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Pellejerías de una separada: La catedrática del divorcio. Por Leo Marcazzolo

El problema es que soy rebelde y no quiero que me guíe en nada. Igualita a la novicia rebelde, sólo que separada.

 

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Mi amiga Francisca se siente gurú. Gurú de las divorciadas. Eso, porque se separó hace mucho. Se siente experta y quiere ser mi coach. Según ella, es la única forma de que «evolucione» un poco; cree que evolucionar es parecerse a ella. Se siente inteligente tratándome como su pupila. Piensa que como soy una «advenediza» puede guiarme en todo. El problema es que soy rebelde y no quiero que me guíe en nada. Igualita a la novicia rebelde, sólo que separada. Aunque no soy lo suficientemente fuerte como para resistirla, y termino haciéndole caso en todo. La sigo como sonámbula. El otro día no más accedí a una más de sus ideas: ir a una cita a ciegas de separada.

Pocas veces en mi vida he vivido algo tan triste como una cita a ciegas de separada. Es lo mismo que ponerte en cuclillas para recoger los platos rotos de tu matrimonio. Ni siquiera cuando me hice pipí de miedo frente a «Monga», de Fantasilandia, sentí algo tan bochornoso. La cita era a las nueve. Llegué a las nueve y media y ya habían arribado todos. Estaban ahí sentados mirándose entre ellos con cara de no saber qué hacer; la cara de pescado podrido no se las sacaba nadie. Supuestamente era porque yo había llegado tarde. Estaban tomando agua…, ¿qué clase de gente toma agua en un restaurante? La cita comenzaba mal.

Mi prospecto era el amigo íntimo del pololo de mi coach. Mi coach quería presentármelo para establecer el «nuevo orden». Así dijo. Un cuarteto. Eso es lo que buscaba. Aunque claramente el prospecto estaba más interesado en cuidar su bolsillo que mi persona. Era tan coñete que sólo se pidió una Fanta. Era viejo. Tenía poco pelo, y el poco que tenía se le estaba cayendo por mechones. Era calvito. Al primer golpe de vista no me gustó el calvito. Se lo dije a mi coach y se sintió ofendida. Me dijo que si seguía tan «regodeona» me quedaría sola. En estado de capullo eterno. Para mi coach el estado de «capullo» eterno significaba lo mismo que estar divorciada y andar sin nadie. Tal como andaba yo. Mi prospecto de pronto dijo que tenía cuatro hijos. Comenzó a ponerse latero con el tema de sus cuatro hijos. Siempre he odiado a los hombres que se quedan pegados con ese tema.

Dijo que eran niños muy malcriados. Muy mal agradecidos y muy llorones. Dijo también que se subían a la cama, y se hacían pipí para molestarlo. Dijo además que cuando iban al Mc Donald´s se portaban mal. Atormentaban a los funcionarios diciéndoles que las hamburguesas tenían carne de mutante. Según ellos, las hamburguesas eran mutaciones entre carne de ardillas y caballos. El prospecto también hablaba muy mal de su ex mujer. Mi prospecto no me gustaba nada. Aparte de calvito era criticón y mal intencionado.

Se lo dije a mi coach y me retó de nuevo. Nuevamente me dijo que me quedaría sola. Estábamos en el baño. Las dos mirándonos frente a frente. Contra el espejo. El espejo nos reflejaba de cuerpo entero. Mi coach no paraba nunca de hablarme de mi futuro «negro». Me decía una y otra vez que me quedaría sola. En estado de capullo eterno. Eso, hasta que de pronto reaccioné. Le dije una cosa horrible. Le dije que si le gustaba tanto el calvito, que por qué no se quedaba con él. Y ella sólo guardó silencio. Por primera vez en su vida se quedó callada. Por primera vez en su vida decidió que lo mejor sería dejar definitivamente de ser mi coach.

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