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Por Sandy Fuentes
(@CasadaNeurotica).
Ilustración de Evelyna Callegari (@EvelynaCallegar)
Martes, 1° de Oct.
Clementina se casó el sábado en Curicó. Llegamos cuando ya había comenzado la fiesta, porque un camión de tomates se volcó en la carretera, pero eso me dio tiempo de ponerme los ruleros en el auto y llegar bien peinada, como la vieja elegante que soy.
El novio le dio una serenata rockera con su banda y yo estaba tan emocionada que quería subirme a cantar con él, pero me aguanté las ganas. En cambio, me puse a ver cómo se le derretía el rímel y se le caían las pestañas a la Cleme, y también me puse a llorar.
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La invitación decía expresamente «no llevar regalo», porque ellos son vegetarianos y porque tienen una filosofía anti-mall muy adelantada a nuestra época. Así que se me ocurrió comprar una gran tarjeta de felicitaciones y hacerla firmar por toda su familia y amigos durante la fiesta. Porque quiero que tengan un recuerdo lindo cuando vivan en Buenos Aires y porque me gusta hacer cosas para que la gente me quiera más.
Mi primera amiga que se casó fue Aurora. Se casó con un testigo de Jehová, hace cuchucientos años. No pude aguantarme las lágrimas durante toda la ceremonia y me senté en un rincón a llorar secretamente. Una de sus tías se acercó, me puso la mano en el hombro y me dijo «no llores hija», yo asentí con la cabeza y me acomodé el moño. No estaba llorando de felicidad, tampoco por recordar casi una década de vivencias inmejorable juntas (ganando madurez y perdiendo novios), lloraba por no haber sido yo la que se casaba primero. Y lloré todo el camino de regreso a mi casa. No sin antes haber sido la amiga sexy de la novia, con la que todos quisieron bailar aquella tarde.
Aurora era una de esas amigas con talento para encontrarte defectos inexistentes y pincharte el globo en una fiesta. Toda una garrapata energética. Siempre me encontró muy flaca, muy velluda, y muy alegre para su gusto, y vivía en el spa haciéndose tratamientos reductivos y depilaciones tortuosas. Pero yo la quería como a una hermana. Aurora se divorció de mí, al año siguiente de su boda, cuando su primer marido también le pidió el divorcio.
Aún hasta ahora extraño consolarla, cuando hace quince años era ella quien, apoyada sobre mi hombro, se ponía a llorar.
Para conocer a la autora y leer todo su diario, ingresa a www.casadayneurotica.com