Hay una faceta de mí que ustedes no conocen mucho, soy muy necia. Se me ha quitado un poco, pero a pesar de todo tiene sus lados positivos. Por ejemplo, no me rindo fácil, ni siquiera con esas cosas que como que en realidad no son lo mío. O, por ejemplo, a veces lo que me gusta no es lo común. ¿Ejemplos? No me gusta el pop y mis ritmos preferidos, son el tango, flamenco y la música regional.
El futuro del gran amor de mi vida es incierto, y no me refiero a un hombre, sino a eso que quiero hacer con mi vida: la ópera. (Aunque en realidad lo del hombre en este momento también parece una causa perdida).
La ópera, después de acompañar a la humanidad por 500 años sufre de un futuro incierto. Y un público que va disminuyendo. Igual, eso no me quita las ganas, lo hace un reto más emocionante.
Pero me ha pasado con todo, ese café que está muy a gusto y que descubres una semana antes de que cierren. A veces no sé si mis gustos son sólo muy extravagantes o si en verdad tengo una facilidad para enamorarme de las causas perdidas, como la casa donde vivo ahora que mi tía quiere vender.
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Lo bueno de enamorarse de las causas perdidas es que uno aprende a no aferrarse. Ayer mi mamá me reclamaba que porqué nunca quiero ir a visitar la casa de mis padres. Yo le dije que mientras vea a mi familia, en realidad no importa dónde. No me siento apegada a ningún lugar. Si mañana me tengo que ir a vivir a otro lado, sólo agarraré mi maleta y me iré sin más. Creo que es una forma sencilla de vivir la vida.
Como dicen por ahí, el arte de perder no es difícil de aprender…