Parece increíble, pero es cierto. A continuación les contaré cómo surgió esta receta, proveniente de mis álgidos y desamparados días de estudiante, que en la miseria universitaria, además de tener que absorber contenidos y fiestas, se debía comer.
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Aburrida de los asquerosos tallarines con vienesa, o con atún “desmenuzado”, ese montón de pestilentes astillas de algún animal marino, comencé a buscar entre los víveres algún producto que pudiera reemplazarlos.
Esos días de obligado socialismo primitivo, viviendo en la casa compartida, medio hacinados, y sumando a los amigos y amigas que ahí se resguardaban del tedio, se debían hacer verdaderas ollas comunes para así abastecer a todos los hambrientos “semialgo”.
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Así es como di con un paquete de betarragas, y un par de zanahorias que algún mañoso dejó tiradas, y olvidadas en el desierto refrigerador.
Lavadas y peladas, las rallé con un rallador de plástico naranjo, cómo olvidarlo! y las salté con algo que debe haber sido aceite. Luego eché sobre los vegetales la salsa de tomates más humilde del almacén de la esquina, y Voilà ! Una maravillosa salsa boloñesa vegetariana, para echarle a los tallarines, donación de alguno de los invitados de piedra.
Esa receta con el tiempo ha ido variando, pudiendo sofisticarse, morlacos mediante, pudiendo utilizar mantequilla para saltear las betarragas y zanahorias, tomates y una salsa más consistente, para acompañar alguna pasta fresca. De todas formas el resultado siempre es el mismo que la primera vez: un plato nutritivo, delicioso y energético, que hasta el más regodeón de los comensales termina alabando.
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