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Claudio Bravo: La belleza de lo real y lo simple

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Anoche me enteraba de la muerte del pintor chileno Claudio Bravo, a los 74 años de edad, por un infarto dicen unos, por epilepsia dicen otros. Estaba lejos de su país que al parecer nunca consideró demasiado suyo, arraigado en una casa grande de muchas ventanas y mucha luz de sol.

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¿Es una foto? me pregunté.  Tuve que mirar varias veces las imágenes de los cuadros del recién fallecido pintor de nacionalidad chilena pero que en realidad vivió la mayor parte del tiempo, o al menos todo el tiempo que pudo fuera de él.

Pero no eran fotos. Eran pinturas detalladas, trabajadas, difíciles de lograr y que incorporaban todos los elementos de luz, textura, color y si queremos llamarlo así, realidad.

Ya lo dijo Borges y ya lo sabemos todos; estamos en la era de la copia, de la reinvención, de la mezcla y de la recuperación. La moda Vintage, la ropa reciclada, la música mezclada y los famosos Dj´s. En literatura, el pastiche, el carnaval, la hipertextualidad nos prueban que nada puede ya ser simplemente inventado, sino más bien todo nace a partir de una perpetua transformación y modificación.

Eso es lo que hace Claudio Bravo en vida. Mira, y pinta. Mira fuera de él; lo que se le pone enfrente y cómo la luz opera en formas breves, gigantes, coloridas, oscuras, lisas, rizadas.

No vamos a decir que era modesto porque no lo era ya que se autodenominó como “El mejor de los pintores latinoamericanos” Yo no estoy de acuerdo pero quién soy yo para no estarlo: una vil periodista que poco sabe de arte más que lo que su humanidad le explica cuando está frente a un cuadro y hay algo que le pasa. No soy nadie para opinar al respecto.

Pero no puedo dejar de decir que si bien los cuadros abstractos que no entiendo lo que son y que me llaman precisamente la atención por eso mismo, me encantan y me ponen a pensar… lo más admirable a mis ojos es justamente aquello que menos nos imaginábamos, por que lo encontramos demasiado simple y lo dejamos pasar.

Un frasco de membrillos, un par de sombreros abandonados en un sillón, un turbante puesto con gracia, un colchón vacío con una mujer desnuda, aperos de montar o una frutera de berenjenas vendrían a ser en pintura lo que para mí a veces son un cepillo de pelo, el guatero con que alivio mis dolores de muelas o el esmalte de uñas que se me acaba de saltar. Y los colores, los detalles y las sombras, vendrían siendo entonces aquello que no escribo por encontrarlo sonso y aburrido; porque aún no encuentro la madurez para explicar con sencillez un mundo que siempre nos parece tan complejo; pero que si lo miramos con ojos reales y despiertos, podemos darnos cuenta de lo simple y maravilloso que es.

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