Maternidad

Lo perverso

La maternidad y la paternidad esconden una sombra, sombra que todos tenemos. Hay que iluminarla y hablarla para no repetir la historia con los inocentes: nuestros hijos que nos aman.

Hace unos meses vi un video que alguien posteó en mi muro.

Quien lo puso ahí es una mujer mayor, muy sabia, que trabaja hace muchos años por los Derechos Humanos en Chile y el mundo. No sé por qué motivo o cómo surgió nuestra unión, pero desde hace un par de años hemos permanecido conectadas. Me orienta, me lee, escucha, alienta y corrige amablemente.

Al ver ese video me dolió todo, en especial mis piernas. Me dolió el alma. Se me apretó el corazón tanto, que sólo pude ver 2 minutos. Lo corté y borré de mi muro.

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Inmediatamente le escribí: “no pude seguir viendo ese video, ¡no puedo! No paro de llorar. Tengo tanta, tanta pena…”. Ella me escribía desde su casa y yo seguía, tecleando entre aguas. Lloré mucho. Me despedí de ella en el chat y me fui a dormir.

Antes había ido a sacarme el maquillaje, que se corrió por completo con tanta lágrima. Y al parecer, seguía llorando, porque en un momento sentí el abrazo enorme de mi princesa de pelo largo, mi hija de 14, que me pasa por cinco centímetros. “Ya tranquilita, mamá, no llores más, tranquilita”.

Ahora lloro.

Me dormí como se duermen esos niños que lloran por la noche y que sus padres no acurrucan, por el miedo que les han metido en la cabeza de que pueden “malcriar” a sus hijos si les entregan seguridad por la noche.

Me dormí estresada, angustiada, igual que esos niños, pero en vez de sentir desesperanza total, algo en mi cuerpo me dijo que hay esperanza. El abrazo de mi hija y el chat con Ruth me lo aseguraron.

El video ya fue sacado de Internet, pero bajo éste decía la siguiente frase: “si subo este vídeo… es nada más para demostrar que la mujer (puta lok)… es una wna sin corazón y sentimientos a ese pobre bebé… Personas como esas no merecen existir, pero lo mínimo que se puede hacer con ellas es hacerla pagar con cárcel [sic]”.

A los que pudieron resistir el video completo y a los que no pudieron ver ni un segundo, les ruego sigan esta entrada.

No sabemos quién es la mujer que golpea al niño. Sospechamos que es su madre. Lo que sí tenemos claro es que, para ese bebé, esa mujer, es su figura de apego. ¿Cómo sabemos eso? Viendo cómo el bebé, a pesar de recibir golpes, intenta arrastrarse hacia ella en busca de protección. La paradoja en esa mente infantil es “Ella, que me cuida y ama; me pega, duele y me angustia. Pero la amo y la necesito para sobrevivir”.

El bebé del video y todo mamífero humano ama a sus figuras de apego. Todo niño ama a sus padres, hagan lo que hagan los padres con ellos y tomen las decisiones que tomen.

Son pocos los niños que, luego de instaurarse el lenguaje, “acusan” a sus padres por estar siendo maltratados física o emocionalmente. Por lo general, esos niños que hablan directo son niños que cuentan con un adulto (testigo) emocionalmente disponible, que los alienta a denunciar, que habla por ellos, que protege. Los otros niños, los que no pueden o no se atreven a hablar porque están solos y tienen terror, dicen o hacen cosas que denotan que algo malo pasa en casa. Por ejemplo, mantienen conductas desorganizadas, pierden el foco de atención o la memoria; se enferman seguido; comienzan a mentir; tienen conductas que parecen “locas”, pierden la mirada (como que quedan en suspenso), a veces lloran por nada o se esconden tras las cortinas; se apegan (adhesivamente) a profesores; pueden ser muy exhibicionistas o por el contrario, en extremo tímidos. Frente a preguntas, antes de contestar miran con la cabeza gacha a sus padres, como para pedir autorización. Pueden hacerse pipí y caca en cualquier momento, pueden ser presa fácil de un pedófilo… solo porque buscan alguien que los trate con cariño.

El cerebro de ese bebé y de todo niño que ha sido golpeado y maltratado verbalmente sufre secuelas estructurales: se dañan las sinapsis para toda la vida. De adultos pueden sufrir miedos, fobias, irritabilidad, ansiedad, crisis de pánico, trastornos de personalidad, bipolaridad, esquizofrenia, pre infartos, infartos, etc. Luego pueden empezar con ansiolíticos, antidepresivos, alcohol, drogas, promiscuidad, adicción al trabajo, malos tratos hacia otras personas; pueden volverse déspotas, fríos, insensibles, narcisos graves. Podrían ser incapaces de mantener relaciones profundas y estables con otros, menos con sus hijos y, además, repetir la historia: golpear a sus hijos o dejarse golpear por la pareja o humillar por el jefe.

Gracias a la plasticidad de las neuronas existe la resiliencia. De lo contrario, sin duda muchos no habrían sobrevivido a los malos tratos de sus padres, madres, maestros, hermanos mayores, choferes de buses, etc. En el caso de la mujer del video, aseguro que fue o sigue siendo una mujer en extremo maltratada.

¿La juzgamos? Muchos lo hacen. “Mala”, “loca”, “cárcel”. Y bueno, sí, quizás merece cárcel. Pero a mí lo que me ocupa es mostrar que esa mujer y todo adulto que maltrate a un niño es perverso completo. Es decir, ocupa su cuerpo y el cuerpo de otro para conseguir objetivos que se escapan del curso sano. Se salen del verso (discurso). Se le van las manos, por ejemplo y se desplazan, sus rabias, angustias, soledades y abusos infantiles vividos en la propia infancia, en esos nuevos golpes. Y todos los que callan, evaden, niegan, dejan a solas, escapan o minimizan, por las razones que sean, son cómplices de esa perversión. Basta ser testigo de maltrato (de cualquier tipo) para poner el grito en el cielo. Recordemos que no existe abuso si existe presencia real de un adulto responsable. Obvio, ¿no?

Y junto a ese grito de denuncia, que servirá de testigo para ese niño, evitaremos la autoinculpación típica del niño abusado: “es que soy yo la mala”, “me porto mal”, “hago ruido por las mañanas, mientras mamá duerme y trabaja tanto en la semana, no la respeto”, “lo hace por mi bien”. De adultos, cuando el cuerpo ya no aguanta más la verdad y algunos nos transformamos en testigos emocionalmente disponibles -esta vez tarde, pero válidos- y decimos “no fue tu culpa”, aparece el alivio.
Pero otros tantos necesitan callarlo, porque si se habla se desarma el sistema familiar, se “deshonra” al padre golpeador o abusador, y, hablar, para esa familia está prohibido… por la ley del padre.

Es urgente prestar apoyo a los nuevos padres para que tengan espacio para hablar, decir sus verdades, analizar en buena compañía, entregar educación desde temprano. Para dejar de vivir violencia intrafamiliar, parricidios, femicidios, abusos sexuales, abandonos emocionales y golpes. No se trata de tratar mal al golpeador ofendiéndolo. Se trata de hacernos cargo de la maternidad y la paternidad, de la crianza, de los hijos, de manera seria. Quizás valga la pena discutir eso de las salas cuna y de las jornadas de trabajo enajenantes.

Las madres y los padres debemos recuperarnos. Hemos vivido en un mundo trastornado, se han trastornado los valores. No entendemos que una madre con hijos pequeños no puede estar nunca a solas. Debe estar bien acompañada. El puerperio es un momento (de casi 2 años) muy sensible, donde aparece todo aquello que estuvo reprimido o expresado en el cuerpo. Desear matar al hijo de 3 meses cuando llora a las 4 de la mañana y estamos solas, es esperable. Hacerlo, golpearlo, no lo es. Pero si esa mujer fue golpeada o maltratada en su infancia, si está sin pago de sus licencias, sin madre que la contenga o sin pareja al lado, esa maternidad será un infierno y ese futuro adulto un sujeto dañado. Mientras esto ocurre, unos juegan cartas en el computador y otros juegan a quién tiene más poder.

La maternidad y la paternidad esconden una sombra, sombra que todos tenemos. Hay que iluminarla y hablarla para no repetir la historia con los inocentes: nuestros hijos que nos aman.

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