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¿”Y tú, cuándo te vas a casar”?

Frases que aún prueban que la sociedad necesita aferrarse a lo institucional, aunque muchos en realidad quieran escapar de ello.

Era domingo y como de costumbre, mi abuela llegó de visita para el almuerzo. Para que sepan el contexto de esta nota, Eva (así se llama) tiene 93 años, nació en Austria y es mamá de mi papá.

Ha sido una buena abuela; cariñosa, juvenil, activa. A pesar de haber llegado hace décadas a Latinoamérica, aún se le escucha ese acento alemán y es difícil que diga que es chilena, porque tiene claro que no lo es.

En una de las tantas conversaciones que tenemos esos sábados a la hora de almuerzo, en esta última ocasión, la abuelita Eva decidió tirarme una bomba atómica. Primero, me recordó que quedaba poco para mi cumpleaños (es mañana), lo que ya me sorprende porque no sé cómo tiene tan buena memoria a esa edad (mejor que la mía).

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Acto seguido, me preguntó cuántos años cumplía. “Veintioch….”. Y bueno, ahí sentí el impacto de la bomba. Eva me dijo en tono irónico mezclado con preocupación: “¿Y tú, cuándo te vas a casar?”.

No es primera vez que me lo pregunta, de hecho, creo que desde que tengo 23 años la interrogante es fija. Le expliqué que los tiempos ahora son distintos, que las mujeres tenemos otras aspiraciones y que el matrimonio no siempre es la opción.

Obviamente, no se sintió conforme con mi respuesta, y me dijo: “Es que Ale, a los 28 años es bueno que te intereses por eso, es lo natural”.

Empecé a irritarme, pero mantuve la calma, porque entiendo que ella fue criada de una forma totalmente distinta a la mía, que nació en un tiempo en que la única opción que tenían las mujeres era ser buenas esposas y bordar. Las que decidían hacer lo que querían, eran rebeldes.

Le dije que no tengo pareja y que tampoco estoy interesada en tenerla, al menos hasta que conozca a alguien que me interese demasiado. Insistía, y ahí decidí cortar la conversación.

Por suerte, justo en ese momento llegó mi hermana de 22 años, y ahora ella era el objetivo de la interrogante de Eva. “¿Tú te vas a casar luego”?

Todo esto me hizo pensar en esa obsesión que aún existe por que la mujer se sienta realizada o valorada a través del matrimonio. Y no me refiero a mi abuela de 93 años, sino que a mujeres de mi edad o incluso más jóvenes, que se insegurizan por temor a “ser solteronas”.

Yo no estoy preocupada, al contrario: estoy agradecida de haber tenido la oportunidad de elegir, de educarme, de valerme por mí misma y de valorarme no por la capacidad de mi útero, sino que la de mi cerebro.

La abuelita Eva seguirá preguntando, pero no me enojo, ella lo hace porque me quiere. Eso sí, si alguien que no se llama Eva y que no tiene 93 años me lo pregunta, seguramente recibirá una respuesta menos suave de mi parte.

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