Colombia

La moda regional en Colombia no necesita de más circos, sino de una industria de verdad

Fashion Sessions en Villa de Leyva, así como muchos eventos improvisados en el país, hacen dudar de si es rentable para los actores que se quieren incorporar a la industria, participar. Pero, sobre todo, hacen cuestionarse por qué se replican malas prácticas que dicen combatir.

Villa de Leyva, Boyacá.
Villa de Leyva, Colombia - Church On Main Square Of The Historic 16th Century Colonial Town, As Viewed from The Northern Corner, In Afternoon Sunlight Villa de Leyva, Colombia - (Devasahayam Chandra Dhas/Getty Images/iStockphoto)

En 2023, Fashion Sessions se veía como una alternativa de moda con enfoque artesanal y sostenible que integraba a varias regiones del país, desde Montería hasta ciudades como Barranquilla. Y que de paso, ofrecía un plus para las marcas de tejedores de Boyacá que hoy destacan en la moda nacional, como Velasco de Gayo o Artelar, entre otras.

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Hubo una buena parrilla de desfiles en locaciones claves y bien estructuradas, pero en ese entonces ya se notaban fisuras: había muy poca organización para la prensa, que no tenía ni idea de dónde eran los lugares de cada evento. La logística se notaba por su ausencia.

Y si bien se notaba el esfuerzo por resaltar a los restauranteros locales de la región, no hubo un orden que dejara un buen sabor de boca para muchos de los visitantes.

Para 2025 empeoraron considerablemente las cosas: el desorden se notó en el trato a la prensa (abandonada a su suerte) y dejando de lado eso, los diseñadores participantes solo tuvieron un spot en el Parque Nariño del pueblo, en un desfile al que fueron pocas personas en un fin de semana turístico y en donde se reunían algunas sillas alrededor del parque. Diseñadores del Caquetá y Valledupar también hicieron un gran esfuerzo para mostrar, en un esfuerzo que a la postre resultó homogéneo, sus productos. Eso, sin ninguna relevancia o recordación.

No ayudaron mucho tampoco las ponencias académicas: si bien se mostraron dos interesantes ponencias de trabajos de universidades con artesanos y las artesanas hablaron, el espacio falló en sus recurrencias.

“Hay que comprar sostenible, hay que apoyar a los artesanos, hay que ser sostenibles”, se repetía hasta el cansancio. Eso, cuando a este medio llegaron testimonios de no pago a los modelos y varios fallos de producción.

Entonces, ¿cómo se puede hablar de sostenibilidad cuando se repiten los mismos discursos, y peor las malas prácticas y tratos hacia personas que deberían ser pagadas con lo justo y que se regalan simplemente por un nombre, comenzar algún lado, por pertenecer, replicando los males de una industria que se llena la boca con moralismos, pero que a la hora de la verdad sigue abusando de sus integrantes?

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Realmente es un esfuerzo perdido. Sobre todo, por los restauranteros del lugar, como Ancestros o Sazón, que quieren visibilidad y con justa razón, ya que su producto es excelente. Por artesanas como Elena Tovar y las demás, que luchan por tener recursos y gestión para seguir viviendo dignamente de un saber que no debería perderse.

Y porque todos ellos, más que fasto o fallidos y vergonzantes desfiles- performance que siguen en la repetición - pero sin ninguna calidad comparada a los procesos de marcas como las de Alejandro Crocker, que sí hace verdadera transformación social, entre muchas otras y un ejercicio muchísimo más pulido en sus procesos que solamente poner retazos a la loca- o ejercicios que merecen mejores espacios como el de la Universidad Minuto de Dios y su enorme ropero, tendrían más beneficios en verdaderas gestiones de curaduría, apoyos de personas que sí sepan de lo que están hablando, y también un espacio que les ayude a generar negocios más que un circo para unos segmentos de televisión.

No sirve de nada hacer tantos esfuerzos para traer personas, o que la gente coma gratis en lugares cuando se necesita más una gestión seria en la que se comprometa el gobierno local -más allá de algunos de sus funcionarios- y departamental, cuando la primera dama de Boyacá se la pasa usando moda y la promueve, por ejemplo.

¿Y de qué sirve eso cuando tiene abandonados a los artesanos de su propio departamento?

Entonces, no tiene sentido seguir haciendo un circo, cuando lo que se necesita es industria. Y una de verdad.

Invertir recursos y bien en traer a instituciones de moda, a llevar a los artesanos a ferias de negocios de verdad. A ligarlos con personas que les permitan transformarse para seguir dándoles recursos y negocios. Y en eso, incluso la invitación a los medios sobra si eso contribuye a en realidad abrir un espacio a su trabajo.

Pero Fashion Sessions en Villa de Leyva, una marca que se ha tomado la identidad de un pueblo que lucha por tener sus propios empleos y espacios en moda ( y que va en contra de sus intereses) , es el reflejo de lo que pasa en todo el país.

A excepción de honrosos y muy estructurados eventos como Ixel Moda, ya un trademark en la costa colombiana en cuestión académica y de región o el inmenso Cali Distrito Moda, con ejes bastante claros en sus temáticas, o Ibagué Negocios y Moda, que si bien debe trabajar en curaduría, tiene un gran orden y acierto para escoger a creadores emergentes del resto del país, en las regiones prima siempre la improvisación: el hecho de quién tiene más dinero para imponer agendas, a gente que desfila y hace las cosas (muchas veces sin saber).

A agencias de modelos incluso que se creen con la experticia para hacer desastres y jugar con el dinero de los emprendedores.

O el hecho de querer todo gratis y que hasta los maquilladores regalen su trabajo. Que los modelos no coman, no duerman bien, no sean reconocidos por su trabajo. Y solo es la punta del iceberg.

Podría hablar también del hecho de que patrocinadores también impongan su criterio. Y lo peor: que muchos funcionarios públicos, con semejantes exhibiciones, así pueden meter estos eventos en sus informes de gestión para decir que sí hicieron algo por los emprendedores de moda de sus regiones, cuando en realidad muchos se quedan a pérdidas, o realmente no ganaron nada por participar. Una pérdida de tiempo y recursos en todo sentido.

Y un irrespeto a una industria nacional que se llena la boca con discursos que en la realidad solamente reflejan abusos, descuido, negligencia, y ganas de figurar por encima de otras personas que buscan una oportunidad.

Que reflejan, de paso, un enorme desconocimiento de la estructura social y cultural de pueblos, regiones y veredas.

Y que, en en un afán por verse “cosmopolitas”, pecan de lo peor: no integrar a estas personas que con mucho esfuerzo podrían, a través de la moda, construir más industria, sino desecharlas por no estar en los estándares que alguien de fuera se inventó. Eso, cuando se deberían integrar los dos mundos.

La moda regional necesita apoyo, sí, pero eso no lo hacen los medios, no lo hacen shows o personas figurando como las “salvadoras” de las regiones y sus artesanos o diseñadores, cuando aparte de ser una figura colonialista, es un insulto a las tradiciones que dicen proteger o “visibilizar”.

Se necesitan estructuras, conexiones, se necesita mejor uso de los recursos. Y en últimas, que la moda deje de hacer un socialwashing, al menos en Colombia, que llena de ilusiones tan lejos de un sistema aún tan centralizado, para salirles con nada, como una historia repetitiva.

Es hora de que estos mismos lugares tomen su propia vocería y pidan sensatez, transparencia y seriedad a quienes dicen representarlos. Y de alguna manera, comenzar a creer en sus procesos para que no les sigan cambiando espejos por oro, ni circos por promesas.

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