Espectáculos

La Guerra de las Teleseries

Pero el hecho de enfrentar un año sin teleserie no quita que se pueda escribir sobre ello… mal que mal este es un espacio para escribir y nadie comprueba si las pelotudeces que escribimos se condicen con lo que vemos. A lo mejor no tenemos ni tele.

Algunas personas, evidentemente muy perdidas, pensaron que el plebiscito del 88 le había dado a la gente el privilegio ya olvidado de elegir, de declarar un ganador juntando voto a voto sus preferencias individualmente insignificantes hasta ser una abrumadora mayoría, o una tibia mayoría o al menos un empate. Es lo que hay.

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Pero esas personas no se daban cuenta de que mientras exista la televisión la democracia está a buen recaudo. No la democracia política -claro- pero sí aquella que permite a las masas ejercer sin darse cuenta su rol de juez anónimo. El festival de Viña (sobre el cual escribiremos en su momento) es un ejemplo extremo, pero la guera de las teleseries es un ejemplo igual de patente sólo que menos cruento. Tiene esa suavidad de las cosas dolorosas que se prolongan tanto que al final no duelen, como cuando la polola te pide un tiempo y en vez de patearte de una te tiene deprimido por dos semanas. En la guerra de las teleseries a veces pasan varios días antes de que el público decrete a un ganador claro. A veces se nota el primer día, claro, y otras veces hay un empate virtual. Así es la democracia de la TV, la única que existe.

La guerra de las teleseries ha pasado a ser un ingrediente tan importante para el devenir de los canales que ahora -a diferencia de antaño- ya ni siquiera hay receso de verano. Llega marzo y los actores que pasaron todo el verano grabando la teleserie saliente no sólo no han tenido vacaciones, sino que siguen trabajando por unas cuantas semanas más con el remate de su teleserie desplazado a horarios alternativos como el de las 18:00 hrs. “¿Y para eso nos matamos trabajando?” piensan “¿Para que los últimos 10 capítulos no los vea nadie porque a esa hora están en el taco?” Pero no es asi: son mártires de la causa que permiten pavimentar el éxito de la teleserie entrante. Y si la teleserie fracasa, son tan sacrificados que pueden seguir de largo como ocurrió con Lola que terminó sobreviviendo a la fallida Don Amor.

Tal como mencionaba mi colega Knighblues, este Q1 2009 nos no-sorprende con dos piezas que destacan por la imaginación de los guionistas. La de TVN que está basada en un guión adaptado, y a la de Canal 13 ni siquiera pudieron inventarle un título. Lo tuvo que elegir el público, con tan mala suerte que eligió dos. (“Te quiero a morir” no es un tagline, señores, es un titulo de por sí).

Como dije al principio, estamos en la semana en que la gente trata de elegir responsablemente una de las teleseries sabiendo que después no podrá arrepentirse. Eso de “elegir responsablemente” demuestra nuestra idiosincracia: el público chileno se toma a sí mismo demasiado en serio, incluso para lo irrelevante. Pero bueno, todos eligen responsablemente y yo ya elegí: no me gustó ninguna. Tal vez la menos mala sea la de Chilevisión, “Mis años grosos” por la curiosidad que me provoca esta adaptación de “That 70’s Show” que no admite ser adaptación, que tiene a un mexicano en el papel de Fez y que en lo único que supera a la serie original es que Catalina Guerra es mucho mejor Kitty Foreman que Debra Jo Rupp. Pero no hablo en serio, en realidad tampoco pasa la prueba.

De las teleseries salientes tengo que confesar que seguí con descuido Hijos del Monte de TVN. No porque tuviera una línea argumental sólida, conflictos secundarios interesantes o en general algo destacable como historia, pero tenía personajes queribles y tengo que detenerme aquí para decir que aunque siempre me ha gustado Monica Godoy, que es guapísima de por sí, el personaje de Julieta Millán que interpretó en Hijos del Monte es lejos el más adorable que le he visto.

Una mujer que está parada en el equilibrio exacto de la independencia y la vulnerabilidad o, mejor dicho, es vulnerable pero no estúpida. Sabe lo que quiere pero el destino juega en su contra deteriorando su dalud, alejándola de su marido por una infidelidad y “compensándola” con un pololo caído al frasco. Mención aparte merece aquel, Cristian Arriagada en un papel beodo notable, autodestructivo, pastelísimo y bien acompañado de un tema de Luis Fonsi que se me pegó de tanto escucharlo.

Al final, es una lástima que de la teleserie anterior se salven dos personajes y de las actuales ninguno, pero quien sabe, la TV es de por sí un placer culpable, a lo mejor el próximo semestre me verán reconociendo que me encariñé de alguna de las alternativas que hoy estoy desahuciando.

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