No todas las historias de éxito se cuentan con cifras. La de Irene González, comunicadora, empresaria y jurado de MasterChef Ecuador, se narra con luz propia y la convicción de que el compromiso es el motor del cambio. Alejada de la competencia trivial y de las etiquetas de lo material, Irene ha cimentado su vida y sus proyectos en una inquebrantable dedicación a salir adelante. Para ella, la fuerza reside en la autenticidad.
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Durante una entrevista exclusiva con Nueva Mujer, conocimos a guayaquileña que está detrás del rostro conocido de MasterChef Ecuador, una empresaria incansable, comunicadora nata y, sobre todo, una mujer que ha sabido reinventarse, dejando que la vida la guíe a través de sus pasiones.

Desde muy joven, Irene demostró su espíritu emprendedor. A los 13 años, mientras sus amigas soñaban con juegos, ella ya gestionaba su “mini-empresa” de tarjetas. “Decidí hacer una mini empresa donde hacía tarjetitas de recuerdos. Se hizo tan grande esta ‘mini industria’ que ya ni dormía ni estudiaba. Me di cuenta de la capacidad que podía tener para producir y vender lo que yo ofrecía”, relata.
Esta audacia la llevó a incursionar en la televisión a los 16 años y, más tarde, a importar materiales de construcción, demostrando su innata habilidad para crear y gestionar.
“Yo no tengo sueños en el sentido de aspiraciones de llegar a... Yo simplemente disfruto el proceso de mi vida. Creo que los caminos se van abriendo y tú vas conociéndote en la medida que vas caminando”, afirma.
De la construcción a la gastronomía, su regreso a la cocina fue un homenaje a sus raíces italianas y a su abuela, quien le inculcó el amor por la comida. Así nació su restaurante Il Buco, una “trattoria” que, más allá de los reconocimientos, busca trascender como un lugar de encuentro y familia. “Mi reconocimiento real es tener 16 años en el mercado con Il Buco y que la gente nos siga dando ese apoyo y siga regresando por la comida”, enfatiza.

Una guayaquileña de corazón
La guayaquileña de corazón guerrero, como ella se describe, nos enseña la importancia de la actitud positiva frente a las adversidades. “Todo ese positivismo viene también por las situaciones que te pasan en la vida, que te hacen ser más fuerte y ser, quizás, más sabia para tomar decisiones”, revela.
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Como orgullosa guayaquileña, lleva el ADN costeño en su forma de ser y vivir. Nacida en la ciudad, con mezcla de raíces manabitas, Irene encarna esa espontaneidad y calidez que tanto caracteriza a la mujer de la Costa.
Para ella, ser guayaquileña va más allá de un lugar de nacimiento. “Es esa espontaneidad que tiene el guayaquileño de hablar, de expresarse, de ser directo con lo que dices, de no tener tanta vergüenza al actuar, bailar... Esa festividad que uno lleva todos los días a la gente y a la familia por su forma de ser abierta, eso es ser guayaquileño”, describe con pasión.
Admira profundamente la resiliencia de su gente y cómo, a pesar de las adversidades, se levantan con ánimo para construir su ciudad. “Somos ‘madera de guerrero’ cuando te levantas todos los días con ánimo, todos los días con las ganas de hacer algo”, afirma, destacando que esta actitud moldea su propio trabajo y visión.

En cuanto a la gastronomía guayaquileña, su conexión es igual de fuerte. Ama la frescura y la versatilidad de la cocina costeña, y su plato favorito es un clásico que nunca falta en su mesa: el ceviche. “Amo los mariscos, adoro el ceviche. Aquí en mi casa se come ceviche siempre”, comenta, resaltando la calidad del producto local. También confiesa su gusto por el corviche, un guiño a sus raíces manabitas que se integra perfectamente a su paladar guayaco.
Los rincones que guardan la nostalgia
Al recordar su infancia y los lugares especiales de Guayaquil, Irene se emociona al hablar de su barrio. “Yo crecí en el barrio del Centenario, y para mí tiene una nostalgia especial”, confiesa. El recuerdo de caminar sola y segura al colegio y la libertad de ese ambiente de barrio la llenan de añoranza.
Otro de sus lugares más queridos es el Malecón. Irene vivió de cerca su transformación, desde el antiguo malecón hasta el moderno Malecón 2000, un desarrollo que la enorgullece. Pero el lugar que guarda más recuerdos familiares es La Rotonda.
“Me encanta irme a sentar al Malecón porque mis papás me llevaban muchísimo allá, y conversar en La Rotonda”, recuerda.
Su carrera en MasterChef Ecuador
Para Irene, la comida es mucho más que un acto de alimentarse: es emoción, historia y tradición. Al honrar la herencia culinaria de su abuela, ha transformado su restaurante, Il Buco, en un espacio donde cada plato es una historia y cada comida, un momento especial.
Esta conexión profunda con la gastronomía fue lo que, de manera inesperada, la llevó a la pantalla de MasterChef Ecuador.

Tras una llamada de la productora y el impulso de su familia, quienes la animaron a no perder la oportunidad, Irene se sumó al icónico programa. “Mis hijos y mi pareja me dieron la seguridad de poder aceptar”, recuerda.
Hoy, valora cada instante de esa experiencia y, con una mezcla de gratitud y humildad, reconoce el inmenso privilegio de educar y motivar a las nuevas generaciones a través de la cocina. “El programa, aparte de aprender y hablar de la comida, nos enseña a amar nuestro país y la cultura que tenemos”, explica.

Durante la entrevista con Irene conocimos también su filosofía de vida. Ella no mide el éxito por premios o fama, sino por la capacidad de dormir tranquila y levantarse con felicidad para hacer lo que ama.
En su rol de comunicadora y mentora, se conecta con su audiencia de una forma genuina y empática. Se despide con un motivador mensaje: “Mujeres vivan el hoy, cultiven su mente, sean positivas siempre, porque eso es el imán del éxito”.