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Perreo: Por qué amar el reggaetón no me hace una ‘perra’

Hay letras peores que las de Maluma y no solo en el reggaetón.

Por Luz Lancheros

Vengo de Colombia, un lugar que, para horror de muchos con mentalidad colonial, tiene una importante herencia afro. Una que se ha visto, musical y dancísticamente, en ritmos fascinantes, como el porro o el mapalé. Esta también nos heredó el contoneo, el flow, la cadencia, la sensualidad y la lujuria. Movimientos sinuosos que disfruto en música como la champeta, la tía más tradicional (y con más sabor) del reggaetón, que proviene de los barrios populares de Cartagena y que quiere ser erradicada de la ciudad en un arranque racista y clasista que desde hace cuatro siglos impera: el baile es «inmoral», todas sus producciones lo son y «no es buen ejemplo para los niños».

Tanto casi como el reggaetón, que es ese baile que todos desdeñan en público, pero que todos bailan por la noche y el que hacen sonar en su radio o en las fiestas. Un ritmo al que descalifican por las mismas razones que la champeta o que cualquier baile afro: no solo por su contoneo sensual, o su estética de ostentación, sino también por sus letras machistas. Muy machistas, como la de la última canción de Maluma. Donde la mujer es un objeto y no cuenta su opinión. Y en esa lógica, la mujer que escucha o ama el reggaetón es una «sometida», una «estúpida» y solo quiere ser un objeto sexual.

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Tengo casi 30 años, una carrera profesional, sé quién es Bob Dylan y adoro a Glenn Miller. Mis autores favoritos son los que se burlan del arribismo social: William Thackeray y Alfredo Iriarte, de Bogotá. Leo de Historia Universal. No quiero que ningún hombre me mantenga y sí, como a muchas, me gusta bailar reggaetón. ¿Tengo necesariamente que obedecer a ese prejuicio racista y religioso de hombre blanco, occidental y europeo que me dice que bailar como quiero bailar, sobre todo música así, me hace inevitablemente una mujer que se «degrada»?

Quisiera, más allá de esta premisa que no hemos erradicado en siglos y que tiene amplios tintes de clasismo («La música del Brayan y la Britany»), saber por qué todos estos ritmos, que no se diferenciaron en su momento histórico o cultural del rock and roll, por ejemplo, tienen tanta reticencia y a la vez son culturalmente aceptados y hasta convertidos en expresiones de sofisticación (J Balvin fue portada de Vogue, por ejemplo).

 

La verdad es que, a pesar de los repetidos mensajes de que son «pésimos», el reggaetón y los reggaetoneros son como los cigarrillos: se siguen bailando y siguen siendo consumidos por millones de personas, personas cuyo IQ o categoría moral no puede comprobarse a primera vista ni deducirse a través de la música que escuchan.

Siempre me he preguntado por qué, si hay canciones como ‘Back off Bitch’ de Guns N’ Roses, donde se maltrata claramente a una mujer, o ‘I’ll be watching you’ de Sting, que habla de un acosador temible ( y son artistas perfectamente «aceptables» para el cultureta que se quedó en la vieja postura de «el rock es mejor y toda la música de negros que no haya sido moldeada por los blancos es basura»), no se les juzga con el mismo rasero.

¿Por qué el glam ochentero, tan misógino en sus posturas y con sus mujeres, no fue juzgado históricamente de la misma manera que es juzgada una expresión cultural que debería estudiarse más allá de la pretendida superioridad moral o intelectual? ¿Por qué tampoco ocurrió con el hip hop o el metal y sus géneros más pesados y comerciales en la década de 2000? ¿Por qué se sigue teniendo esa visión tan propia de Theodor Adorno, que juzgaba con la misma vara hace 100 años, toda la industria cultural, considerando lo que era reproducible como insulto a la «Alta Cultura»? 

 ¿No es igual la presentación de la mujer en el reggaetón que en el video de Warrant, «Cherry Pie«?  

También quisiera saber si alguno de ellos ha escuchado a Ivy Queen, reggaetonera boricua que ha triunfado con sus letras en un mundo meramente masculino y en una industria en general misógina. O a Chocolate, la reggaetonera argentina que habla de cómo complacer al sexo femenino y de cómo las mujeres pueden empoderarse. O si alguna vez se estudiará y se tomará en cuenta una música tan polémica, pero tan consumible y tan gozable, más allá de un prejuicio fácil o un análisis excluyente y si llegará el momento en el que se aborde como un objeto de estudio y sobre todo, de deleite, para tantas mujeres que no somos menos solo por bailar o escuchar música que disfrutamos.

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