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La batalla de lo nuevo contra lo cotidiano

¿Salir con alguien nuevo o seguir intentando que las cosas funcionen con quien ya conoces pero no te convence?

Empezar una relación con alguien puede ser tan emocionante como aterrador. Hay quienes viven por el proceso de hacerse de nuevas relaciones durante toda su vida porque les encanta la magia y desencanto de ir conociendo poco a poco los gustos, locuras y maravillas de alguien totalmente nuevo para ellos y, cuando esto se acaba, es momento de encontrar a alguien más. Del otro lado del espectro están las personas que no son partidarias de dejar entrar a cualquier (por no decir “ninguna”) persona a su vida.

Supongo que un punto medio entre estos dos polos sería lo ideal. No tener miedo a conocer, pero tampoco dejar entrar a cualquiera. Ya saben, todo por mera precaución. Sin embargo, a mí me cuesta mucho trabajo permanecer en esa área gris. Siento que me encuentro flotando ahí, pero cuando es momento de actuar, rápidamente elijo una acción dramática: Le apuesto a todo o simplemente cierro las puertas por completo.

La cosa es que conocer a alguien nuevo y darle la oportunidad de acercarse es maravilloso pero también peligroso. Aprenderte cuál es su música favorita y escucharlo hablar lo que lo apasiona, comprobar una vez más que cada quien tiene una manera muy especial y diferente de besar, ésa es la parte que más me gusta… Pero la luna de miel puede durar muy poco y ya estoy cansada de decepciones amorosas.

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Y luego está la gente que ya es parte de mi vida por la razón que sea y que, a pesar de que tal vez no me convence del todo, me es muy difícil dejarlos ir. Creo que escuché demasiadas veces el refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer” y lo apliqué con tal desatino que se me hace prácticamente imposible no tropezar con la misma piedra dos veces. 

Ahí está todo el problema. La batalla de lo nuevo contra lo cotidiano que me hace pensar que el jardín de al lado es más verde; la idea tonta de que todo lo nuevo es bueno y la aún más tonta idea de que arriesgarse a dejar lo que se tiene por algo mejor es un riesgo que no vale la pena tomar.

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