Dice el artista que al leer sobre sus vidas, sus costumbres, como celebraban sus ritos o ceremonias, para los cuales acostumbraban a pintar y adornar sus cuerpo sus con pinturas especiales. Tras investigar su dramática extinción, donde fueron asesinados como animales salvajes a punta de balazos o ahogados en el mar. De una población estimada en mas de 4.000 individuos que vivían para el año 1881, ya para el año 1891 había disminuido a menos de 2.000 llegando al punto que se pagaba una libra por testículo y un ceno y media libra por cada oreja de niño; eso sin duda fue un verdadero genocidio. En el año 1974 murió Ángela loij, la única representante pura de esta magnifica y pacífica etnia.
Este dolor que traspasó la sensibilidad de Mario; lo llevó a relatar esta historia en sus esculturas, ya que éstas le dan el volumen a estos seres, cosa que la pintura no permite. En un pedestal estos seres quedan libres, sin un marco que los comprima, recibiendo el sol y el viento. Como a ellos les gustaría acota el artista.
Mario, – quien trabaja en el taller Huara Huara – al sentir el noble barro modelada por sus manos unidas al dolor que estos seres humanos vivieron, logra cada ves mejores resultados, es como si ellos quisieran continuar sus truncadas vidas, a través de las esculturas de nuestro artista.