada.
Durante su reinado, recorrió barrios, visitó escuelas, compartió con adultos mayores y conoció historias que la marcaron profundamente. “A veces pensamos que el servicio es algo enorme, pero está en los gestos más simples: escuchar, acompañar, sonreír”, asegura.
Su amor por la ciudad se transformó en compromiso. Cada actividad, cada evento, fue una oportunidad para sembrar un mensaje de unidad y esperanza. “Quería que las personas sintieran que la Reina no está lejos, que es parte de ellos, que camina con ellos”, cuenta.

Más allá del reinado
Con el cierre de su ciclo como Reina de San Francisco de Quito, Doménica mira hacia el futuro con ilusión y paz. “No me despido del servicio; solo cambio la forma de hacerlo”, dice con una sonrisa serena.
Hoy, planea continuar fortaleciendo “Inquebrantable” como un proyecto independiente que pueda crecer y llegar a más personas. También quiere dedicar tiempo a sus estudios y a nuevas iniciativas sociales que impulsen la salud emocional y el liderazgo femenino.
“He aprendido que el amor es acción. Que servir es el camino más hermoso para encontrarse con uno mismo”, afirma con convicción.
El legado de una Reina empática
Doménica no se define por el título que llevó, sino por las historias que tocó. En cada encuentro dejó un mensaje claro: la fortaleza no está en parecer perfecta, sino en aceptar la vulnerabilidad. “Si alguien me pregunta qué me dejó este año, diría que me enseñó a mirar la vida con más gratitud y menos miedo”, confiesa.
Su legado no se mide en eventos, sino en abrazos, miradas y palabras compartidas. “A veces creemos que solo las grandes acciones transforman, pero cada acto de bondad tiene un poder inmenso”, dice.
Para Quito, su paso como Reina significó la representación de una generación más consciente, más sensible y más comprometida con el bienestar emocional. Para ella, fue una oportunidad de crecimiento interior que no cambiaría por nada.
El fin de un ciclo, el comienzo de otro
Al despedirse, Doménica lo hace con la serenidad de quien sabe que cumplió su misión. “Todo ciclo tiene un propósito, y el mío me regaló más de lo que imaginé. Hoy me quedo con el amor de la gente, con los aprendizajes y con la certeza de que cuando haces las cosas desde el alma, siempre valen la pena.”
Mientras el sol se esconde tras los volcanes que rodean Quito, la ciudad parece agradecerle en silencio. Ella sonríe, porque sabe que este no es un adiós, sino un nuevo comienzo. “Seguiré caminando con la misma fe y el mismo amor. Quito siempre será parte de mí”, concluye, dejando entrever que su corona ahora es invisible, pero eterna.

