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«Desde chica supe que quería meterme en vidas ajenas y contar sus historias», relata Maite Alberdi (32), quien creció observando con atención a las personas que la rodeaban. Su casa pasaba llena con sus amigos, los de sus cuatro hermanos y su abuela, quienes también los acompañaban en el verano; a diferencia de muchos, la mamá de Maite buscaba lugares concurridos para las vacaciones. Veía gente conocida, pero también observaba a los desconocidos cuando la sentaban en la entrada de su casa, donde a su mamá y abuela les gustaba conversar mientras miraban a la gente pasar. Hoy hace lo mismo: observa silenciosamente, pero con una cámara en las manos.
Una disputa entre dos salvavidas en la costa del litoral central, un asilo de inmigrantes con Alzheimer, o un grupo de adultos con Síndrome de Down, son algunos de los nudos centrales en los que trabaja, temáticas poco vistas pero cotidianas y, por sobre todo, reales. «Más que inventar historias, las salgo a buscar… La ficción se queda chica al lado de lo que pasa realmente en la calle», asegura.
Pero por sobre las tramas de sus documentales, destacan sus personajes tratados en profundidad, ya que cada proyecto significa años de silencioso seguimiento. Para su primera película, «El Salvavidas», pasó dos veranos investigando y entrevistó a 180 guardias costeros antes de elegir un protagonista. «Tengo relaciones eternas con los personajes con que trabajo. Es un proceso en el que me transformo en uno más de esos espacios y comparto otra vida, distinta a la que me tocó», afirma Maite, como si observando con el lente desde un rincón se transformara en parte del mobiliario del lugar. Porque así se define ella: una observadora social.
«Para el estreno de mi primera película mi abuela me dijo que no podía ir porque tenía la once con sus amigas. Me enojé mucho y al principio no la entendí, pero no pude evitar ir a ver de qué se trataba», cuenta. Durante cinco años grabó una vez al mes a este grupo de amigas del colegio, mientras se replanteaban la vida, el amor, los hombres, la política y el sexo. «Las vi aprender a usar WhatsApp, dimensioné la desfachatez de la edad, la importancia del rito y la amistad para ellas. Quería romper el estereotipo que se tiene de la vejez en cuanto a la soledad y el estar out».
Al comienzo se preguntaba por qué la gente querría ir al cine a ver un grupo de señoras conservadoras y testarudas, pero se sorprendió con lo que descubrió. «La película permite abrir discusiones y mundos de todas las clases. Es entender por qué piensan así. Les tocó un siglo de cambio, salieron del colegio sin poder votar y ahora tienen que legislar sobre el matrimonio homosexual. Las criaron para casarse, ¿qué se les puede exigir? Yo las quiero como son».
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Fueron cinco años de trabajo que conllevaron una fuerte carga emocional. En el transcurso, su abuela murió del cáncer de huesos que la aquejaba hace años. Tiempo después, también murió su mamá. «Mi abuela fue un regalo. Fue un golpe cuando murió, pero uno rescata la sensación de la buena vida. No fue una muerte injusta como la de mi mamá, a la que le quedaban tantos años», comenta con serenidad.
«La Once» ha ganado en seis festivales de cine en los que se ha presentado. «Para mí, el éxito de mis películas es ver a la gente salir de la sala de cine hablando de lo que quiero expresar, poner los temas en los medios. No una cantidad de espectadores o premios» dice, al tiempo que emana una fuerte sensación de seguridad en sí misma y en sus proyectos. «No creo en el fracaso, tampoco en la suerte. Confío en que si la gente trabaja, las cosas van a funcionar».
Fue premiada como la Mejor Directora Femenina en el Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam. «Hicieron un foro de las dificultades a las que se enfrentan las directoras por ser mujeres, pero me sentí excluida de la discusión, ya que entiendo que pase en otros contextos laborales, pero ésta es una carrera creativa donde pesan las ideas, y no el género», dice convencida. Y agrega: «creo que las mujeres tenemos una capacidad relacional comunicativa empática fuerte para producir cambios en cualquier nivel».
Maite habla de lo difícil que es financiar el cine, de las preventas a canales extranjeros, los fondos concursables estatales con sus formularios eternos, los prejuicios del chileno para ver cine nacional. Pero, al mismo tiempo, habla de la pasión que la inspira cada día y de cómo pone el foco en comunicar sus ideas. «No busco un punto de vista de si las cosas son buenas o malas, quiero romper paradigmas y mostrar que las cosas son más complejas y profundas de lo que se piensa. Después de conocer los matices del otro, siento que no lo puedo juzgar, hay un nivel de entendimiento diferente», dice, y es que ella se involucra a fondo con sus personajes.
Para el cortometraje sobre adultos con Síndrome de Down está buscando generar conciencia acerca del tema. «Quiero acercar una normalidad que uno no piensa que existe y encontrar trabajos con los que puedan sustentarse económicamente. Ellos tienen algo con lo que todo el mundo se puede identificar: son personas que están envejeciendo sin vivir lo que querían».