Espectáculos

De Carrie Bradshaw o como ‘Sex and the City’ nos arruinó la vida

La neoyorquina entaconada con pésimo gusto en hombres es nuestro nuevo cuento de hadas moderno. Y uno muy conservador.

De la cínica mujer soltera de los años 90 que detestaba los niños, vestía de negro y fumaba como cafetera, no queda nada: ahora Carrie Bradshaw es todo menos lo que el personaje que ‘Candace Bushnell’ creó y que reflejaba la soltería femenina de finales del siglo pasado. De esa mujer con opiniones libres y exploraciones sobre sexualidad, pareja y amor, solo queda una ultraprejuiciosa narcisista con pésimo gusto en hombres y nulo sentido financiero. Porque no: luego de revisar el discurso de una de las primeras grandes series femeninas que creó un mito, lamento decir que esta no envejeció bien y ni siquiera pasa el juicio de la Historia. Carrie Bradshaw es lo que ahora nadie en sus cinco sentidos quiere- ni puede- ser: una mujer que temporada tras temporada prefería comprar zapatos caros a pagar la renta y vivir bien (entiéndase no sobrevivir a punta de comida china)  y que era vapuleada por el tipo psicópata hasta lograr ‘domarlo’ a costa de muchas lágrimas y poco amor propio. En esta era millennial, donde apenas podemos pagar nuestra renta, con empleos precarios y explotación laboral, ya no tenemos tiempo para Cosmopolitan o para comprar bolsos Birkin que solo vemos en Instagram, colgados del brazo de influencers ricas. Carrie fue la primera. Y por eso es tan lejana a nosotros como todas las otras.

Las nuevas generaciones, aunque reconocemos el impulso que ‘Sex and the City’ dio a la mujer soltera y el cómo situó el sueño de la moda y el consumo como el nuevo cuento de hadas moderno, saben que la serie, por lo menos tocante a Carrie, es solo eso: un cuento de hadas. Ahora hay infinidad de artículos y cuentas que cuestionan sus juicios sobre la sexualidad y sobre la raza por parte de ella y de sus amigas (como la maravillosa cuenta de Instagram Woke Charlotte, donde ponen a la princesa WASP con discursos feministas que hacen ver cuán encerrada sobre sí misma era la serie si se habla de su propio privilegio). Cómo es que nunca pudo pasar de un tipo como ‘Big’, un psicópata que la humilló de todas las formas posibles. Cómo es que apartó su vida por un artista ruso con las mismas características. Y cómo es que no se daba cuenta de que ella no era el centro del universo y que sus amigas, Charlotte, Miranda y Samantha, por lo menos le dieron un poco de esa dignidad, modernidad e independencia a una serie que a finales de los 90 era todo eso, pero que se fue cayendo a medida que se desarrollaban las líneas argumentales de las protagonistas y los dos bodrios de las películas. Sí, esas películas que tiraron al traste conversaciones tan interesantes como el de por qué los hombres prefieren la belleza física, por qué no se comprometen, si nosotras somos ‘zorras’ (como decía una columna de Carrie) y que mostraron, aparte de un vestuario maravilloso, solo a cuatro mujeres con mucho dinero con problemas ya poco trascendentes y aventuras de solo… cuatro mujeres con mucho dinero.

Eso sí, no todo es defenestrable: en la última película hay debates tan interesantes como el hecho de que la moda sea el único ‘liberador’ de las mujeres (¿cuántas mujeres árabes pueden costearse ropa de lujo?) y también es loable  el destino de las tres amigas de Carrie, que son mucho más cercanas, a pesar de su dinero, al modelo de mujer independiente y feminista de hoy.  Tan solo el hecho de que Cynthia Nixon vaya por gobernadora de Nueva York es pura justicia poética, porque eso imaginábamos para Miranda, quizás la más lúcida de las cuatro: un destino brillante. Un destino donde la carrera cuenta más que la frivolidad pura que encarna Carrie. Y uno que ella defendió pagando un precio muy alto, pero sin dejar de ser ella misma. Cosa que también pasó con Samantha, símbolo supremo -aunque hiperbolizado- de la liberación sexual femenina. A Charlotte también se le dan méritos: pasó de ser la típica mujer rica que aspira a casarse con un heredero príncipe encantador para ver que no todo puede ser ‘perfecto’ y que ese cuento de hadas puede oprimirte y hacerte infeliz como a muchas otras antes que a tí. Su marido, el genial y chabacano Harry Goldenblatt, debió ser el que la serie debió vender como el ideal de ‘príncipe azul’ y no al cuatropareceres sin inteligencia emocional de ‘Mr. Big’.

Sí, ‘Sex and the City’ marcó nuestra vida, pero arruinó nuestra vida. Fue el  pionero del modelo ‘chick flick’: nos puso a Cenicienta en apartamentazo, con Manolos de 500 dólares azules, ejecutivo a bordo y vestuario fabuloso y todas las chick flicks que le siguieron trataron de imitarla. Pero incluso como vimos en ‘Loca por las compras’, la que compra mucho se arruina y puede perderlo todo. Porque después de todos los ataques terroristas,  crisis económicas, de desilusiones generacionales  y  de conciencias más despiertas sobre lo que es ser mujer, esa mujer que es Carrie Bradshaw no nos representa más. Aunque, tan contradictoriamente como ella, disfrutemos de ver sus aventuras en un Nueva York idílico de los 90 antes del duro golpe de la realidad que ‘Girls’ nos mostró en todo su esplendor. Ese esplendor de nuestra propia vida mientras vemos a Carrie correr con tacones en un póster veinte años atrás.

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