Por Mima Fellini
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Me acuerdo perfecto del día en que me pusieron los cuernos en gloria y majestad. Llevaba saliendo un par de meses con este individuo y todo parecía ideal. Pero una tarde sentí que había sido cortante conmigo por teléfono, y no había querido que fuera a visitarlo. Esa noche no dormí. Al día siguiente, al «clarear el alba», tipín 7 de la mañana, estaba tocando el timbre de su departamento. Aproveché que abrió somnoliento la puerta, y me colé cual demonio de Tasmania a su pieza: yacía en su cama desnuda una tipa que yo conocía. Lo miré muy seria, me di la vuelta y adiós forever.
Siempre he creído que soy capaz de matar a alguien de pura rabia, y ese día, de haber tenido algún arma en la mano, juro que me acrimino… Y ahora estaría escribiendo este artículo desde el Centro Penitenciario Femenino…
¿Engañamos por igual hombres y mujeres?
Para Any Hutter K., sicóloga clínica y terapeuta familiar de vasta experiencia, «en general los motivos son diferentes en cuanto al género: la mujer busca contención, apoyo y afecto; el hombre, reconocimiento y autovaloración física. En mi experiencia clínica, los hombres tienen mayor incidencia que las mujeres en ser infieles. A las mujeres, el mapa de creencias sociales, los hijos, les pesan más que a ellos. Sin embargo, puedo afirmar que hoy en día la infidelidad femenina ha aumentado en forma abrupta y sustanciosa. Actitud que atribuyo al logro de independencia económica de éstas, lo que les ha dado condiciones similares al hombre para acceder y establecer relaciones cercanas con compañeros de trabajo y grupos sociales diferentes a los de la pareja», sentencia la especialista.
¿Hay alguna enfermedad sicológica relacionada con ser infiel?
Me atrevería a decir que un gran porcentaje de las personas infieles presentan rasgos de personalidad histérica, donde más allá de las dificultades de relación de pareja, o rupturas de ellas, prevalece la necesidad de ser permanentemente reconocidos, y donde no necesariamente la satisfacción sexual es el centro de la búsqueda de nuevas emociones.
«Nunca fui de muchas pololas. Cuando encontré a Claudia me sentí feliz que alguien me quisiera tal cual soy. Al par de años de estar juntos apareció una compañera de pega que me dejó loco: empecé a salir a dos bandas, claro que ella sabía que yo estaba comprometido de antes y no le importó. Tenía claro que no estaba actuando bien, pero tampoco nunca sentí tanta culpa, además que encontraba increíble que dos mujeres quisieran estar conmigo y yo poder rendirle a ambas. Claudia me presionó para que nos casáramos, accedí, a pesar que no corté la relación con la otra persona. Seguí así por un tiempo hasta que Claudia me descubrió…, y perdonó. Corroboré que soy un afortunado» (Ignacio, 34 años).
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