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¿Has caído en la fuerza de la costumbre con tu pareja? Por Leo Marcazzolo

¿Qué es la fuerza de la costumbre, sino la simple motivación que conduce a un perro a comer siempre del mismo plato? Bueno, básicamente, así funciona.

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Mi amiga Sarita siempre dice que los hombres –al igual que los animales– se mueven por un conocido motor que ella, inteligentemente, califica como la «fuerza de la costumbre».  Y, ¿qué es la fuerza de la costumbre, sino la simple motivación que conduce a un perro a comer siempre del mismo plato? Bueno, básicamente así funciona. Como mi ya fallecido Foxy, que sólo aceptaba su plato rojo y ningún otro, aunque le rogasen. Y es que increíblemente, aunque pasase días y noches sin comer, prefería mil veces morirse de hambre antes que aceptar otro recipiente. Y bueno, según la Sarita, esto también podría aplicarse a los seres humanos. Más aún cuando están casados.

Según ella, todos los matrimonios, o al menos el suyo, funcionan así. Bajo esa ley, dejándose llevar casi completamente por la fuerza de la costumbre. Por ejemplo, en su casa se come charquicán prácticamente todos los jueves, con arroz y huevo frito. Pero no porque les guste, sino porque así tiene que ser y no hay más vuelta que darle. Casi porque está escrito a fuego en el refrigerador. Porque para ella y su marido, el Oso Hormiguero, sencillamente constituiría una felonía cambiar el menú. Y no sólo en eso los mueve la fuerza de la costumbre, sino también en el sexo. El sexo lo tienen tan regulado como cualquier tabla de ajedrez. Según la Sarita, lo practican una vez a la semana, y nada más. Y más encima, siempre después de lavarse los dientes y ponerse el pijama.

Pero lo peor no es eso. Lo peor de todo es que duran siempre lo mismo, porque increíblemente la Sarita no quiere perderse ni siquiera un pedacito de su teleserie. Está tan acostumbrada a verla –asegura– que si no la ve, sencillamente no puede dormirse. Y por lo mismo, cuando lo hace, jamás se pasa de las diez de la noche. Por la fuerza de la costumbre. Porque básicamente este es el único motor que rige su vida y su matrimonio. A tal nivel, que gracias a esto también puede soportar las inmundicias del Oso Hormiguero, quien prácticamente no conoce las normas de higiene. Jamás las ha conocido.

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Por ejemplo, tiene la mala costumbre de echarle Maizena a las zapatillas. Las mismas zapatillas con que corre, salta o camina, las llena de Maizena porque, según él, absorbe mucho mejor que el talco la transpiración. Asqueroso. Aunque más repugnante aún es el olor que sale de allí. Un olor terrible, como a maíz podrido o algo aún más extraño. Y ella duerme todos los días con eso y ni se queja. Tranquilamente. Lo soporta sólo por la fuerza de la costumbre. Por la misma razón que tolera que se corte las uñas de los pies mientras mira televisión, o que sorba la sopa con su característico chirrido de Oso Hormiguero.

Pero la Sarita no es la única. La Elena también se deja llevar por la fuerza de la costumbre. Ella se jacta de tener a su marido completamente amaestrado, como si fuese un perro. Lo tiene acostumbrado a todo: a su perfume, a sus vestidos e, increíblemente, también a los maridos de sus amigas. La Elena se las ha arreglado para que su marido prácticamente sólo se junte con los maridos de sus amigas. Cuando se reúnen todos, la Elena le dice que vaya a conversar con ellos, poniendo un tono tan dulzón y complaciente que cualquier otro vomitaría. Pero él lo toma bien. De lo más bien.

Y es que justamente eso es lo más increíble del tipo, su sumisión. Ni siquiera reclama. Como que ya se acostumbró a recibir órdenes, a asentir con la cabeza. Como que incluso se idiotizó un poco. Y lo que es más extremo es que se acostumbró a que eso le gustara, a que lo hiciese sentir bien. A que ella, la Elena, tomara todas sus decisiones. Y sólo por la fuerza de la costumbre. Por ese motor poderoso que moviliza a los hombres sin que ni siquiera se den cuenta.

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