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El excelente millonario: cuándo él vive como que tiene, pero no tiene nada

De los que van a picadas y piden descuento. Así es mi amigo. Y lo peor de todo es que vive rodeado de infelicidad, porque sencillamente aún no ha logrado conformarse.

 

 

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Por Leo Marcazzolo.

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El otro día estaba tan de ociosa que comencé a imaginarme cómo sería mi vida si yo fuera millonaria. Sería muy diferente, pensé, mientras seguí con curiosidad el vuelo de una mosca. Una cosa negra y terrible que pululaba por allí. La maldita no dejaba de moverse. Intrépida y calculadora como nadie, me motivaba a seguir cabeceándome por el tema. Y creo que después de un rato al fin tuve la respuesta. Si fuera millonaria haría muchas cosas. Pero en lo primero que pensé fue que siempre mi sueño fue tener tres departamentos en el mundo. Uno en Nueva York, otro en París y un tercero en Buenos Aires. Puede sonar hasta frívolo admitirlo, pero siempre pensé que quería tenerlos sólo por el placer de tenerlos. Para saber que estaban allí y que podía ocuparlos cuantas veces quisiera. Que podía llegar, abrirlos y vivir en ellos como si cada uno hubiese constituido mi hogar, pero en otra latitud. Y es que siempre lo que más me ha gustado de los millonarios es justamente eso, su capacidad para adquirir hogares. Infinitos hogares.

Casas de veraneo, refugios de invierno, cabañas de pesca, departamentos amoblados en ciudades sofisticadas y mansiones de lo más exóticas. Y con eso llenan sus vidas. Y también, a veces, hasta son más felices. O al menos, como asegura un amigo mío, tienen más posibilidades de serlo. Porque mi amigo –como ustedes podrán llegar a adivinar aquí– ciertamente debe ser de una naturaleza muy materialista para pensar así. Mi amigo se llama Gonzalo, y desde muy chico sólo se ha visto movilizado por un único elemento del universo: la plata. La plata ha sido su móvil y leit motiv. Nada, no existe nada más en el mundo que lo haya movilizado tanto. ¿Y por qué? Bueno, únicamente porque de verdad piensa que sería un excelente millonario. Un millonario de verdad.

 

De esos que saben llevar la plata con «elegancia» y «sofisticación». No como algunos «rotos» que, según él, andan pululando por allí. Porque el Gonzalo siempre se ha diferenciado de ellos. Siempre. Porque a pesar de no haber nacido ni con apellido, ni con fortuna, ni con alcurnia, siempre se consideró con un don natural para llevar la riqueza. En especial porque, asegura, siempre ha sido discreto. No sería como el típico «despilfarrador» con plata reciente capaz de comprarse una docena de botellas de whisky de litro y medio y una pantalla de cine, sólo para pavonearse en el living. No. El Gonzalo, muy por el contrario, tendría un excelente gusto para vestirse, y además –lo que según él sería su máximo mérito– sabría perfectamente cómo mandar a sus subalternos; subalternos que, según su teoría, se comportarían como sus verdaderos discípulos. Le creerían todo sin que él tuviese ni siquiera la necesidad de golpear la mesa. Sólo observando su propio ejemplo, que sería tan potente que los persuadiría de hacer cualquier cosa. Tanto que encontrarían justo y ecuánime todo. Encontrarían justo, por ejemplo, atenderlo como esclavos y encontrarle la razón en todo. Porque el delirio de grandeza del Gonzalo ha llegado tan lejos que de verdad se ha convencido de que sería un millonario «líder». Con un espíritu mesiánico tal que marcaría las pautas de sofisticación y comportamiento en todo Chile. No como Piñera, por ejemplo, que según él está tan lejano del arquetipo de «millonario perfecto» que ni siquiera ha sabido cómo vestirse ni darle las indicaciones correctas al sastre. Y que más encima –por si eso fuera poco– no ha hecho otra cosa que comerse las uñas. Como un pequeño roedor de alguna serie de Disney. Y es por eso quizás por lo que el Gonzalo más lo censura; porque él de verdad cree que un millonario, sólo por el hecho de ser millonario, no debería permitirse ese tipo de improperios. Debería comportarse mejor. Debería ser más excéntrico, más elegante, más cool. Quizás más como Hernán Somerville.

Quizás sería más como Gonzalo, aunque claro, el único problema aquí es que, definitivamente, el Gonzalo jamás será millonario. Es, como decirlo, más bien del tipo muerto de hambre. De los que no tienen ni un peso partido por la mitad. Porque mi amigo muy simpático será, pero la verdad sea dicha, no tiene ni por dónde caerse muerto. Es de esos que con suerte le ponen cinco lucas de bencina al auto y quedan patos. De los que aguantan con una sola piscola por horas esperando que una le invite la otra. De los que van a picadas y piden descuento. Así es mi amigo. Y lo peor de todo es que vive rodeado de infelicidad, porque sencillamente aún no ha logrado conformarse. Porque aún vive con la ilusión de convertirse en un excelente millonario.

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