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Solange Lackington habla de la cirugía que la tuvo al borde de la muerte

Y lo dice convencida, después del temporal. Porque hace unos años –y todo en un periodo corto de tiempo– terminó una relación de 23 años, se dio una segunda oportunidad en el amor a los 49, y estuvo al borde de la muerte debido a una infección. Fue una época que movió todo su mundo Y la hizo entrar en sus miedos más profundos, pero de la que salió airosa.

Agradecimientos a Teatro Mori Parque Arauco.
Por: Carolina Palma Fuentealba.
Fotografías: Gonzalo Muñoz Farías.

Pocas actrices han interpretado papeles tan disímiles como Solange Lackington (53). La hemos visto como una divertida mujer popular en «Brujas», una mamá profunda en «Papá a la deriva», o una «cuica» en «Soltera Otra Vez». ¿La gracia? Todos dejaron huella en el público. Actualmente aparece en «Ámbar», de Mega, como la intensa «Mireya». Pero no olvida el teatro, porque también protagoniza, con Gonzalo Valenzuela, «Trevor», una obra basada en un hecho real de un chimpancé que vivió con una mujer por varios años. Impacta su calidad interpretativa y los grados de locura que alcanza. Como dato, termina este fin de semana en el Mori Parque Arauco.

Entre tanta actividad laboral le queda tiempo para compartir con sus hijos y para ella misma. Solange se casó muy joven con Fernando Castillo, actor y sicólogo, tuvo cinco hijos, y siempre fueron su prioridad. Tanto así que confiesa que no pensaba en actividades de relajación o viajar, que ahora sí se permite.

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Tras separarse después de 23 años de matrimonio, bajó de peso, sofisticó su look, se sentía linda, y en ese estado encontró una nueva pareja. Con este hombre –del cual no quiere hablar– se casó formalmente a fines de 2011, pero se separó el 2013. Al preguntarle por su corto matrimonio, dice categórica: «No quiero entrar en más detalles de esa relación, porque fue breve y no dejó huellas».

El año siguiente fue más complicado. No debido al término de la relación, sino que su salud se deterioró después de una cirugía de levantamiento de mamas y una abdominoplastía.

Se comentó sobre un problema de salud tras someterte a una abdominoplastía. ¿Qué pasó realmente?
Lo más importante de esa experiencia es que entendí que uno debe estar atenta en cualquier tipo cirugía. Siempre te hacen un chequeo médico previo, exámenes varios que provocan que una vaya confiada a la operación, pero existe un riesgo. Bueno, por eso uno firma una especie de «sentencia de muerte», porque te haces responsable de todo lo que vaya a pasar. El tema es que cuando «algo» ocurre tiene que existir un manejo importante para que sea lo menos invasivo posible. Me refiero a una infección que se puede controlar.

¿Te diste cuenta de la situación?
Cuando me operé, se supone que al tercer día te vas a tu casa. A la segunda semana te haces el drenaje linfático, y después sigues tu vida normal. En mi caso, al tercer día del post operatorio, hice temperatura en mi casa varios días. No fui bien contenida por el equipo médico, porque consideraron que era normal. Hasta que un día llegué a tener 40 grados de fiebre, y me tuvieron que derivar de urgencia a donde había sido operada. Estaba con una infección muy grande que venía de la zona de la operación, del abdomen.

¿Demandaste al médico?
Sí, estoy en un proceso, y por eso no puedo hablar mucho del tema. No puedo emitir juicios al respecto.

¿Qué pasó después con tu abdomen?
Mi piel se comenzó a necrosar. Estuve cinco meses con una herida abierta. Fui operada tres veces por el mismo médico. Intenté buscar otra opinión, pero tampoco quise que me interviniera otra persona, pensando que el primer médico podía decir «no me hago cargo de esto». Pero fueron cinco meses de herida abierta, conectada a un aparato que iba aspirando todo el líquido que secretaba. La segunda operación fue un aseo quirúrgico y la tercera para cerrar la herida. Pero de nuevo no quedó bien, se produjo un edema enorme que se solidificó y, cuando volvió a su estado líquido, reventó la herida nuevamente. Quedé una vez más con el aparato que aspiraba líquido.

¿No pudiste trabajar todo ese tiempo?
Nada. No pude trabajar, perdí dos obras de teatro y no se renovó el contrato con el canal que trabajaba (Canal 13). Fue devastador. Una experiencia que jamás pensé que tendría esas consecuencias. Eso pasó hace un tiempo (2 años), ahora estoy bien. Tengo una secuela, obviamente. Hoy puedo hablarlo serenamente, pero significó un daño muy grande emocional, y una cicatriz evidente que está ahí. Soy actriz, trabajo con mi cuerpo…

«Trabajé el miedo morir»

¿Te cuestionaste por qué a las actrices se les valora más por su imagen, a diferencia de los hombres?
No entré en ese cuestionamiento porque he sido una actriz que nunca ha puesto el acento en el físico. Desde siempre, desde la escuela, ser actriz lo fundamenté en mi capacidad de construir, de componer, sobre todo en televisión. Nunca estuvo puesto el acento en que tenía que ser flaca, linda.

Luego del término de tu matrimonio, ¿sentiste que tenías que renovarte?
Sí, pero pasaba por el hecho de preocuparme de mí. De no estar siempre al servicio del trabajo y de los hijos. Quizás comprarme cosas bonitas, ir a un spa, leer y descansar más de la cuenta, ser más mujer y menos mamá.

¿Necesitaste terapia sicológica?
Superé esto con harto trabajo terapéutico. Antes había ido a terapias, pero no tan en serio como ahora. Tomé una terapia intensa.

¿Ahondaste en otras cosas de tu vida?
Sí, en el miedo, trabajé el miedo a morir. No morí, luché para no morir, pero igual quedas con una aprensión contigo misma, a la vida. Quedé con una hipersensibilidad frente a todo, y tuve que trabajarlo. Tenía que fortalecerme, porque después de que me repuse vinieron todos los coletazos a la gente que estuvo conmigo, como a mis hijos y mis papás. Es una bendición muy grande tenerlos con vida, gracias a ellos soy lo que soy. Debo confesar que todavía siento que no estoy preparada para que dejen de estar a mi lado. Espero que Dios sea benevolente, que me duren mucho tiempo más. Son maravillosos y comparten mucho con mis hijos.

Tienes niños de todas las edades…
Sí, el menor es de 9; después tengo de 13, 17, 25 y 26. Ahora hace rato que vivo sola con ellos y me siento feliz. Mis cabros son maravillosos, me adoran, me respetan, me admiran. Hoy hago lo que quiero, trabajo en televisión, en teatro, me voy de viaje. Tengo amigas, amigos y si quiero tener pareja, tengo, si no, no.

¿Ahora estás en pareja?
Ahora no. Estoy feliz, muy contenta.
Pocas personas saben que te criaste sólo con hombres, ¡y todos tus hijos son hombres!

¿Qué te entrega estar tan cerca del género masculino?
Me crié con hermanos varones y tengo puros hijos. En realidad cuando iba en el cuarto hombre me gustó que todos fueran del mismo sexo. Quería puros hombres porque es entretenido tener una casa para ellos. Son lo mejor que me ha pasado, y tengo la exclusividad de ser la única mujer que habita entre ellos aún (ríe).

El teatro

En «Trevor» interpretas la vida de Sandy Herold, la dueña del chimpancé que vivió 10 años con una familia estadounidense. ¿Te parece que nos estamos involucrando demasiado con los animales?
¡Para ella era un hijo! Quizás es la dinámica que opera en mujeres solas, que no sólo quieren una mascota. Además en la obra tengo una responsabilidad mal entendida, porque no es un animal para tener en la casa, como un perro o gato. Ahora hay muchas personas que prefieren relacionarse con la animalidad más que con la humanidad. «Trevor» habla de la soledad, de la incapacidad humana de relacionarse unos con otros, y de preferir convivir con un animal. Por cierto, no tiene nada de malo.

¿Cuál es la real historia de su polémica muerte?
Un día el mono saca las llaves del auto, porque «manejaba», y la dueña le pide a su vecina que se las quite. En un ataque de furia, el animal le muerde la cara y los brazos. La dueña intenta matarlo, pero no puede. Llega la policía, le dispara y muere. Esto generó una polémica feroz en Estados Unidos acerca de la tenencia de animales no domesticables. A causa de sus mordidas a la mujer se le hizo el primer trasplante de rostro, y el Estado demandó a la dueña del chimpancé. Finalmente Sandy muere de pena, porque el mono era su motivo para vivir. Ella había perdido antes a un hijo y a su marido. Interesante cómo Nick Jones escribió esta obra que tiene una contingencia importante…

Sí, muy actual. Hace poco murieron dos leones en el zoológico de Santiago por actuar como lo que son, animales.
Ahora se están desarmando los zoológicos, los animales se van a parques donde pueden estar en un hábitat natural. Hay una mayor conciencia sobre el cuidado animal y de la naturaleza. Más que humanizar a los animales, debemos respetar su animalidad, y estar al servicio de la naturaleza.

¿Logras entender la cabeza de esta mujer?
Defiendo a este personaje absolutamente, una mujer a la que se le iba la vida cuando tuvo que herir a su propio mono-hijo. Ella estaba bastante enferma, le daba vino, comían de la misma comida, y termina –prácticamente–siendo un animal también. Por mi parte no había trabajado en una obra donde un actor representara a un animal y tuviera que interactuar con él como si fuera mi hijo. En meses de ensayo con Gonzalo (Valenzuela) buscamos este amalgamiento para lograr el fiato de chupetearnos, que se tire encima, que me tironee o que coma de mi boca. Es un teatro físico, de señas, y representa muy bien los dos mundos. Es un trabajo interesante, un imperdible.

 

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