Moda y Belleza

Por qué J Balvin es ícono de moda a pesar de su clasismo

La moda lo ha hecho antes: los punks y los chavs también fueron vistos con desprecio para luego vender millones. J Balvin no es la excepción.

Por Luz Lancheros

Casi indignación y asco de más de uno que se cree noble europeo (ni la reina Isabel tiene esas ínfulas). Cómo es que un reggaetonero puede estar en un desfile de Chanel. Cómo es que alguien que hace «música basura», «nuevo rico», puede ir allá. Al fin y al cabo el dinero lo compra todo, menos la clase. Y así, expresan patéticos consuelos de nobleza hidalga mandada a recoger, que solo revelan nuestra señorialidad, clasismo y arribismo.

 

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Porque eso es lo que piensa más de uno de J Balvin al estar al lado de Karl Lagerfeld, abiertamente esnob, pero un genio por condensar el zeitgeist en su multifacético trabajo. Y ahora que es embajador de la Semana de la Moda Masculina de Nueva York, más de uno se rasga las vestiduras en su anacrónica visión de las cosas.

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Quizás limitada: la moda ha tomado todas las expresiones marginales para insertarlas en la cultura popular, para hacer de ellas negocio y para renovarse a sí misma. Pasó con los punks (Vivienne Westwood), con el grunge (Calvin Klein) y con los despreciados chavs de Inglaterra en los 90 (Burberry), por ejemplo. Y sigue pasando: el zef de Die Antwoord, expresión de blancos pobres y segregados de Sudáfrica, llegó a firmas como la de Alexander Wang, que puso a Ninja a posar.

 

 

Porque la moda no solo es de señoras elegantes que visten de Alta Costura o modelos que «visten con clase» (¿según quién, en estos globalizados tiempos?).

La moda es la expresión de los tiempos que corren. Unos en la que el «chic» parisino no es Audrey Hepburn o Caroline de Maigret sino los jóvenes inmigrantes y los millennials despreocupados con chaquetas oversize y cultura pop «trashy» de Vetements, la marca más importante de estos últimos años. Unos que también incluyen la delicadeza latina y el allure mediterráneo, con Johanna Ortíz y Dolce & Gabbana como punta de lanza. Todas estas visiones de la moda alimentan la industria y se mezclan con visiones opuestas en una expresión que siempre ha tenido muchos contextos y puntos de vista. En el caso de Balvin, él sofisticó su género.

 

Él lo llevó más allá del cliché bling bling. Le dio aires más versátiles, más accesibles, más cosmopolitas. Y a través de sus looks de firma se ha arriesgado y ha puesto en tela de juicio esa premisa que dice que todo reguetonero viste con cadenas de oro y prendas oversized. Por supuesto: también ha querido salirse del estereotipo de macho alfa con carro saltón, ya que es inspiración para cualquier joven de cualquier capital del mundo con tan solo vestirse. Su look se adapta de aquí hasta Dubai. Lo puede usar cualquiera, pero él le da el plus del riesgo. Y en eso radica su valor.

 

Por eso lo siguen. Porque sabe condensar el espíritu de su tiempo e imponer tendencia, hacerla universal y ojalá atemporal. Y eso lo hace ícono de moda. 

Muchos se seguirán rasgando las vestiduras. Pero solo basta con mirar más allá de las mismas con los mismos, de irse más allá de las burbujas aspiracionales que los encierran, para darse cuenta de que hay todo un mundo allá afuera que considera a Balvin uno de los suyos. Y que se ve en pasarela y que también se vende muy caro.

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