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Lo que hay que pedirle al señor Alcalde

Especialmente en la ciudad, la protección del medio ambiente no dice tanto en relación con la conservación, como sí con la innovación, la eficiencia en el uso de recursos y la voluntad de cambio.

El rol de alcaldes y concejales en la gestión ambiental parece menor si se le ve sólo desde el punto de vista de la ley 19.300 y el SEIA, donde los gobiernos locales tienen muy pocas facultades que puedan ser utilizadas en la evaluación de proyectos o en la definición de políticas. Pero fuera de dicho ámbito son las Municipalidades las principales encargadas de la gestión ambiental y a ello son mandatadas por la propia ley orgánica que rige su funcionamiento. (Ley 18695, art. 4)

Sin lugar a dudas las autoridades municipales tienen un gran impacto en la regulación de las relaciones entre las personas y el medio ambiente. Recordemos que el medio ambiente, jurídicamente, está compuesto por todo lo que nos rodea, natural o artificial, en forma de materia o energía, sus usos e interacciones.

Esto es especialmente cierto en sectores urbanos, donde el gobierno comunal influye de gran manera en las posibilidades de un ciudadano de convivir con su entorno, pues entre otras cosas están a cargo de la recolección de la basura, de la administración de los bienes nacionales de uso público (calles, plazas, estacionamientos, etc.) y de dictar los planes reguladores comunales.

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Centrándome en estos ejemplos, hay algunas cosas que deberíamos empezar a exigir a nuestros alcaldes para procurar la protección del medio ambiente y a la vez que la calidad de vida de los habitantes de la ciudad sea mejor.

En primer lugar, una política efectiva de reciclaje. La moda de crear puntos limpios no es suficiente porque salvo el hecho de ser una cuestión vistosa, no logra llegar a la mayoría de los habitantes de una comuna. Se requiere una política integrada de reciclaje que considere el retiro separado de los desechos domiciliarios y la coordinación con los recicladores de base, claves en este esfuerzo.

En segundo lugar, una gestión eficiente de las vías públicas. El uso de la bicicleta se ha ido incrementando a pesar de la resistencia de la ciudad a ello. Mientras más y más personas deciden pedalear para transportarse, las vías adecuadas al efecto no aumentan en la misma forma. En muchas comunas se prefiere concesionar una vía para hacer estacionamientos que utilizarla para la demarcación de una ciclovía. Y a usted le podrán decir que los estacionamientos generan ingresos a la comuna y es verdad, pero ¿es ese beneficio mayor que el beneficio en la salud y el medio ambiente que significa el aumento en el parque ciclista y la disminución en el automotor? Difícilmente.

En tercer lugar, una planificación territorial adecuada. El aumento en la altura, salvo pérdidas patrimoniales importantes, no me parece en general un problema sino algo más bien positivo. Entre a mayor altura se edifique, especialmente en la zona central de la ciudad, menor será la cantidad de espacio que esa ciudad requerirá para albergar a sus habitantes y los transportes serán igualmente de menor longitud y tiempo, con un beneficio notable a la calidad de vida de las personas y una disminución de las emisiones provocadas por ese transporte. Ese aumento de altura sin embargo, debe darse en zonas específicas y además debe ir acompañado de otras acciones como la creación de parques (no plazas) que sirvan de pulmones y de espacios de relaciones comunitarias, deporte y esparcimiento a las personas que habitarán en esas construcciones en altura.

Especialmente en la ciudad, la protección del medio ambiente no dice tanto en relación con la conservación, como sí con la innovación, la eficiencia en el uso de recursos y la voluntad de cambio.

Ahora que un nuevo período municipal comienza, es un buen momento para que alcaldes y concejales tracen dentro de sus metas producir comunas más amigables con el medio ambiente y con ello más amigable con sus habitantes. Es un buen momento también para recordárselos.

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