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¿Por qué nos obsesiona tanto lo que viste Meghan Markle?

Y esto también incluye a Kate Middleton y Melania Trump

Desde que a María Antonieta le cortaron la cabeza como chivo expiatorio por su amor a la moda, no se había visto tanto interés en qué lucen los que ostentan el poder. En los últimos años, y gracias a la digitalización (y antes, al advenimiento de la televisión), para las personas no solo cuentan las ideas de su futuro líder en cuestión: también lo que usa, como claro sinónimo de coherencia y representatividad. Por eso, una chaqueta como la que usó Melania Trump al visitar a la frontera estadounidense en plena crisis humanitaria- así como los vestidos negros que usaron las actrices en los Golden Globes de este año, son ahora tema de conversación.

Sin embargo, ¿hasta dónde esto genera un interés genuino por lo que los políticos representan y hasta dónde ha sido solamente alimento del efímero sistema del espectáculo? ¿Por qué nos obsesiona lo que visten Meghan Markle, en su día Michelle Obama e incluso Justin Trudeau?  “Porque nosotros, como cultura, también estamos interesados y envueltos en la moda. Hubo un tiempo en el que la moda no era notada si se hablaba de qué vestían los políticos. ¿Quién discutía el corte de los trajes de Edgar Hoover o las corbatas de Richard Nixon?

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La primera dama Eleanor Roosevelt fue una ciudadana modelo, pero no estaba interesada en la moda y nunca ocurrió que la gente de ninguna ideología política la criticara por su guardarropa. El advenimiento del Internet, unido con los realities de moda (como “Project Runway), hizo que la gente se creyera una experta en moda y de criticar lo que los políticos usan. Estamos obsesionados con la moda de una forma en la que no deberíamos, la moda se ha convertido en la otra “F” Word. Lo que los políticos hacen debería importar más que lo que se ponen”, explica a Metro Amanda Hallay,  profesora de Historia de la Moda de LIM College, en Nueva York, directora de márketing de Dean Street Press y creadora del popular canal de YouTube, The Ultimate Fashion History.

Irónicamente, en este mundo de información inmediata también hay múltiples lecturas sobre la misma. Con Melania y sus trajes de campaña se trató de crear un relato “subversivo” contra la campaña de su esposo. Luego, con su Ralph Lauren de la posesión presidencial, se trató de recrear de nuevo el relato de Jackie Kennedy e incluso de víctima de su marido.

Y los odios ahora están enquistados por su chaqueta de “No me importa, ¿a tí sí?”, que ha opacado, por ahora, cualquier otro vestido que use y que también opaca el costo de sus vestidos, como el de Chanel de 80 mil dólares que usó en una cena de estado con Emmanuel y Brigitte Macrón. “Creo que es una combinación con la obsesión actual por la moda, pero sobre todo, es un reflejo general de una sociedad en decadencia. Es fácil criticar lo que usa un político, pero discutir  las políticas toma más sabiduría y compromiso”, afirma Hallay.

Pero es más fácil criticar al vestido que a la figura, eso lo sabe bien Hallay, que explica que “en los últimos cincuenta años ha existido una increíble democratización de la sociedad. El sistema de clases puede que exista todavía, pero nosotros pretendemos que no y pienso que la clase trabajadora resiente que sus líderes electos (y sus esposas) se visten más allá de las posibilidades de un ciudadano promedio. Ciertamente, las Primeras Damas deben tener guardarropas elegantes y apropiados, porque no solo representan a sus esposos, sino también al país”, enfatiza. Pero esto no significa que no puedan señalarlas, como lo hacían con las reinas en el pasado. “No creo que la gente se interese en el costo de un vestido de diseñador de Melania Trump mientras no haya sido pagado por sus impuestos. Es más bien la poca conciencia de sus elecciones las que tienen a los estadounidenses horrorizados; la infame chaqueta que usó visitando la frontera, donde hay niños separados de sus padres, fue un horrible error que el mundo tuvo razón en condenar. Ahora, ¿por qué vivimos en un mundo donde hay lemas que dicen orgullosamente “No nos importa”?. No es positivo, ni tiene clase y en términos de estilo está pasado de moda”, afirma.

Pero, ¿es cierto que la moda tenga una posición política genuina, máxime con la naturaleza de su industria, donde predominan las modelos blancas, delgadas y rubias como ideal en editoriales y en publicidad?

“No lo creo”, responde Amanda Hallay. “Estamos todavía muy ligados a la idea de que para que una mujer luzca atractiva debe lucir “sexy”. Es un tiempo confuso para la moda y para el mundo”, concluye y es irónica cuando mira las campañas de modelos ultradelgadas y sexualizadas y camisetas del #MeToo al mismo tiempo: “Siento que es irónico que los diseñadores que se han adherido al movimiento #MeToo con camisetas feministas sean los que siguen prácticamente enviando a modelos en topless a la pasarela”, explica.

Quizás la historia responda si lo político pasó a ser un tema más de la farándula o por el contrario, la moda va por otros derroteros.

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