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Las pasiones de Yann Yvin: El francés de Master Chef se confiesa

Siguiendo a su hija empezará en Canadá un nuevo proyecto, donde los vinos y la cocina chilena son el corazón. Tiene una fuerte conexión con el mundo mapuche y no se compra su fama televisiva ni menos el éxito que tiene con las mujeres, las mismas que le dicen de todo, desde “mijito rico” hasta que quieren tener un hijo con él…

Por Jessica Celis Aburto. Fotografías: Gonzalo Muñoz.

El acento francés de Yann Yvin es inconfundible a varios metros de distancia. Es muy alto, delgado y camina con garbo. Con esa gracia que sólo a algunos le fluye como talento innato. Gentil y de sonrisa fácil, vestido informalmente con jeans y un swetear blanco de hilo estilo marinero, no tiene nada que ver con el personaje que corta cabezas con sus críticas lapidarias en Master Chef Chile (Canal13). Llegó a Chile hace 18 años, tuvo 8 restaurantes, y el año pasado vendió el último. Este año cerrará un ciclo en nuestro país, ya que el 2015 se radicará en Canadá junto a toda su familia. Allá espera convertirse en un embajador de nuestra cocina con un bar de vinos y cocina chilena.

¿Qué hace que un chef tan apasionado, perfeccionista y exigente cómo tú, entre a un programa como Master Chef?
La propuesta llegó en un momento clave de mi vida. Estoy bordeando los 50 años, con 35 de cocina en el cuerpo. Tuve 8 restaurantes en Chile y vendí el último hace menos de un año porque el ritmo de vida me estaba asfixiando. Ahí pensé que era el momento de bajar el estrés, de salir de las 4 paredes blancas de la cocina, de salir del enojón que está siempre. De dejar el dolor de guata que sientes cada vez que vas a dar un servicio, porque cada servicio es como entrar a una nueva otra de teatro, ya que nunca sabes cómo va a terminar. A principio de este año decidí hacer un break, un game over, para compartir más con mi familia, tener vacaciones, disfrutar los fines de semana, las noches; algo que no había vivido ya no recuerdo hace cuántos años. Sólo me tomaba 15 días al año para estar con ellos. Un día levanté la cabeza y me di cuenta que afuera de la cocina pasan otras cosas (risas). Y pensé tomarme un tiempo para disfrutar de la vida. He viajado de nuevo, algo que me gusta mucho.

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¿Qué otras cosas has recuperado?
El buceo. Necesito estar debajo del agua, hace muchos meses que no lo hacía, y ahora volví al agua. Me gusta estar debajo de ella porque allí encuentro la mayor tranquilidad del mundo.

¿Y cuándo entra Master Chef en el puzzle?
Un día me llamaron de la producción. Ni siquiera sabía qué era realmente, porque nunca lo vi. Sabía que existía pero nunca vi un programa completo. Acepté hacer el casting y luego de unos días me llamaron para conocer más al equipo que haría el programa, y siguieron varias reuniones hasta que me dijeron que me habían elegido.

¿Es tu primera experiencia en televisión?
Sí.

¿Y cómo te sientes, ahora que ya has pasado cierto tiempo en ella?
Todavía me duele la guata cuando entro en el set, pensando en si me van a salir los textos que me pasan y que debo decir, dentro de la interacción que tenemos entre todos. Sin embargo se han dado cuenta que nunca me salen, y al final sólo me dan indicaciones de lo que debo decir, pero a mi modo (risas). La ansiedad y el miedo de que me salga todo bien, me sigue invadiendo.

Eso habla de perfeccionismo y autoexigencia…
Sí, soy muy exigente conmigo. He sido dueño de una empresa, y cuando contrato a un empleado, le pago un sueldo para que me haga una pega, y espero que la haga bien. Ahora soy yo el empleado, y supongo que mis jefes exigen lo mejor de mí para que responda a sus expectativas. Entonces tengo que darles lo que quieren: dar lo mejor de mí, mi mejor energía para sacar el mejor personaje.

A propósito del personaje. ¿Te afectaron en lo personal las críticas que recibiste al inicio, por la forma en que tratabas a los concursantes?

No, nada, porque soy así (risas).

Pero eso es en la cocina, me imagino que no andas por la vida con esas descargas, ¿o sí?
Siempre digo que en mi hay un doctor Jekyll y un señor Hyde, porque es verdad. Cuando me pongo mi chaqueta de cocina y entro a una, me transformo, porque ahí la pasión que tengo me sube. Si hay algo que no está bien para mí, es un fracaso frente al cliente. Lo peor es que un cliente se vaya de mi restaurante enojado. Me duele, me duele y me duele. Y para que eso no pase a veces me pongo odioso, porque los cocineros estamos al servicio del cliente. Nunca un cliente puede irse sin la satisfacción de haber tenido una experiencia bonita. Y mientras quienes se dedican a esto no lo entiendan, estaré encima, como la pobreza en el mundo.

¿Y en qué minuto sueltas las riendas?
Cuando tomo una cerveza después de un servicio. Un chef de cocina dirige una obra de teatro y entrega mucha energía, das mucho de ti, pero para que los cocineros se unan alrededor tuyo. Tú eres el que lleva el ritmo dentro de la cocina. Hay días que vas con bromas y hay otros en los que vas con bronca. Así mantienes la tensión precisa para que la cocina salga perfecta. Entonces, cada chef tiene su estilo. Yo me manejo mucho entre las bromas y los llamados de atención,

Tu pasión, ¿tiene un origen especial?
Todavía no sé responder esa pregunta, porque en mi familia no hay nadie que se haya dedicado a ella. Sí tengo una abuela vietnamita que cada domingo, en vez del asado, cocinaba. En Vietnam se sirven muchos platos chiquititos, lo que te da una gran variedad. La recuerdo siempre de pie, atendiendo, mientras toda la familia estaba sentada disfrutando de su comida.

¿Y en qué momento decides dedicarte a la cocina, a explorar ese mundo?
A los 15 años empecé a estudiar. No tengo una respuesta racional del por qué lo hice. Quería probar y hacerlo.

Y aquí estoy.

 

Qué miedo invitarte a comer.
¡No! (risas) Los hombres cocineros somos muy felices con algo sencillo, pero bien hecho y con buenos productos.

En tu casa, ¿cocinas?
Sí, sí, sí (dice con acento francés).

La hija circense
Llegó a Chile con su mujer Valerie –francesa, ingeniero comercial y actual sub cónsul de la embajada de Canadá– junto a Valentine, su hija mayor. Acá nació su segundo hijo. Hoy ambos tienen 18 y 16 años, respectivamente. «Ella me siguió. Los que somos muy apasionados en lo que hacemos necesitamos una mujer al lado para seguirnos (risas). Obligamos a nuestros seres queridos a seguirnos en todos nuestros delirios.

¿Ella cocina?
Sí, pero mucho más lo dulce, repostería, porque a mí no me interesa mucho. Odio el azúcar.

El 2015 te vas a vivir a Canadá con tu familia, ¿por qué allá?
Mi hija mayor quiere estudiar circo y entrar al Cirque du Soleil o algún otro de la misma línea. El circo acá no existe como disciplina artística, y además está mal visto. Ser artista en Chile, hay que reconocerlo, es difícil. Mi hija hace un hermoso trabajo con muchos niños en riesgo social en la comuna de Lo Prado. El circo es muy bonito, porque junta a todas las clases sociales. Cuando ella habla del circo se le iluminan los ojos. Hay que hablar más de esto en Chile, hay que gritar más fuerte para romper las barreras sociales, y el circo es un medio.

¿Darás este salto por tu hija?
Sí, y porque cumplimos un ciclo de 18 años, que es un buen trozo de vida, y soy aventurero, un patiperro, como dicen acá. Necesito desafíos siempre, si no siento que no estoy vivo. Necesito comer la vida a grandes mordiscos.

Yann Yvin nació un 24 de junio, día de San Juan y del Año Nuevo Mapuche. «Acá nadie se acuerda de esa fecha, que es únicamente chilena», comenta.

¿Y tienes alguna conexión especial con la cultura mapuche?
Me gusta mucho. Cuando llegué acá empecé a estudiar a Chile, y rápidamente llegué a los mapuches y hasta le di un nombre mapuche a mi hijo: Adrián Nahuel Aluke Mapu que significa «animal fuerte nacido lejos de su tierra».

Qué bonito…
¿Cómo no interesarme en los mapuches? Son una etnia que tienen conflictos, que tiene mucho que decir, que tienen reivindicaciones, entonces son parte del paisaje político, cultural y sociológico de Chile.

¿Cuál consideras que podría ser la gran sensación o impresión que te llevarás de Chile?
Muchas cosas. Mi proyecto en Canadá es devolver lo que me entregó Chile todos estos años. Siento que me voy a ir como un embajador de la cultura gastronómica chilena. Voy a abrir un bar de vinos chilenos, y ahí quiero rescatar la cocina chilena también, adecuándola a Canadá. Quiero hacer mis propuestas de chupes, pasteles, empanadas. Eso hará que viaje constantemente a Chile a ver a mis proveedores.

Debes dejar muchos amigos…
Claro, es una nueva familia que uno eligió, y dejarlos es algo doloroso, pero ahora con la tecnología y las facilidades para viajar, ya no es tan difícil estar comunicados.

¿Qué es lo mejor y peor de nosotros?
Voy a partir por lo peor y voy a ser muy crítico: el clasismo es algo que es muy fuerte. Nunca una chica del barrio oriente se va a casar con un gásfiter de un barrio que no es el suyo. En los colegios se juntan con los del mismo colegio, en las universidades, igual. La gente no se mezcla, no hay un intercambio social fuerte. Todos se quedan en su rincón. Los santiaguinos del barrio oriente van de vacaciones a Cachagua o Zapallar. Todo está predeterminado, desde la educación, y eso no me gusta. Hoy no me afecta, pero cuando llegué encontré insólito que la gente tenga un RUT. ¿Cómo la gente es un número? Ahora que conozco Chile es más sencillo de entender (risas). De lo bueno, me quedo con la calidez de la gente, abren muy rápido la puerta, tienen curiosidad hacia el extranjero. Y esa calidez es mayor en regiones, la gente es mucho más amable y simpática. La facilidad para comunicarse también me gusta, que no exista el usted, que hablen con cualquier persona que encuentran sentada a su lado en un banco de la plaza, sin miedo. De sus paisajes, ni hablar. Chile es muy, muy bonito, bonito, bonito, de norte a sur.

Y de la cocina chilena, ¿que es lo mejor?
El pisco sour, la sopaipilla y el pebre. A partir de ahí, tengo muchos caminos, pero esa es la base. Si estoy al lado del mar me gusta mucho el caldillo de congrio. Me gusta mucho el puré también. Acá todavía lo preparan con la papa, como debe ser. Con un puré con congrio frito recién salido del mar y un poco de limón encima, más una ensalada chilena, mirando los lobos marinos frente al mar, ¡listo, estamos! (risas)

¿Eres muy romántico?
(Sonríe) Sí claro, soy apasionado en lo que vivo, pero me voy más a los extremos.

¿Pero eres de tener salidas románticas con tu mujer, de ver un atardecer frente al mar, por ejemplo?
Quizás me falta desarrollar un poco más ese tema (sonríe).

¿Cómo has recibido todos los piropos que te llueven ahora que estás en pantalla?
Con una pared, tengo como un filtro, entonces no me llega tan fuerte.

¿No te has sentido invadido?
No. Pero sí me saco muchas fotos en la calle, tengo las redes sociales llenas de mensajes que son una locura.

¿Recuerdas algunos en especial?
Hay de todo y en todos los tonos…

¿Mijito rico?
(Risas) Ese es el más común. A ver, me dicen «qué mino», «qué guapo», «te amo», «je t’ aime», «amor de mi vida», «quiero un hijo contigo», «mi próximo hijo se va a llamar Yann», «¿te quieres casar conmigo?». Estoy invitado a miles de casa a probar la comida, después de eso, no sé, quizás quieren el postre (risas). Pero eso es virtual, para mí no tienen cuerpo, entonces no me afecta.

¿Y a tu mujer?
Lo toma con una sonrisa, pero sí se ha ido poniendo más amarilla y ácida con los días (risas).

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