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Cáncer de mama a los 30: Chilena nos cuenta su testimonio

No tenía antecedentes familiares ni problemas de salud, hasta que se descubrió un tumor en una de sus mamas y pasó más de un año en tratamiento. Aquí sus lecciones.

Por: Carolina Palma Fuentealba.

Arquitecta, de una vitalidad envidiable y con vida social activa, definen el momento en que Quenia González (33) se enteró que tenía cáncer de mama, hace un año y medio. Jamás pasó por su mente, ya que nadie de su familia lo había tenido, y tampoco tuvo algún síntoma. «Un día estaba subiendo las escaleras del Metro, y me dio una puntada muy fuerte que me paralizó un poco. Me puse la mano para que se me quitara el dolor y descubrí que tenía un bulto. Fui de inmediato al doctor para que me diera una orden para mamografía. La tecnóloga médica que me la hizo me dijo que fuera al oncólogo, y me enojé porque en el fondo ella no debía decirme nada».

De todas formas llegó donde el doctor Octavio Peralta, en la Clínica Las Condes, quien le prometió no dejarla sola hasta que se recuperara. «El médico sabía que no se veía bien, así es que me dijo que me llamaría si daba positivo. Estaba trotando y me llamó para confirmarlo. Recuerdo que me quedé corriendo una hora más, porque no sabía qué hacer. Me preguntaba cómo decirle a mi mamá, a mis cercanos, para que lo tomanan de buena manera. Desde ese segundo me puse en la mente que no iba a pasar nada, me iba a sanar». El único día que lloró fue cuando le extirparon el tumor, que estaba sólo en una mama y encapsulado, por lo tanto, le realizaron una mastectomía parcial. «Hay un rollo en cómo queda tu cuerpo luego de la operación, un poco mutilado. No es importante si se nota o no, porque en el fondo te vuelves a encontrar con tu cuerpo».

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Un par de meses después comenzó la quimioterapia, y en ese momento surgieron más impresiones de su entorno con respecto al pelo, por ejemplo. Pero este tema no era relevante para Quenia; más le complicaba no disfrutar de la misma vitalidad. «Te dicen que te bajarán los glóbulos blancos, y uno al principio no entiende lo que significa. Como quería mantenerme activa seguí trabajando como arquitecto, y me enfermé luego de la segunda quimioterapia. Me dio un episodio llamado neucopenia (disminución de glóbulos blancos), que da en tratamientos de quimioterapia. Para que se entienda, los glóbulos blancos para una persona normal son 4.500, y yo llegué a urgencias con 450. Estaba en riesgo vital».

Desde ese momento optó por una licencia médica por todo el tratamiento. Terminó las quimios en febrero de este año, la radioterapia comenzó en marzo y finalizó en abril. Para ella, lo más difícil fueron las náuseas y la fatiga. «Hasta antes de esto no tenía idea lo que era tener fatiga, para mí eso era de gente floja».

También tomó un camino natural dentro de las posibilidades que ofrece la quimioterapia; comenzó a tomar vitaminas, especialmente C, y a consumir graviola, un anticancerígeno. Con respecto a tratamientos conoció uno llamado desintoxicación iónica. «Con la quimioterapia te cambia el gusto, y todo lo que comes sabe a fierro. Investigué sobre una solución y llegué a esta terapia iónica en un centro holístico llamado ‘viluzterapia’, creado por una mujer que tuvo cáncer también». Consiste en sumergir los pies en agua, donde se gatilla un proceso llamado electrólisis, que hace que el agua saque las toxinas que deja en el cuerpo la quimioterapia.

Después de la primera terapia se terminó su fatiga y el sabor de las comidas volvió. Independiente de todo el tratamiento, desde ahora debe realizarse exámenes cada 6 meses por un año, y luego de forma anual.

«Cuando terminas el proceso increíblemente te cambia la vida, porque le das importancia a otras cosas. En el proceso conoces a gente que se lo toma mal, y otras bien. Te topas con distintos escenarios. Me operé en la Clínica Las Condes, pero por el GES me realicé el tratamiento en Clínica Las Lilas, donde aprendí mucho de la gente. Al final de mi tratamiento, cada vez que entraba una paciente nueva que estaba mal por este tema, me llamaban para que la ayudara. Vi mujeres llegar por el piso, como una señora con sus hijos, que tenían cara de funeral. Claro, es que recién había sido diagnosticada, entonces no sabía lo que le iba a tocar vivir».

No cree que el ser humano necesite una enfermedad para vivir mejor la vida, pero en su caso ha sido así. «Ahora no le tengo miedo a nada. Mi actitud es más empática, finalmente todo vuelve a la normalidad y hoy todo es positivo y lo que pasó le dio un sentido a mi vida.

Trabajaba como empleada en una empresa y ahora decidí emprender como arquitecto a través de una Pyme». No solo eso. Se inspiró para escribir un libro –que publicará en algunos meses– donde documenta el proceso con una mirada desde la mujer contemporánea que se encuentra con esta enfermedad.

Al preguntarle sobre cómo logró mantenerse positiva, más que a la fe se aferró a la voluntad, la voluntad de querer vivir, porque aún le quedan sueños por realizar y momentos que disfrutar. «Si me preguntas por qué me pasó, siento que es por un aspecto emocional, porque uno sufre por situaciones que no tienes que sufrir o por tomarse las cosas muy a pecho. Todo puede repercutir en el cuerpo».

Pese a que estaba sin pelo, nunca dejó de arreglarse. Incluso diseñó sus propios pañuelos, que están en el grupo de Facebook Magic Hats

 

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