Cada 18 de septiembre, el mundo conmemora el Día Internacional de la Igualdad Salarial. La fecha busca recordar que mujeres y hombres deben recibir una retribución justa por el mismo trabajo, algo que parece lógico pero que aún está lejos de ser una realidad en Ecuador.
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En un país donde las mujeres representan más de la mitad de la población, la brecha salarial no es un simple número, sino un reflejo de desigualdades históricas que afectan directamente la vida diaria, el futuro económico y el bienestar de millones de familias.
La magnitud de la brecha en Ecuador
Los datos recientes son claros: según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2023 la brecha salarial ponderada de género en Ecuador fue de 9,3%. Esto significa que, en promedio, una mujer gana casi un 10% menos que un hombre por el mismo trabajo y nivel educativo.
Otros análisis son más drásticos. Considerando ingresos laborales más generales (incluyendo trabajos informales y por cuenta propia), la brecha se acerca al 16%. La diferencia no se limita a sueldos directos, sino también a las oportunidades de empleo “adecuado”: solo el 28,4% de las mujeres lo consigue, frente al 41,4% de los hombres.
Estas cifras no son solo porcentajes: representan proyectos de vida truncados, ahorros más pequeños, pensiones más bajas y mayor vulnerabilidad frente a crisis económicas.
Expectativas salariales: las mujeres piden menos
Un fenómeno llamativo es que la brecha salarial empieza incluso antes de conseguir un empleo. Según datos de la Cámara de Comercio de Quito (CCQ), en enero de 2025 las mujeres aspiraban a ganar en promedio $814, mientras los hombres pedían $928. La diferencia es de un 14%.
Este patrón revela una desigualdad aprendida: muchas mujeres creen que deben “pedir menos” para ser contratadas, mientras que los hombres suelen proyectar mayor confianza en su valor profesional. El resultado es un círculo vicioso que perpetúa la brecha.
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Obstáculos invisibles pero persistentes
Las causas detrás de la desigualdad salarial en Ecuador son múltiples y se refuerzan entre sí. Entre ellas destacan:
- Segregación ocupacional: muchas mujeres se concentran en sectores peor remunerados, como servicios, educación básica o comercio informal.
- Menor retorno educativo: incluso con niveles de educación similares o superiores, sus ingresos suelen ser menores que los de los hombres.
- Carga de cuidados no remunerados: el tiempo dedicado a la crianza, a las tareas del hogar o al cuidado de personas mayores limita sus posibilidades de ascender o aceptar empleos de mayor demanda.
- Techo de cristal: los cargos de liderazgo siguen estando dominados por hombres, lo que se traduce en menos oportunidades de ascenso para ellas.
- Informalidad: gran parte del empleo femenino se concentra en sectores sin seguridad social ni contratos formales.
Estos factores crean un escenario en el que las mujeres no solo ganan menos, sino que también enfrentan más dificultades para mejorar su situación laboral.
La evolución en el tiempo
Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre el período 2000-2021 muestra avances: la brecha ha disminuido en parte gracias al aumento de la participación femenina en la educación superior y al mercado laboral.
Sin embargo, persisten brechas “inexplicadas”, es decir, diferencias que no se justifican por educación, experiencia o sector laboral, sino que apuntan directamente a discriminación estructural.
En otras palabras: no es que las mujeres trabajen menos o tengan menos preparación, sino que el sistema les paga menos por ser mujeres.
Consecuencias más allá del salario
La brecha salarial no se queda en la cuenta de fin de mes. Sus efectos se arrastran durante toda la vida:
- Pensiones más bajas: al cotizar menos, las mujeres tienen una vejez más vulnerable.
- Menor acumulación de capital: la capacidad de ahorrar e invertir es más reducida.
- Mayor pobreza femenina: especialmente en hogares monoparentales liderados por mujeres.
- Impacto intergeneracional: los hijos de mujeres con ingresos más bajos tienen menos acceso a oportunidades educativas y culturales.
Hacia una igualdad real
Cerrar la brecha salarial en Ecuador no es solo una cuestión de justicia social, sino también de eficiencia económica. Según la OIT, eliminarla podría aumentar significativamente el PIB de los países, ya que se aprovecharía todo el potencial productivo de la población.
Algunas propuestas clave incluyen:
- Transparencia salarial: que las empresas reporten públicamente cuánto pagan a hombres y mujeres en cargos similares.
- Promoción de liderazgo femenino: abrir espacios de dirección para mujeres en todos los sectores.
- Reducción de la informalidad: con políticas que incentiven la formalización laboral, especialmente para mujeres emprendedoras.
- Programas de capacitación: en áreas de alta demanda y remuneración, como tecnología, ciencias e innovación.
- Conciliación laboral y familiar: con licencias de paternidad más largas, cuidado infantil accesible y horarios flexibles.
Un llamado a la acción
Conmemorar el Día Internacional de la Igualdad Salarial no debe quedarse en un gesto simbólico. Cada empresa, institución y persona puede ser parte del cambio.
Preguntarnos cuánto vale realmente el trabajo de una mujer es preguntarnos cuánto valoramos la justicia, el desarrollo y el futuro del país.
Ecuador tiene el talento, la capacidad y los datos claros: lo que falta es la voluntad de derribar barreras invisibles y construir un mercado laboral donde el género no defina el valor del esfuerzo.
Porque cuando las mujeres ganan lo que merecen, ganamos todos.