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Verónica Rodríguez: la venezolana que se gana la vida con la música en la ciudad de la furia

Verónica Rodríguez Prieto tenía claro su vocación por el violonchelo desde la infancia. Pero la vida del artista no está exenta de vicisitudes y a eso se le suma ser de un país sumido en una gran crisis como Venezuela y migrar a Argentina en 2017, en plena recesión económica.

Verónica Rodríguez Instagram

«Qué dura es la vida del artista«. ¿Típico tópico?

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En un mundo donde hay una feroz competencia, en campos más reducidos como el mundo de las artes, lograr una posición puede quedar reducido a un sueño.

Verónica Rodríguez Prieto, venezolana nacida en Maracay es un ejemplo de artista (toca el violonchelo desde los nueve años), que con solo 23 años, podría decirse que día a día escala un eslabón más para vivir de lo que ama.

Verónica, se casó en enero de 2020 con un español de Castellón que conoció en Buenos Aires, ciudad en la que vive desde el 2017.

Tras su luna de miel, regresaron a la capital y al poco tiempo comenzó la cuarentena.

Ya no tenía sus dos trabajos como profesora de música y estaba confinada.

En momentos de desesperación, consiguió un empleo como repartidora de volantes.

Esto duró poco, porque tenía otra idea gestándose en su cabeza.

La violonchelista, desde hace tiempo, quería montar una escuela de música.

Había hablado con personas para conseguir locales, pero en tiempos de cuarentena fue imposible.

En ese momento se le presentó su respuesta, paradójicamente como una pregunta ¿Qué pasaría si doy clases de música online?

Un mensaje de whatssAp que envió a sus contactos y a su vez reenviaron sus familiares, conocidos y amigos, algunos de distintos países, fue la clave.

Llegó a bastantes personas y su cantera de alumnos ahora son ocho y van aumentando progresivamente hasta que ella misma asegura «tener ya poco tiempo libre».

Verónica dando clases online de música a uno de sus alumnos

Los pequeños, son de distintas nacionalidades, que incluyen la española, la estadounidense, la venezolana o la argentina.

Verónica concibe esto como un reto profesional ya que ella imparte iniciación musical y solo incluye el chelo para acompañar las voces que hacen los niños.

«Me mantiene muy activa por todos los días tengo q estar investigando, como poder mejorar mi técnica», asevera.

La edad de los pupilos está entre la franja de cuatro y ocho años, lo que la profesora señala como «un momento crucial».

«Ahí es cuando el niño se enamora de la música o simplemente lo ve como un hobby», sostiene.

La profesora se muestra muy orgullosa de sus discípulos de los que dice que tienen»muchísimo talento», lo que la motiva a seguir estudiando.

Las clases son individuales, por lo que cada alumno recibe atención personalizada.

«Por ejemplo, mañana tengo una clase con un niño de ocho años y tengo que explicarle la biografía de Mozart y Bach».

Afirma que no es solo «sentarse a la computadora y hacer cualquier juego».

«Hay que encontrar la manera, la fórmula y no todos los niños son iguales «, asegura.

El plan de la maestra es irse con su marido a España en unos meses.

Es tajante al asegurar que pese a su traslado, no va a a dejar a sus alumnos «en el aire».

                                                         La Historia de Verónica

Bertrand Russell aseguraba en su libro La conquista de la felicidad, que las personas dedicadas a ramas más científicas, como las matemáticas o la física, donde la respuesta es una sola, son más felices que los que se consagran a las Humanidades.

Un científico puede desquebrajarse tratando de lograr la solución a la ecuación pero esa motivación y esa seguridad de que x es igual a y, le otorgará la calma.

Como sostienen los psicólogos, no hay nada peor que la incertidumbre y que el rechazo.

Esto forma parte del archiconocido  temperamento artístico.Y la lucha por lograr un reconocimiento.

He aquí el caso de Verónica Rodríguez.

La venezolana se enamoró del violonchelo a los nueve años y su obstinación es el motivo de estar donde se encuentra ahora.

«Mamá, quiero tocar chelo», le dijo a su madre.

Cuando Verónica comenzó las clases, recuerda que eran dieciséis alumnos , una profesora y solo dos chelos.

Ella iba a las lecciones antes para poder tocar más tiempo el instrumento.

A los diez años, su madre le compró su primer chelo.

Rodríguez tenía claro que quería especializarse, así que se trasladó a Caracas para estudiar en la Universidad Experimental de las Artes.

La joven mientras estudiaba, postuló para una beca para el conservatorio regional de París y quedó preseleccionada.

Eso implicaba viajar hasta allá para hacer la siguiente prueba.

Su familia la ayudó y estuvo a punto de conseguir una ayuda de una fundación de la Fundación Cisneros.

La posibilidad se vio truncada por un cambio de dirección en la organización y fue el artífice de que su vida diese un giro.

Entre un mar de dudas, decidió trasladarse a Buenos Aires a un año y medio de finalizar su carrera.

«Decidí sacrificar eso por mi tranquilidad de venirme a Argentina y mi plan es terminarla en España. En el conservatorio de Castellón, me dijeron que me convalidan las asignaturas que me faltan».

La violonchelista, migró a la ciudad de la furia con un conocido que tenía de la orquesta de Caracas.

Primero, comenzó trabajando cuidando a personas de la tercera edad pero sentía una necesidad imperiosa de continuar con la música.

Comenzó a tocar en el subte de la ciudad junto a su amigo el violonchelista.

«Tocaba unas 8 horas. Nunca, nunca en mi vida entera me imaginé tocar 8 horas seguidas. Vivía contracturada. Pero se ganaba bien», recuerda.

 

Los primeros pasos musicales que dio Verónica en Buenos Aires fueron en el subte, donde tocaba todos los días.

En Buenos Aires, los dos  conocieron a otros venezolanos también músicos y juntos formaron la banda Cellofilia.

El grupo, actuaba eventualmente en distintos locales y con sus violonchelos resonaban temas de Spinetta, Metallica, Oasis, grupos venezolanos y no podía faltar la música folklórica latinoamericana.

Ahí comenzó a compaginar Cellofilia con el subte.

Fue cuando encontró trabajo en un conservatorio y en una escuela de la Iglesia.

Esto llegó a resultar estresante, pero no le importaba porque se sentía autorrealizada.

Verónica impartía clases particulares en Venezuela desde los quince años pero descubrió su pasión por la enseñanza en la ciudad de la furia.

«Buenos Aires me ha hecho descubrir lo que me gusta dar clases», reflexiona

Antes de su boda, tuvo que pasar por otros dos avatares al perder sus dos trabajos en el conservatorio y en la escuela de la Iglesia.

Uno fue por razones políticas, al no ganar elecciones el anterior presidente, Mauricio Macri y con ello, la acción de un recorte de personal.

A las clases en la escuela de la Iglesia, renunció debido a que se casaba en enero y tenían planeado irse pronto a España.

Actualmente, Verónica continúa ampliando día a día su reciente proyecto.

Creó una cuenta de Instagram @piuforte.kids y su página en Facebook, para seguir globalizando su enseñanza.

Su principal objetivo con sus alumnos es claro: «Voy a lograr que les emocione la música».

 

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