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Hace casi dos meses, Santiago se convirtió en el escenario de un movimiento social que ha ocupado el espacio público para expresar peticiones y consignas. Las calles hablan lo que los conductos tradicionales no cuentan, el descontento con marcas e instituciones se ha hecho tangible mediante daños, y la Plaza Italia, ahora Plaza de la Dignidad, se encuentra en un incierto futuro respecto a su funcionamiento urbano, estético y vial.
De partida, debemos entender que las ciudades han sido pensadas por arquitectos y urbanistas hombres, la histórica figura de sustento hogareño, por ende, quienes deben desplazarse por ella para llegar a sus trabajos. Para las mujeres, nuestro espacio siempre ha sido el doméstico, el privado. Sólo uno de los tantos puntos que reflejan la poca realidad que proyecta Santiago sobre sus ciudadanos.
Para Candela Arellano, socióloga y magíster en Desarrollo Urbano, una ciudad patriarcal, de poder político centralizado, con una policía que controla lo que desborda la norma, transforma a la capital en un espacio que se niega a mutar. Hasta hace un mes y medio.
“Las intervenciones y el uso del mobiliario público, y de edificios de empresas privadas, como farmacias, responden a lo que las y los manifestantes nombran como un sentimiento de desvinculación y enajenación con la ciudad y sus instituciones público-privadas. De forma espontánea, inesperada y popular, nos topamos con que cada esquina de Santiago ha sido modificada de una forma u otra. Rayados e intervenciones de significaciones políticas que empiezan a mostrar cómo ésta es ahora su (nuestra) ciudad, de cada quien que habita el espacio, que aporta a su construcción y vitalidad”, agrega.
En el contexto actual, como explica la experta, las ciudades se vuelven un recordatorio constante del momento que se está viviendo. Las y los ciudadanos están en control de la apariencia de los espacios, invocando emociones diversas en quienes la viven. “Con ello, recobra importancia la idea de que los procesos sociales moldean los espacios, y viceversa, donde las modificaciones espaciales tienen un correlato en las experiencias sociales”, opina Arellano.
¿Y qué pasa con la intervención de edificios patrimoniales y el deterioro de parques y calles? Según la socióloga, el patrimonio debe ser entendido como un proceso que nace de la identificación y la valoración popular. Se construye, evalúa y modifica, y eso es lo que ha ocurrido en Santiago.
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“Edificios históricos que albergan museos y bibliotecas se han visto completamente intervenidos, respondiendo al proceso de reapropiación de aquello identificado como ajeno. Lo mismo ocurre con las estatuas de próceres impuestos que han sido derribadas. El contexto de efervescencia social actual va acompañado de una reconstrucción de las ciudades, que implica que éstas funcionen y muestren lo que las personas quieren. Las molestias con esta clase de actos e intervenciones vienen dados de la necesidad de mantener el status quo oligárquico que se encuentra en la fundación de la ciudad”, explica Candela Arellano.
Sin embargo, los mismos trabajadores y trabajadoras de los espacios reconocen el valor histórico de la intervención urbana en sus fachadas. Como destaca la experta, se ha visto en las declaraciones hechas por las asambleas de trabajadores de instituciones como el Museo de Bellas Artes, Museo Nacional de Historia Natural y la Biblioteca de Santiago. Por su parte, los trabajadores y trabajadoras de la Biblioteca Nacional fueron enfáticos al indicar que están en contra de que se borren los rayados de la fachada, ya que son reflejo y registro de un proceso social que es necesario salvaguardar.
El cambio va más allá de edificios rayados. “Los barrios se activan, las plazas se llenan, vecines se organizan. Todo en pos de resguardarse de violencia estatal. Hemos visto cómo se intensificó el uso de la bicicleta en respuesta a los cierres de Metro. Caminar o pedalear se volvió una manera de decir que no iban a inmovilizarse, que salir, moverse y vivirlo era más importante”, nos explica.
Los desafíos urbanos recién dan sus primeras pistas y, ante fenómenos como los que apunta Arellano, no es descabellado replantearnos urbanamente: cómo mantener el uso de la bicicleta, repensar la Plaza de la Dignidad como un espacio cívico en lugar de una rotonda, o para estimular el uso del espacio público.
“Las intenciones políticas del gobierno apuntan a restaurar la ciudad a lo que teníamos antes. Nada se ha escuchado respecto a aprovechar las incipientes modificaciones populares en pos de repensar la ciudad como espacios que respondan a necesidades y preferencias de quienes, efectivamente, la usan”, comenta la entendida en desarrollo urbano, explicando lo provechoso que sería capitalizar el aumento de la movilidad ciclística y peatonal, entregando seguridad y preocupación por esta forma de desplazamiento.
“No se ha visto que el gobierno se enfoque en estos puntos. Frente a eso, sólo queda seguir apropiándose de espacios como ciudadanos de a pie, llenando pistas de bicicletas, y salir a habitar Santiago”.