Tráfico, bocinas, alarmas, gritos y música demasiado fuerte. Estamos rodeados de ruidos y sonidos, es parte de vivir en ciudades grandes, con mucha gente.
Aunque tratemos de escapar de toda esa contaminación auditiva, el silencio a veces incomoda. No hablo del silencio en su forma literal, sino que de la falta de ruido externo que nos obliga a escucharnos a nosotros mismos, a pensar en lo que somos.
El ruido constante disfraza el silencio que es tan necesario de vez en cuando. Cuando tenemos esa necesidad de escapar, de irnos a otra parte o de estar solos aunque sea por un momento, estamos deseando el silencio.
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Escuchar es un privilegio y los que tenemos la suerte de haber nacido con nuestro sentido de la audición intacto, tenemos la posibilidad de acceder a ese regalo que nos conecta con el exterior, llevándolo a nuestro interior.
A veces es bueno callar, pero no estar ausente. Me gusta cuando la gente está en silencio, porque es más fácil identificar los estados de ánimo y las emociones, cosas que la palabra trata de disfrazar con cinismo para seducir a los demás.
El silencio puede unir a las personas. Cuando no hablamos, dejamos que nuestro cuerpo se exprese, que nuestras emociones sean más auténticas y reales, sin tener que ser pronunciadas.
Hablar mucho también puede producir ausencia. Si no paras de hablar y no escuchas a los demás, la comunicación será en vano. No te ausentes, pero quédate en silencio de vez en cuando para apreciar lo interesante que es el lenguaje del cuerpo.