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“No soy yo, eres tú el problema”: un mal nacional. Por Edmundo Campusano

La responsabilidad del otro casi siempre es vista con mayor magnitud, con más intencionalidad, menos disculpada y entendible que la de uno.

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Una de las características o variables que se repite continuamente en la consulta, a la hora de construir el problema que trae a las parejas a consultar, es el que reiteradamente insisten en poner afuera la responsabilidad de lo que ocurre.

En otras palabras, la «culpa de lo que pasa» casi siempre es del otro(a), y si hay algún espacio para asumir alguna implicancia en lo que les está pasando (sea cual sea el motivo de la crisis o problema), habitualmente la cuota de responsabilidad de uno, es por supuesto con menor grado de conciencia, con menos impacto, mas entendible, etc. A fin de cuentas, la responsabilidad del otro casi siempre es vista con mayor magnitud, con más intencionalidad, menos disculpada y entendible que la de uno. «Lo que uno hace tiene, por supuesto, más compresión que lo que hace el otro».

Además de ver al otro como alguien estático, es decir, «si hace tal o cual cosa es porque ¡SU PERSONALIDAD ES ASÍ!». El problema de esto y, como si no fuera ya suficientemente complicado, es que ambos hacen y creen lo mismo, lo que lleva a un entrampamiento de proporciones, ya que la posibilidad  de iniciar un cambio en la dinámica, en los problemas en que están atrapados, que les generan síntomas, dificultades y dolor, requiere precisamente de una manera distinta de abordar, bajarse del «pedestal» de la verdad, de la trinchera de lo correcto-incorrecto, de la ilusión de estar en «posesión de lo justo y verdadero», de dejar de ver y sentir que se «duerme con el enemigo», y por sobre todo, dejar de intentar cambiar al otro, que según ambos está en lo «incorrecto» y «comete, por supuesto, más errores en la relación que yo».

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Ahora bien, ¿es que somos incapaces?, ¿es que nos agrada el sufrimiento en pareja?, ¿es que no tenemos la posibilidad de pensar y reflexionar mas allá?? ¡No!. Todos podemos ver un poco más, todos podemos usar nuestra capacidad de conciencia, reflexionar y mirar mas allá de uno mismo. Y en consecuencia, aunque sea con esfuerzo, comprender lo  que  nos ocurre en pareja, más implicadamente, con mayor grado de responsabilidad y participación en las dificultades y problemas que tenemos. El tema es que, al parecer, nuestra herencia cultural, nuestra crianza y dinámica social no nos ayudan mucho a ello.

Todos los días vemos, en distintos escenarios, en diversos ámbitos del vida nacional, que todos hacen un esfuerzo enorme por no tener ninguna responsabilidad en la cosas que ocurren. Es como un mal nacional, el de «echarle la culpa de nuestros males a los demás, al otro, o a cualquier circunstancia, pero jamás asumir nuestra responsabilidad de lo que juntos construimos», y vivimos enfrascados en discusiones que intentan sólo salvar nuestra imagen, nuestro ego. En suma, a uno mismo, y por supuesto, ¡jamás!, pedir simplemente disculpas.

Al final, las vidas que tenemos en pareja, en familia, en los diversos ámbitos o dominios en lo que habitamos, de algún modo, son una reflejo de la vida y «cultura» nacional. Sin embargo, lo paradójico es que esa cultura, ese país, esa vida que habitamos, la construimos nosotros también. Así, si nos diéramos tan sólo algunos minutos al día para ver, para mirar y mirarnos, para aprender a implicarnos cada uno de nosotros en lo que hacemos y nos pasa,  en suma, a ser más responsables (y no culpables) de la vida que construimos, quizás iniciemos un camino de desentrampamiento de los problemas que vivimos. No sólo en pareja, sino también en la compleja dinámica social en la que todos existimos y construimos en conjunto, ¡nos guste o no!

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