Por doctor Héctor Valdés Cirujano Plástico
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Oferta, descuento, promoción, sale, 50% menos, 2×1, pack, combo, cupón, canje. Este es nuestro día a día, cada vez que hojeamos una revista, escuchamos radio, encendemos la tele, abrimos un folleto, navegamos por internet, abrimos un mensaje de texto o simplemente cuando andamos en el auto o en la micro y miramos nuestro entorno, atiborrado de letreros luminosos en las calles y carreteras de nuestro largo y angosto país.
Todo, absolutamente todo se vende en una guerra de precios, y la cirugía estética lamentablemente no está ajena a esto.
Hace medio siglo, exhibir el cuerpo era algo impensado. La intimidad era algo que no se transaba, que no tenía precio, era sagrado. Pero con la aparición de la revista Playboy en la década del 50, el cuerpo y belleza femenina empezaron a ser explotados comercialmente, exhibiendo mujeres semi desnudas en poses sugerentes y provocativas. Marilyn Monroe debutó en su primera portada, vendiendo millones de ejemplares en Estados Unidos.
La intimidad también pasó de la privacidad para transformarse en algo público cuando aparecieron las primeras autobiografías, en donde los protagonistas hablan de su vida por una atractiva suma de dinero. Esto se masificó con las revistas de papel couché y las entrevistas pagadas a quienes a cambio cuentan sabrosos detalles de su vida personal.
En televisión se pasó de los programas de índole familiar a otros donde se exacerba el morbo, las curvas y los excesos. Incluso algunos se han transformado en un verdadero experimento humano, en donde millones de espectadores ven desde fuera de «las jaulas de 20, 32 o más pulgadas» a un grupo de personas –que más bien parecen animales en cautiverio– interactuando de forma casi instintiva, para el deleite y asombro de quienes los observan a la distancia.
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Las jugosas historias personales –nada épicas en hazañas ni fruto del esfuerzo– de labios sin censura y personajes que actúan de forma vulgar, manipulados como verdaderas marionetas por guiones prefabricados, son las estrellas.
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Hasta el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar ha sido contaminado. El certamen que en el pasado fue reconocido y destacado, lamentablemente se ha trivializado y ya no es el evento que convoca a los grandes de la música, salvo excepciones. Con anexos frívolos se está poniendo fin a un espectáculo de categoría mundial y que en el pasado fue aplaudido por la calidad de sus invitados, su música, la puesta en escena, la seriedad de sus presentaciones y su organización.
Hoy la igualdad de género es llevada al extremo. La irracionalidad y descompostura que antiguamente se asociaba a un hombre borracho y sin freno, hoy es posible verla en algunas mujeres, incluso sin alcohol en sus cuerpos. Esto es un «circo romano», un espectáculo de masas que busca divertir al pueblo y donde el poder del imperio lo tienen, en ocasiones, directores autócratas. Si es así, «viva el circo chileno», una mala copia con 2.000 años de diferencia. Un grupo de mujeres y hombres mostrando mucha piel y divirtiendo a la audiencia con sus diálogos sin contenidos, sus peleas subidas de tono y su día a día en el encierro. El público, apuntando con su dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo, determinará si la batalla continúa. Si apunta hacia lo alto, quiere decir que el programa es estupendo y que el director será halagado por los auspiciadores que invierten millones de pesos para la continuidad de este show. Sin embargo, los protagonistas pronto caen en el olvido. La privacidad y el exceso de piel que mostraron frente a miles de espectadores quedarán en el pasado.
No se vendan porque se les promete la gloria, el éxito inmediato, una suma atractiva de dinero, un auto o incluso la casa para toda la vida. Menos aún por una cirugía plástica.
¿Y quiénes son los responsables de que la función continúe? ¿Los directores, los productores? Sí, pero también los espectadores. Todos debiéramos cambiar de canal buscando contenidos que no degraden a las personas, y a la vez deberíamos dejar claro a los anunciantes nuestra posición, dejando de comprar las marcas que auspician estos programas en los que se denigra a la mujer, nuestras hermanas, madres e hijas.
La delicadeza de una mujer, su femineidad, su aspecto externo y su intimidad es invaluable en todas las etapas de su vida. No sólo en su juventud. Una mujer con el paso de los años sigue siendo igual de atractiva y cautivante, al igual que el hombre. Por algo se habla de los años dorados. Una época donde aún se puede deslumbrar y brillar. Si bien ya no se tiene la cintura perfecta, las piernas tonificadas, los pechos perfectamente situados o el cabello largo y sin canas, se tiene un atractivo especial, algo que sólo lo entrega el paso del tiempo.
La cultura de la saturación visual, de los pechos grandes, los labios voluminosos, caderas exageradas y magnos glúteos, está quedando en el pasado. Hoy la fascinación está en el detalle, lo sutil, en la armonía y el equilibrio. Con el honor y honra de las mujeres no se juega; protejámoslas.
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