Se siente una especie de decepción de comenzar el año laboral, la «vida real», la vida cotidiana, con los avatares propios de las obligaciones y deberes, una especie de punto de quiebre entre la vida «ideal», la vida mas relajada, y la otra, aquella del resto del año, con «problemas», trabajo, cansancio, etc.
En las vacaciones es común escuchar «¡esto sí que es vida!», aludiendo a una especie de estado existencial, en el cual no hay «nada que hacer» (como si eso fuera la vida), que es un paradoja terrible, porque no somos capaces de pasar mucho tiempo sin hacer nada.
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El hacer crea realidad, crea mundos, crea aprendizaje, nos hace sentir que existimos, nos sentimos útiles, etc. Pero, al parecer, soñamos una vida o un modo de vivir en el que quisiéramos hacer nada (el único estado en que ocurre nada es la muerte). La vida acontece momento a momento, fluye, se mueve, todo cambia y pasa, y nos aferramos a ideas tan inútiles como querer detenerla y hacer nada.
Claro, esto no es lo mismo que descansar, tener tiempos o momentos de distensión, de ocio, de poder estar simplemente en la contemplación. Y sí, como todo proceso biológico, como todo ciclo vital y natural, hay a cada instante momentos de acción y retracción, de hacer y no hacer, de vigilia y sueño, etc… Es la vida…
Quizás no sea algo nuevo el que les diga que LA REALIDAD NO EXISTE, QUE UNO LA CONSTRUYE, explico este punto brevemente: lo que esto quiere decir es que las cosas sí existen, o al menos no cuestiono ello, (la pareja, la casa, los hijos, un libro, etc.), lo que uno sí construye constantemente es la experiencia de ellos, de cómo se ven esas cosas o esas personas, de cómo las experimento, lo que me ocurre con ellas; esto es lo construido por uno, lo que quiero que me pase con ellas (intencionalmente, pongo la palabra «quiero», ya que de modo ingenuo las personas en general creen que uno no elije las emociones, tema complejo al que me referiré en otra columna).
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