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Pellejerías de una separada: ¿cómo estuvo tu día de los enamorados? Por Leo Marcazzolo

Este 14 de febrero seguí las instrucciones de la Tamara. Me dijo que teníamos que seguir un ritual “ultra bizarro” que había visto en un matinal.

 

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Existe una foto del Día de los Enamorados que me dilapida. Aparezco yo dándole un beso a un árbol, y guiñando un ojo. Literalmente aparezco dándole un beso a un estandarte de la clorofila. Insólito. El otro día no más la vi, y pensé «en qué diablos estaba pensando». En la imagen tengo dieciséis años, y uso uniforme. Al igual que hoy que estoy separada, no tuve con quien compartir ese 14 de febrero, y no se me ocurrió nada mejor que correr a abrazar a un árbol. Ahora no lo haría. Es más, hice algo peor. Este 14 de febrero seguí las instrucciones de la Tamara. Me dijo que teníamos que seguir un ritual «ultra bizarro» que había visto en un matinal. El ritual decía que la mejor manera de pasar el Día de los Enamorados solo era salir con una rosa roja a la calle y comenzar a darse vueltas, con cara de «gil». Lo de la cara de «gil» era muy importante, pues tal como explicaban tan didácticamente en el matinal, sólo a través de ella uno realmente era capaz de transmitirle al sexo opuesto el meta-mensaje. El meta-mensaje era «¡oye, estoy sola y desesperada por encontrar a alguien en el Día de los Enamorados!». El plan de la Tamara me parecía simplemente inverosímil, pero como no tenía nada que perder, igual decidí seguirla.

Nos juntamos a eso de las diez. Venía acaballada. Con la cara extremadamente pintarrajeada, unos jeans casi dibujados de lo apretados, y una rosa roja. Parecía morcilla. Yo también parecía morcilla. Gracias a Dios no tanto como ella. Con las rosas rojas, más que dos mujeres en busca de un «hombre» parecíamos un par de mujeres «in love». Se lo dije a la Tamara, y me miró con cara de pocos amigos. Suele mirarme así cuando le digo algo malo. Así que opté por comenzar a seguirle el amén en todo. Por lo mismo finalmente fue ella quien eligió el bar. Uno que a su criterio estaba lleno de «promesas».

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Para la Tamara una «promesa» es un tipo con Iphone y camisa Polo. No pide más que eso. Y como en ese bar estaba lleno de aquellos, se quedó tranquila. Eso sí, la mayoría estaban «ocupados». Únicamente quedaban dos. Se entendía el por qué; eran feúchos y tenían cara de desadaptados. La Tamara de inmediato les echó el ojo. Me advirtió que me portase bien. Los tipos llegaron a la media hora. Claramente no habían visto ni en pelea de perros el mismo matinal de la Tamara, porque de inmediato nos preguntaron qué diablos andábamos haciendo con esas rosas. Inclusive pensaron que nos las habíamos regalado entre nosotras para «consolarnos». Insólito. La noche se ponía cada vez más color hormiga. Pero lo peor no era eso; lo peor fue que mientras más tomaban, más feos se ponían.

Eran pelados y no tenían ningún brillo. Además hablaban demasiado de sus mascotas. El más feo, por ejemplo, no cesó en ningún minuto de hablar de su difunto conejo blanco. «Mi Gogo, mi pobre Gogo», decía, todo remilgón, mientras aseguraba que lo «extrañaba tanto» que habría sido incapaz de comprarse otro porque no quería «traicionarlo». Habrase visto semejante mamón. La Tamara comenzó a babear. Yo en tanto comencé a encontrarlo cada más huevón. Habría preferido mil veces abrazar a un árbol. Eso en vez de seguir escuchándolo a él. Nuestras rosas se marchitaban. Sólo quería irme. Siempre he pensado que el Día de los Enamorados es como el Año Nuevo: uno tiene miles de expectativas y luego, nada. La Tamara es tan separada como yo, pero no tiene la suficiente voluntad como para sostenerse. Cada vez que tiene algún problema, vuelve con el susodicho. La otra vez, por ejemplo, sólo volvió porque tenía que cambiarse de casa y se le hacía simplemente demasiado agobiante trasladar los muebles.

Así es la Tamara. Dependiente. Enchapada a la antigua. De pronto me dijo que quería quedarse sola con el pelado. Eso se reducía a que me «echara el pollo». «¿No te enojai, cierto?», me preguntó. Yo sólo me sentí aliviada. Pensé que era muchísimo mejor pasar el Día de los Enamorados sola que con un gil devoto de su conejo.

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