Lloré, sí, lo hice, por un perro. Por uno que no sólo me acompañó a mí en mi decadente y exuberante paso por Valparaíso, por lo que estoy segura que no lloré sola, sino con cientos de personas que no conciben el puerto chileno sin su presencia.
Hace 21 días atrás atropellaron al queridísimo can y en VeoVerde inmediatamente cubrimos la lamentable noticia, que nos trajo varias críticas respecto al papel de este medio, que no sería otro que hablar de sustentabilidad y que eso de tomar “anécdotas” a lo Macondo era un despropósito que nos hacía caer en la más oscura de las noches editoriales. Se nos dijo incluso que atropellaran a un perro en Valparaíso era algo bueno, habiendo tanto perro “vago” por sus asquerosas calles, plagadas de mojones.
Sin embargo, defendí la cobertura porque el perro Julio fue un perro símbolo de un animal urbano libertario, que por suerte todos atendimos como si fuera propio, pero que un día y tras más de 12 años, sucumbió a raíz de unos irresponsables que lo atropellaron.
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La tenencia responsable es un tema que se desprende de este caso. Cómo poder controlar la población canina, cómo cuidarla, cuando su ímpetu patiperro y callejero va más lejos. Es por eso que en esta ciudad, la ciudad de los perros, se decidió que el municipio fuera el encargado de apadrinarlos. Lamentablemente esto duró solo un año y ahora los perros volvieron a tener condiciones iniciales de desamparo.
Escribí anteriormente sobre el Quiltro, donde expliqué esta curiosa situación en donde los perros no se acostumbran al cautiverio y claman liberarse de sus aburridos patios y por supuesto sus más aburridos dueños.
Pero Julio, Julio fue un perro feliz, porque fue un perro de todos. Siempre estaba donde ocurría el acontecimiento. Siempre en la filmación de un comercial, junto a la comitiva de autoridades, afuera del Cinzano con las estrellas que visitan la ciudad puerto para el Festival de Cine, subiendo el cerro como guía turístico de las más bellas extranjeras, en la galería de arte para un vino de honor, en el ascensor porque lo habían dejado de por vida utilizarlos, o en el trole. Porque era un ciudadano ilustre de las calles de Valparaíso y era capaz de entender muchos de nuestros delirios. De eso estoy segura.
Por eso quizás, fue carta segura como candidato a Alcalde frente a verdaderos truhanes, corruptos y viles y consiguió relevancia montando sus redes en Twitter y Facebook.
Julio era especial, que duda cabe y lloré como muchos otros su partida, dado a que una falla renal, mientras se encontraba convaleciente de ese ruin accidente, se lo llevó, no digamos al cielo de los perros, porque una vez me comentó que abrazaba el nihilismo, pero sí a nuestra memoria colectiva, donde quedará resguardado del olvido para siempre. Inmortal.
¡Qué va! Porque la humanocracia me tiene harta y porque VeoVerde también es un espacio para plantear que los animales tienen derechos y conciencia de su existencia, apuesto por este sentido homenaje a NUESTRO QUERIDO PERRO JULIO. ¡HASTA SIEMPRE!
A grosso modo su espectacular paso por el Tercer Planeta: