Muchas veces me pregunté cómo lo haría con esta receta, archivada bajo el título “Privilegios de Enfermos” y con whisky como ingrediente clave. Mis preocupaciones eran dos: no me enfermo nunca y me carga el whisky. La receta no especifica cantidades. Esta medicina para el resfrío hay que preparársela a capela según el paladar del consumidor.
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Todo cambió ayer. Me levanté sintiéndome un poco agripada pero aparte de eso nada. Partimos a Curicó a levantar un huerto para un grupo de vecinos de la zona. A mitad del viaje los ojos se me empezaron a achinar, al llegar allá tiritaba de frío a pleno sol y de vuelta en Santiago me dolía todo el cuerpo.
Junté a los niños, les expliqué que la situación era dramática, que necesitaba acostarme y que confiaba en que serían cautos en la cocina para prepararse su comida. Parece que me vieron realmente mal porque sin chistar me obedecieron. Justo ahí me acordé de este brebaje bajo la siguiente introducción: “Dicen que los enfermos mayores -y cuyos males no sean más graves que el resfrío o gripe- les conviene una dosis de alcohol”.
Repté hasta la cocina y seguí los pasos, mezclar whisky -por suerte había una botella en la despensa que no se abría hace una década. Chivas Regal de 12 años de antigüedad cuando se envasó, en fin… Adentro un buen chorro- luego miel y agua hirviendo. He ahí el Hot Toddy, revolví bien y quedó un brebaje bien poco agradable a la vista, pero confié en mi maestra, me tapé la nariz y me tomé un buen trago. Delicioso.
Mi último recuerdo del whisky era desde los 10 años, cuando me tomaba los conchos que dejaban las visitas de mis papás, y me parecía pésimo. Pero ahora, todo había cambiado, aromático, intenso, 46 grados… qué les puedo decir. Dupliqué la ración y me arrastré de vuelta a la cama. Dormí como una guagua, sin parar, de ocho de la noche a ocho de la mañana, sigo resfriada, tampoco es milagroso, pero sirvió para pasar la noche. Estoy esperando que se hagan las nueve para volver a prepararme mi segundo Hot Toddy.