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Columna del doctor Valdés: “Cirugía estética, reparadora y el rol del estado”

Esta semana el cirujano Héctor Valdés nos habla de la cobertura de las cirugías reparadoras y el rol de la salud estatal en este tema.

Son parte de la misma especialidad, la cirugía plástica y, al parecer es fácil distinguirlas. La primera es para embellecerse y sinónimo de algo más superfluo y en rigor no tan necesario; de hecho el Estado no la paga –al menos en Chile– a diferencia de países como Brasil, donde el Estado sí se hace cargo. La cirugía reparadora, en cambio, la entendemos como la que mejora desde cicatrices hasta la que reconstruye el busto después de un cáncer. Hasta aquí todo claro.

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Sin embargo, este límite es cada vez más difícil establecerlo, lo cual es correcto. Esto es importante ya que hay miles y miles de pacientes que merecen una ayuda –ya sea del Estado o de las Isapres– para resolver un asunto de salud que no es un capricho estético sino que un cambio necesario, o más bien imprescindible para que quien está afectado por alguna dolencia en esta mal clasificada definición o tierra de nadie, ya que no es estética ni reparadora, sino que ambas a la vez.

Seamos aún más claros y veamos algunos ejemplos.
Algo sencillo. Unas marcas irregulares en el rostro de una persona, por ejemplo las secuelas de un acné severo de la adolescencia y que requieren un tratamiento llamado Peeling o una Dermoabrasión, procedimientos que también son usados para quitar manchas. Entonces, ¿con qué derecho el Estado o un seguro médico va a negarle la solución de un problema a estos miles de pacientes? ¿Sólo porque ellos, unilateralmente, lo consideran una cirugía estética? ¿Saben lo que sufre una mujer cada día cuando sale a buscar trabajo con un rostro así, marcado, y tiene dificultades para ser contratada de secretaria, vendedora, azafata, RR.PP u otras actividades donde hace falta lo que se denomina «buena presencia»?

O un mentón corto que da ese típico rostro tan caricaturizado hasta la saciedad en una sociedad que es injusta con quien ha nacido con rasgos que desde el colegio son motivo de burla. O asuntos sencillos de resolver para un cirujano como unas orejas aladas, esas tan abiertas que le hacen la vida imposible a un escolar durante toda la época de colegio. Tendríamos que pensar si cada uno de nosotros hubiéramos tenido el temple y el aguante para sobrevivir emocionalmente a un día tras otro con la permanente «bromita», y teniendo siempre a un par de compañeros dispuestos a venir a tocarnos las orejas. Es una cirugía considerada sencilla, pero claro, hay que hacerla en un quirófano y hay que pagar una clínica, asunto fuera de presupuesto para millares de familias. ¿Esto es lo que un país ofrece a sus niños? ¿La negación de resolverlo? ¿Hay prioridades más importantes? ¿La salud mental y emocional de un niño no es prioritario?

¿Más ejemplos? Pues hay miles de adolescentes a las que no se les ha desarrollado un lado del busto, teniendo una importante asimetría, ¡o les falta uno completamente! Fallo genético llamado síndrome de Polland. Son niñas que lo pasan mal, que se sienten incómodas, que tienen vergüenza de enseñarse así. Entonces ya no hacen deporte, no quieren ponerse traje de baño frente a sus amigas, y así las consecuencias suman y siguen.

Afortunadamente esta patología sí tiene fácil solución, poniendo un implante sólo de un lado, pero el alto costo de este procedimiento tampoco lo proporciona el Estado, olvidándose completamente de la salud emocional de estas niñas.

Pero bueno; tendríamos que ocupar la revista completa para continuar con los ejemplos. Espero que al menos hayamos despertado la semilla de la compasión, solidaridad y obligación de quienes toman las decisiones que involucran la cobertura sanitaria, donde lamentablemente la mala definición de cirugía estética impide devolver la felicidad a miles y miles de chilenos/as.

 

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