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¿Qué pasa con el sexo después de las guaguas? Por Leo Marcazzolo

Al final es una la que repentinamente pierde el interés, la que no quiere volver a hacerlo. O al menos, en mi caso, era yo la que no quería.

 

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La cosa es así: después de que una tiene guagua no quiere saber nada de sexo. Una pasa a convertirse en una especie de dueña de la guagua, y el hombre, en el ayudante. El hombre es el tipo que trae los pañales, la mamadera, y que mueve los juguetes con gesto bobalicón. El sexo entra en receso. Nace la guagua y ese es el nuevo escenario. El sexo –visto como el paraíso de antaño– se transforma en un tema tabú. Tabú porque sencillamente nadie quiere hablar de la sequía.

La sequía es como la decadencia, como la imagen misma del desierto sin agua. Finalmente, ¿quién diablos quiere caer en un desierto sin agua? O, ¿quién diablos tiene la culpa de haber caído en un lugar tan lamentable? Bueno, una. Porque al final es una la que repentinamente pierde el interés, la que no quiere volver a hacerlo. O al menos, en mi caso, era yo la que no quería (luego volví, pero por un largo tiempo no). Y una nunca termina de entender realmente qué fue lo que ocurrió.

Sólo sé que un día comienzas a dormir con una cuna al lado, y al siguiente comienzas a experimentar una profunda sensación de sequía, de hastío, como de flojera, de desidia. Porque causa desidia verdaderamente, y no otra cosa, tener relaciones luego de darle papa a la guagua. Son dos actos conectados, pero a la vez opuestos. Son dos actos que están relacionados con la reproducción, pero que a la vez pertenecen a naturalezas completamente contradictorias. Y creo, o al menos sospecho, que no soy la única que piensa así. No soy la única que ha sentido lo mismo.

A varias de mis amigas les ha pasado. Varias de ellas hasta se han vuelto medianamente locas. Un puñado de ellas hasta han comenzado a sentirle cierta repugnancia al sexo. ¿Y por qué? Nadie lo sabe. Una sólo sabe que comienza a odiarlo, tal como a veces odia la salsa de tomates o las berenjenas. Pasa por períodos. De hecho, a la Sarita le pasó.

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