De niño conocí libros que hablaban de grandes expediciones en el mar: Robinson Crusoe fue un náufrago después de años de viajes en barco. Phineas Fogg recorre el mundo en 80 días, Jim Hawkins navega con piratas, el Capitán Nemo se adentra en lo desconocido a bordo del Nautilo.
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Años después parece que esas expediciones son cosa de la historia. Hoy en día en pleno siglo XXI, con mapas satelitales y Wikipedia en una computadora de bolsillo, es fácil pensar que no queda nada más por descubrir.
La verdad, como ocurre a menudo, es muy diferente y en este caso, mucho más divertida. Esta semana quiero contarles sobre una expedición y un descubrimiento dignos de un libro de Julio Verne.
La expedición

12 de Marzo del 2005: comienza una expedición liderada por Robert Vrijenhoek que pretende investigar el flujo genético en las microplacas de Pascua y Juan Fernández, en el Océano Pacífico. Para ello usan un tipo especial de submarino de alta profundidad, el DSV Alvin (que bajó a ver el Titanic en 1986), para investigar las fuentes hidrotermales a dos kilómetros de profundidad al sur de la Isla de Pascua.
En una de sus inmersiones, el Alvin identificó un crustáceo que parecía tener pelo en sus tenazas. Esto causó confusión a los científicos, de modo que recolectaron un especimen y lo llevaron a la superficie para estudiarlo. El equipo de científicos pensó que el crustáceo parecía una versión acuática del abominable hombre de las nieves y decidieron apodarlo “cangrejo yeti”.
El anuncio

Pasaría casi un año antes de anunciar al mundo el descubrimiento del cangrejo yeti, pero no por falta de ganas. Resulta que el cangrejo es muy diferente a todos los crustáceos que se conocían hasta ese entonces y se hicieron varios estudios para clasificarlo en el grupo taxonómico que le corresponde.
Una de las mayores diferencias es el “pelo” que le dio el nombre. En realidad se trata de setas, un tipo de estructuras delgadas que aparecen en otros crustáceos e insectos. Estas setas están cubiertas de bacterias que le dan la apariencia esponjosa.
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También se hicieron estudios genéticos durante todo ese año y al final el grupo de científicos determinó que el especimen era tan diferente que pertenecía a una nueva familia, conocida como Kiwaidae.
En 2006 se anunció que la nueva especie llevaba el nombre científico de Kiwa hirsuta. El nombre Kiwa se refiere a un guardián del océano en la mitología Maorí, mientras que la palabra hirsuta viene del latín y quiere decir “peludo”.
Viviendo al extremo
El cangrejo yeti tiene 10 patas y mide aproximadamente 15 centímetros de largo (abre tu mano, es más o menos la distancia del meñique al pulgar). En sus tenazas se encuentran bacterias filamentosas que, en grandes cantidades, se ven como pelo fino. Sus ojos están muy reducidos y se cree que es ciego.
El cangrejo yeti destaca además por las condiciones en las que vive: en profundidades con muy alta presión y temperatura, poca luz de sol y en presencia de componentes tóxicos como el metano y azufre.
Aún nos falta saber mucho sobre la vida de estos cangrejos. Una hipótesis dice que estas bacterias se alimentan de minerales tóxicos y que así “purifican” el ambiente del cangrejo. Otra hipótesis sostiene que el cangrejo se alimenta de estas bacterias, aunque también se cree que podría ser carnívoro, ya que hay evidencia de dos cangrejos que peleaban por un pedazo de camarón.
Sin embargo, lo poco que conocemos ha ayudado a establecer nuevas teorías acerca del origen de la vida y los ecosistemas submarinos. Gracias al descubrimiento del cangrejo yeti podemos comprender mejor la inmensa variedad de hábitats que hay en el planeta y la enorme diversidad de vida que tenemos ahora.
En lo personal, animales fantásticos como éste me llevan a ser más consciente sobre el cuidado del ambiente. ¿Cómo no maravillarse ante tantas formas de vida justo aquí, en nuestro planeta?
Descubrimientos pendientes
Después de K. hirsuta, se descubrió otra especie en la misma familia en 2011, Kiwa puravida. ¿Acaso hay más cangrejos yeti que no conocemos? ¿Qué más puede estar viviendo a esas profundidades?
La superficie de nuestro planeta está muy bien documentada, pero el océano es, en comparación, prácticamente desconocido. Si bien es común encontrar nuevas especies cada año, es muy raro encontrar una que amerite la creación de una nueva familia taxonómica.
Aún hay grandes tesoros por descubrir en la Tierra. Quizá no son islas perdidas, civilizaciones olvidadas o cofres llenos de doblones, pero no por ello son menos importantes. La mayor riqueza de todas, la biodiversidad, sigue siendo territorio virgen para muchos. ¡A explorar!