Haciendo zapping hace unos meses me topé con un programa que me dejó con la boca abierta. Lo primero que pude ver fue a una pequeña vestida como princesa, bastante pasadita de peso para su edad y que acarreaba a un cerdo miniatura de un lado a otro. El animal, al que llamaba Glitzy (algo así como Brilloso), estaba aterrorizado, pero a ella no parecía importarle. En ese momento lo que realmente le importaba era actuar, decir palabrotas y lucirse frente a la cámara, que no dejaba de registrar cada uno de sus movimientos. Así fue como descubrí Here Comes Honey Boo Boo, el criticado reality show transmitido por el Canal TLC.
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Compartimos algunas escenas del reality:
El espacio, que ha tenido un gran éxito en audiencia en Estados Unidos, se centra en la vida de Alana Thompson, más conocida como Honey Boo Boo, una chiquilla de siete años salida del horroroso programa de concursos de belleza infantil, Princesitas. Fue en ese show televisivo donde se hizo famosa la revoltosa niña, quizás por su chispeante personalidad y, por supuesto, por su particular familia: una madre obesa que sobrealimenta y malcría a sus cuatro hijas, una hermana adolescente embarazada y un padre mustio y sin opinión. Personajes divertidos y pícaros que integran este circo televisado y que configuran el retrato perfecto de una típica familia campesina estadounidense.
Cada capítulo es una muestra de los berrinches y caprichos de Alana, de su adoración por los concursos de belleza y el glamour, de los eructos y bostezos de su madre frente a la cámara y del soez vocabulario de su familia. En resumen, un show televisado que funciona como radiografía de la sociedad norteamericana, al poner en evidencia todo aquello que -frustradamente- han querido ocultar, como sus severos problemas alimenticios, su pobreza cultural, las desventajas de su sistema educacional y el consumismo que los domina.
“Los momentos más desagradables de Here Comes Honey Boo Boo”:
Es cierto: Here Comes Honey Boo Boo es uno de esos programas para reír a carcajadas y disfrutar. Los personajes, a pesar de sus grandes carencias culturales, son simpáticos y cariñosos, lo que produce cierta ternura en el espectador. Pero, ¿cuál es la línea que separa esa ternura de la lástima? ¿Nos estamos riendo de su simpatía o de la zafiedad, chabacanería y escasa educación que los caracteriza?
Sería cínico de mi parte decirles que dejaré de ver este programa, porque sí es cierto que disfruto con las aventuras de esta pequeña. Aún así, no puedo negar que esa risa muchas veces tiene un sabor amargo; el mismo sabor que deben sentir aquellos norteamericanos que día a día se sientan a almorzar frente al televisor mientras, sin darse cuenta, ríen de si mismos y de lo que ellos han denominado como su white trash.