El 28 de marzo de 1941, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, Virginia Woolf se llenó los bolsillos de piedras y caminó hacia el río Ouse para no salir viva. Tenía 59 años.
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Es posible que haya intentado suicidarse antes, pues días atrás había regresado a casa empapada, después de su paseo matutino. Explicó su aspecto diciendo que se había caído. Por aquel entonces estaba sumida en la depresión, y prácticamente ya no producía.
Sin embargo, lo que dejó antes de irse es invaluable: Orlando, Mrs. Dalloway, Las olas, Una habitación propia, un montón de afirmaciones brillantes… También dejó dos cartas suicidas, una para su hermana Vanessa y otra para su esposo Leonard, las dos personas más importantes en su vida.
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Algo sucede con las cartas de suicidio: nos ofrecen la ilusión de un vínculo con sus autores. Cuando las leemos, creemos entrar en contacto con la realidad que vivían, a diferencia de la ficción, la verdadera pauta de nuestra relación con ellos.
Ésta es la carta para Leonard, austera y lúcida en su descripción del amor y la locura.
Querido:
Fuente: Brain Pickings