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Pellejerías de una separada: Despedidas de soltera

En mi despedida de soltera, en cambio, no tenía la esperanza de comerme a nadie. Me borré a medianoche. Tengo sólo flashes. Mientras estoy aquí comienzo a recordar mis flashes….

 

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Por Leo Marcazzolo.

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La bestia está callada y quieta. Así le dicen aquí al órgano sexual masculino antes de salir a escena. La música los «enciende», dicen los vedettos. Estoy en un exclusivo club que pertenece a ellos. Celebramos la despedida de soltera de una amiga. Veo. Veo lo que nunca antes había visto. Mujeres de todos tipos: altas, bajas, flacas, rubias, morenas, integradas, desintegradas, lindas, feas, pobres, pudientes, gastando plata. Todas metiendo billetes en rebajadas zungas, y fijando sus vistas en un bistec. ¿Qué tiene tan de bueno su bistec? Se come.

O tal vez no se come, pero existe la esperanza de «comerse». En mi despedida de soltera, en cambio, no tenía la esperanza de comerme a nadie. Me borré a medianoche. Tengo sólo flashes. Mientras estoy aquí comienzo a recordar mis flashes.

21 horas. Una amiga me lleva a la casa de otra amiga. Veo un cartel con mi nombre, globos, y una mesa repleta de berlines. Tienen forma de penes los berlines. Son doce y aquí dicen que me los tendré que de-vo-rar.

21.30 horas. Comienza el cántico del farolito. «Ese farol no alumbra, no alumbra ese farol… Póngale parafina que alumbrará mejor, póngale, póngale, póngale…». Me tomo tres cortitos de tequila sin respirar. Caigo en un sofá lleno de pelos de gato y orina. La más gorda cae sobre mis piernas (admite que ya está ebria porque se escondió en la cocina y se tomó media botella de «algo» que no recuerda). La miran feo. Sindican su acto como el «primer exceso de una traidora».

22.15 horas. Comenzamos a hablar mal de muchos hombres. Decimos garabatos y nos reímos. La Cata confiesa lo que desde hacía un buen tiempo sabíamos: que su marido es un cretino que toma mucho y no se ocupa de sus orgasmos. Lleva más de dos años fingiendo. A veces hasta se hace la dormida, y éste le dice que mejor así porque la hace más cortita. A veces hasta le recita «me gusta cuando callas porque estás como ausente».

22.45 horas. La Cata se desata. Le dibuja una boca, un par de ojos y una nariz a un globo. Lo anuda, con una pitilla, a una camisa y a un par de pantalones. Dice que es su marido y proclama «matemos al desgraciado». Luego lo amarra –con la misma pitilla– a una silla y empieza a darle con un palo. «Muérete, muérete», le grita, y yo también comienzo a darle. Lo reviento y la Cata no me agradece su viudez.

23.05 horas. Se me comienza a apagar la tele. Llega finalmente el vedetto: chaqueta de cuerina negra, menos de veinte años, rostro averiado por el acné, y sesenta kilos de pellejo no trabajado. Alguien me confiesa que lo sacaron del diario por veinte lucas. En su aviso se leía «sensualidad garantizada». Ansío ver qué es lo que garantiza. Se desviste y queda únicamente con una toalla de mano, que le tapa allí. Estoy a punto de perder la conciencia. Comienza a sonar la canción «Torero» de Chayanne. Me persigue. Noto que su única misión es perseguirme.

23.35 horas. El vedetto continúa persiguiéndome. Me atrapa y me explica que dentro de su tarifa hay un «contacto» garantizado. Suda y se contonea de manera libidinosa. Le digo que no entiendo por qué se contonea de manera libidinosa, ni a qué se refiere con «contacto garantizado». Dice que sólo me deje llevar por el momento; pienso que a él no me lo pescaría en ningún momento.

23.45 horas. Al vedetto se le cae la toalla. Vuelvo a gritar «quierooo puro morirme». La Coté dice que «Cotetito» –así le dice al pene de su marido– es mucho mejor, y que más encima le sale gratis. La Cata se le abalanza encima. Se me apaga la tele, y al otro día me cuentan que hice cuatro cosas. 1) Le grité al vedetto «¡soy virgen!» Y le pegué una patada para que me dejase tranquila. 2) Me comí cuatro berlines con forma de pene. 3) Eructé después de haberme comido los cuatro berlines con forma de pene. 4) Le dije a la Coté que se podía ir a la punta del cerro y que su «Cotetito» también.

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