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Ocho mujeres surrealistas que no son Frida Kahlo

Nos encanta Frida, el arte, el surrealismo, y por supuesto, las mujeres.

La artista e ícono cultural mexicana Frida Kahlo es, sin duda, la surrealista más famosa del mundo, pero las mujeres han utilizado durante mucho tiempo el arte para pasmar las profundidades de los sueños y el inconsciente. Como la historiadora de arte Whitney Chadwick señala en el catálogo In Wonderland: Las Aventuras Surrealistas de Mujeres Artistas en México y los Estados Unidos (registro de la exposición realizada el año 2012 del museo LACMA): “El Surrealismo tuvo un modelo de prácticas creativas que animaron a muchas mujeres a adaptar sus principios a la búsqueda de vincular la auto-identidad artística con el género y sexualidad femenina”.

A pesar de que en el movimiento surrealista que tuvo lugar en la Europa del siglo XX predominaron los hombres, las mujeres han contribuido a este género a lo largo de ese siglo y hasta en el período contemporáneo. Así que dejaremos a nuestra querida Kahlo esta vez fuera, para destacar a otras ocho mujeres surrealistas cuyas carreras abarcaron todo, pintura, fotografía y hasta poesía.

Gertrude Abercrombie

Con un gusto por la luna, los gatos negros y las mujeres misteriosas, Gertrude Abercrombie conjuró un imaginario y medio oeste gótico en sus pinturas. Originaria de Austin, Texas, Abercrombie pasó la mayor parte de su vida en Chicago y, en la década de 1940, ella y su marido se instalaron en un lujoso hogar victoriano, donde a menudo realizaron extravagantes fiestas para músicos de jazz y artistas. En contraste con su agitada vida, las figuras planas de Abercrombie y los paisajes amplios -iluminados silenciosamente por el cielo de la noche- le dan un toque mundano a pinturas de otro mundo.

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Remedios Varo

Cuando comenzaba la Segunda Guerra Mundial, la pintora española Remedios Varo y su segundo esposo, el poeta surrealista francés Benjamin Péret, huyeron de la España de Franco y de la París ocupada por los nazis, estableciéndose finalmente en México, donde Varo desarrolló su ingenioso estilo de surrealismo. Muy influenciada por la literatura, la naturaleza, la religión y sus amistades con la pintora Leonora Carrington y la fotógrafa Kati Horna, Varo tradujo sus curiosidades intelectuales y espirituales en imágenes fantásticas. Desde la mujer encubierta con ojos en forma de almendra y pelo plateado salvaje, preparándose para liberarse de un espíritu masculino en Mujer saliendo del psicoanalista (1960), a una delgada figura femenina que se ve encaramada en el espacio, moliendo las estrellas y alimentando a una luna creciente encerrada en Papilla Estelar (1958), las pinturas de Varo son el más salvaje de los sueños.

Dorothea Tanning

Birthday (1942) es un cautivador e inquietante autorretrato de Dorothea Tanning como una mujer de pecho desnudo. La artista y una criatura mítica y alada miran a un intruso desconocido -quienes podríamos ser nosotros, los espectadores- que interrumpen a los personajes antes de embarcarse en un viaje por el infinito pasillo de las puertas abiertas. Inspirada en el dadaísmo, el bronceado representaba a menudo a mujeres jóvenes en estados de reposo emocional y sexualmente cargados. Dorothea vivió en Nueva York, donde conoció a otros surrealistas y a su marido Max Ernst. La pareja pasó un tiempo en esta ciudad y en Sedona, Arizona, antes de mudarse a Francia a finales de la década de 1950, donde Tanning comenzó a centrarse en la abstracción y la escultura blanda. Después de la muerte de Ernst en 1976, Tanning regresó a Estados Unidos y posteriormente publicó dos memorias.

Helen Ludenberg

En 1934, una de las mujeres surrealistas más importantes de California, Helen Lundeberg, y su esposo, Lorser Feitelson, crearon lo que se conoció como post-surrealismo, escribiendo el único manifiesto de Estados Unidos para desafiar el surrealismo europeo de André Breton -que abogaba por la expresión de “El automatismo psíquico”. A diferencia de sus colegas europeos, Lundeberg creía en emplear una forma más racional de creatividad para representar la mente inconsciente. Como un sueño lúcido, sus pinturas reflexionan cuidadosamente sobre los misterios de la biología, la astronomía y la física.

Meret Oppenheim

En el París de los años 30, Meret Oppenheim se movió dentro de los mismos círculos que Breton y Ernst, y trabajó como una reconocida musa fotográfica de Man Ray, en una serie de retratos desnudos y eróticos. Aunque ella experimentó con la pintura y la fotografía, Oppenheim es la más conocida por su vajilla cubierta de piel. Esta transformación de objetos cotidianos en referencias simbólicas, que apuntan a la explotación del cuerpo femenino por parte de la sociedad, logró que el reconocimiento de Oppenheim fuera por mucho más que ser una musa.

Kay Sage

El evocador surrealismo de Kay Sage -que recuerda los sombríos paisajes de Giorgio de Chirico, sus edificios escarpados y las formas esféricas de su marido Yves Tanguy en espacios desolados- fue tremendamente influyente en Estados Unidos en los años treinta. Sage pasó su infancia en Europa y Nueva York, y más tarde se integró al club de chicos surrealistas parisinos, donde conoció a Tanguy en 1939. Una vez que desarrolló un estilo maduro, con formas arquitectónicas fuertes y líneas de horizonte precisas, Sage exhibió constantemente en Nueva York y Europa a lo largo de los años 40 y 50. Lamentablemente comenzó a perder la vista a mediados de los años cincuenta, pero alcanzó a escribir cuatro volúmenes de poesía y los comienzos de una memoria.

Rosa Rolanda

Originaria de California, Rosa Rolanda mantuvo una célebre carrera como bailarina de Broadway en Nueva York a principios del siglo XX, pero, influenciada por un romance con el artista mexicano Miguel Covarrubias, desarrolló un don para la fotografía y la pintura después de mudarse a México en 1925.

Leonora Carrington

La artista nacida en Reino Unido, Leonora Carrington, tuvo una carrera ilustre que se extendió durante siete décadas, produciendo una amplia gama de pinturas y esculturas que exploraron temas míticos y también publicó cuentos. Instalándose en Francia con su pareja y compañero pintor surrealista Max Ernst, Carrington expuso en la “Exposición Internacional del Surrealismo” en 1938. En los próximos cuatro años, sufrió un colapso nervioso, participó en la exposición de 1942 “Primeros Papeles del Surrealismo” en Nueva York, y junto a Marcel Duchamp escriben la memoria surrealista En bas (1943) y emigra a México. Allí, Carrington desarrolló una estrecha amistad con Remedios Varo, se casó con el fotógrafo húngaro Emeric Weisz en Ciudad de México, y dominó su cautivante, mágico estilo realista.

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