Hay momentos en la vida en los que la brújula interna deja de funcionar. Para Ivette Montalvo, ese punto de quiebre llegó a los 37 años. Con un trabajo estable y una vida “segura”, se dio cuenta de que por dentro no se sentía “completa ni a gusto con lo que hacía, pues todo se volvió repetitivo y, lo más importante, ya no me llenaba”.
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Fue en ese momento que “estaba viviendo en piloto automático”. Esa sensación de vacío fue el motor que la impulsó a tomar una decisión radical: dejarlo todo y emprender un viaje que, inicialmente planeado para un año sabático, se extendió durante “siete maravillosos años de exploración y aventura”.

Hoy, Ivette se define como “una mujer que se atreve, incluso cuando tiene miedo. No porque el miedo haya desaparecido, sino porque aprendí a moverme a pesar de él”. Su aventura no fue un escape, sino un reencuentro, un viaje de reinvención que comenzó en África.
Ella cuenta que este continente siempre llamó su atención “por diferente, y por esa belleza natural indiscutible” y que, por estas razones, “estuvo en mi bucketlist desde que recuerdo".

Su verdadera travesía comenzó cuando se quedó sola, en un lugar “tan lejano y diferente a todo lo conocido”. Lo que creyó que sería un momento de soledad se convirtió en una experiencia de “descubrimiento y mucha satisfacción”, el primer paso para salir de su “burbuja donde todo era familiar”.
“Viajé en un tour “overland”, que quiere decir “viaje por tierra”, en donde se viaja en una mezcla de bus-camión, por semanas, meses o inclusive años, dependiendo de los destinos.

El bus-camión tiene capacidad para unas 15 personas aproximadamente, en el caso de África, uno elige el tipo de viaje que quiere, en mi caso, fue “low budget”, lo que implicaba acampar durante esos 3 meses.
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Esos primeros días sola, ya sin mis amigas que regresaron a Ecuador, fue de descubrimiento y mucha satisfacción, ya que yo creía que la iba a pasar mal cuando ellas ya no estuvieran, pero fue todo lo contrario, más bien fue una interesante experiencia de apertura, al estar abierta a compartir con los otros viajeros y no seguir en esa burbuja donde todo era familiar. Un año más tarde, en Tailandia, finalmente me soltaría a viajar sola”.

El aprendizaje de mirar con “otros ojos”
En su travesía por tierra, enfrentó un “shock físico” al acampar el 99% de los tres meses en África, algo que nunca había hecho. Sin embargo, lejos de arrepentirse, se dio cuenta de que “estoy hecha para la aventura”, revelando que “la experiencia hace al maestro”. Ella considera que el viaje no solo le enseñó a ser eficiente, sino que le dio la lección más importante de su vida: la adaptabilidad.

“África, sin duda, me enseñó ADAPTABILIDAD”, afirma. Esta cualidad se convertiría en una brújula para el resto de sus viajes y para su nueva vida, llevándola incluso a viajar a Ladakh, en la India, para recorrer los Himalayas en moto.
Fue una experiencia que, asegura, “me confrontó y me recordó por qué amo la aventura”, no solo por los paisajes y terrenos, sino también “por la gente maravillosa que ahí reside”. Con la idea de compartir esta pasión, creó su proyecto Ewet Experiences, pues quiere “volver a lugares que me recuerden que siempre hay algo más por descubrir” y seguir “moviéndome internamente”.

“Tenía una limitación que era quedarme en “dorms”, esos dormitorios con varias literas y gente desconocida durmiendo en ellas. Me daba susto compartir habitación con extraños porque mi mente se inventaba historias de robo o cosas peores. Por eso siempre evitaba esos lugares, aunque eso complicara mi presupuesto.
¡Descubrí que pude superar todas estas limitaciones! El viaje te motiva a hacer lo que pensabas imposible. Te ayuda a descubrir versiones de ti misma que ni sabías existían, te ayuda a soltar, a confiar.

Es maravilloso ver y sentir cómo uno se va despojando, paso a paso de esas limitaciones con las que crecimos y que no nos dejan avanzar, no nos dejan ser libres”, narra.
Acota que observar sin apuro ni presión fue de lo más valioso de sus viajes. “Sentarme a mirar cómo vive otra gente, escuchar sin imponer mi forma de pensar, tomar notas de detalles cotidianos, entre otras experiencias, me ayudó a callar el ruido interno.

Este estado de observación me ayudó a vivir más el presente. A veces no sabía en qué día de la semana estaba o incluso el mes, porque cada día era igual de valioso. Este estado es cuando uno entiende lo que realmente significa “disfrutar de las cosas simples de la vida”.
Es ese real disfrute de lo que estás viviendo en ese preciso momento. Es una forma de meditación que también te acerca a tu interior, ese interior que la mayoría de veces dejamos olvidado…”.
“Libre”, su diario de memorias
“Regresar siempre representa un shock emocional. Pasé de vivir sin días ni horarios a ajustarme a la cotidianidad. La rutina puede devorarte si no estás atento.
Lo curioso es que, después de tanto tiempo, uno regresa y se da cuenta de que el único que ha cambiado es uno mismo… ya que te encuentras con los mismos problemas de siempre, las mismas situaciones, pero uno ya no es igual.

Escribir LIBRE me tomó dos años de constancia y resiliencia. Quise botar la toalla infinidad de veces. A mí no me llamaba escribir, así que fue doble reto para esta aprendiz.
Al final terminé volviéndome buena para contar historias. Ver plasmadas esas vivencias me llena de orgullo porque sé que pueden encender algo en quien las lea.
Espero que mis lectores se lleven justo eso: la certeza de que nada es imposible, que los sueños están para cumplirse a pesar del miedo. Que siempre hay un mundo exterior por conquistar y uno interior por descubrir.

La historia de Ivette Montalvo Egüez es el ejemplo perfecto de que el mayor obstáculo no está en el exterior, sino en la mente. Por eso, tiene un mensaje contundente para las mujeres ecuatorianas: “A todas las mujeres que sienten ese anhelo de moverse, reinventarse o explorar, les diría que no esperen a tener todo resuelto. ¡Empiecen! Así sea con miedo”.
Y agrega, con la voz de la experiencia, que “el miedo vive en la mente. La mayoría de esas excusas que nos ponemos no tienen nada que ver con la realidad”. Ella lo sabe: “Duele más quedarse en el mismo lugar que equivocarse en el camino”.

Su consejo final es claro: “Empiecen pequeño, pero empiecen. Atrévanse a fallar. Confíen en la fuerza que tienen cuando dejan de pedir permiso para vivir su propia vida. Y créanme: una vez que se atreven, ya no hay vuelta atrás. ¡El movimiento es vida!”.