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Los peligros del jarabe de maíz de alta fructosa

Para la industria de los alimentos, el uso de jarabe de maíz de alta fructosa resultó beneficioso. Para nosotros como consumidores, nos deja enfermedades que pueden ser mortales.

Entre los alimentos industrializados el aditivo por excelencia es el jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF). Sin nosotros saberlo, esta sustancia acompaña a nuestro pan de caja, a las galletas de chocolate que tanto nos gustan y que decir de los refrescos embotellados. ¡Vamos! Hasta lo podemos encontrar en las barras nutritivas y el pan integral que te venden como saludable.

Para la industria de los alimentos es oro puro; por ejemplo, en México se ha utilizado como sustituto de azúcar desde 1996, debido a su bajo costo de producción. Sin embargo, su consumo tiene impacto en varios niveles: en nuestra salud, en la economía y en el comercio justo, por mencionar algunos.

El jarabe de maíz de alta fructosa es un edulcorante líquido, transparente, obtenido del maíz después de un largo proceso. Todo comienza con almidón o fécula de maíz — para esta etapa ya hablamos de un carbohidrato refinado —. Se somete a altas temperaturas repetidas veces, se rompe su estructura molecular, se vuelve a refinar, se blanquea y filtra hasta quedar una sustancia “pura”, un almíbar con un grado de concentración ideal para su comercialización.

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Este ingrediente es muy recurrido por contener glucosa y fructosa, mismos que podemos encontrar en la miel de abeja; la diferencia es que esta última es natural — revisen su etiqueta para comprobarlo — y, la otra, es procesada. Para rematar, esta sustancia es producida en Estados Unidos a partir de maíz transgénico y, curiosamente, el mismo país la prohibe en varios de sus alimentos.

Las grandes compañías alimenticias han aprovechado los beneficios que ofrece el jarabe de maíz a nivel industrial. Además de ser más costeable a gran escala, hablamos que se utiliza en productos ultra dulces; gracias al jarabe los productos se conservan por más tiempo en una envoltura y crean adicción al paladar. Estos productos permanecen más tiempo en exhibición, lo cual significa menos perdida y más ganancia… ¿bajo qué precio?

Al otro lado de la moneda, donde encontramos a los consumidores y los productores locales, la historia es distinta.

De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Princeton, el consumo del jarabe de maíz de alta fructosa está relacionado con la actual epidemia de obesidad. Se comprueba que aumenta la grasa corporal, también el colesterol y los triglicéridos — indicadores que incrementan las posibilidades de infarto, especialmente en mujeres —.

En el caso de los niños provoca hiperactividad, déficit de atención, dolores de cabeza y afecta su capacidad de detectar distintos sabores, reduciendo su paladar a sólo tres: salado, dulce y grasoso. Por último, hay que considerar que este jarabe proviene de un transgénico y existe la posibilidad que su consumo dañe distintos órganos.

Los productores locales de azúcar reciben el último golpe. En el caso de México, los ingenios azucareros han reducido su rentabilidad en 30% desde diciembre de 2012. El azúcar refinada ha aumentado su costo por kilo, llegando a MXN $12 en promedio; ni hablar del azúcar de caña orgánica, que se ronda en MXN $32 el kilo . Todo por las grandes cantidades de jarabe que se importa de Estados Unidos y los hoyos negros que  existen en la ley — al final del día no se hace valer.

Estamos ante un escenario casi catastrófico y sin saberlo. Apenas estamos viendo los efectos en forma de esa epidemia llamada obesidad. Nosotros ¿qué podemos hacer como consumidores? Aunque no lo parezca, tenemos el poder y está en nuestras manos elegir lo que llevamos a nuestra mesa. Algunas recomendaciones son:

  1. Revisar etiquetas. Si encontramos entre los ingredientes fructosa, sólidos de jarabe de maíz, glucosa-fructosa, azúcar de maíz o high fructose corn syrup (HFCS), estamos hablando de la misma cosa. Mejor evitarlo.
  2. Elegir productos naturales. Entre menos procesado, mejor para nuestra salud. Una buena opción es comprar local: pan directo de la panadería. Utiliza miel de abeja, miel de agave o piloncillo para endulzar.
  3. Pedir la información. En teoría los productos deben indicar sus ingredientes en el empaque; también debería de tener una advertencia sobre las consecuencias del consumo de ciertas sustancias en grandes cantidades. Esto no es así en muchos casos — ¿cuándo han visto un refresco con esta advertencia? —.
  4. Pasar la voz. Por supuesto, al tener conocimiento de estos datos, lo mejor es compartir la información sobre lo que consumimos y comentar las consecuencias de esto.

Links

  1. Si puedes detectar el sexto sabor te salvas de la obesidad
  2. Consumo regular de maíz transgénico causaría daño a varios órganos

Fuente: Infografía: Jarabe de maíz de alta fructosa
Imagen: Food, Inc (2008) (Exploración de la cocina y cultura hispana de Los Ángeles)

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