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De Hernando Zabaleta o por qué en Colombia hacemos famosos a los estúpidos

Pronto veremos la telenovela de su vida y su canal de Youtube.

No hay nada más que decir de Hernando Zabaleta. Que es un patán, un cretino, que es de la típica clase de personas que usa su poder real o imaginario para humillar y que cada cosa que hace para no enlodarse lo hunde más en el desprestigio (y no le importa)  y que su corbatincito apesta. Sí, ya todo eso está dicho.

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Lo que no está dicho es que a cada personajito de esos le hacemos un show que solo alimenta su fama y su ego, así este provenga de la infamia y que sería mejor ignorarle (incluso, no escribir de él), pero acá lo haré, ya que veo un patrón repetitivo inevitable. El de hacer famosos a todos los que se portan mal y no prestarles atención a los que hacen algo bien y a los que les hacemos odas por romper las reglas. Ya es comprobado que a este tipo de sujetos no les pasa nada e incluso pueden llegar a tener más notoriedad y réditos que los miles de colombianos que los insultan con justa indignación y que sufren para llegar a final de mes.

¿No? Pues ahí está Popeye, muy campante, amenazando gente y ganando popularidad por su serie, su libro y su canal de Youtube y pontificando sobre política. O el tal Nicolás Gaviria, el pionero del «usted no sabe quién soy yo», que fue perdonado por la justicia y hasta entrevistado en Jet- Set. Y ahora Zabaleta hace gira de medios porque le interesa más la atención que pueda generar, ya que sabe que en este país armamos tormentas en un vaso de agua y que no pasará de ahí. Que no pasará nada y todo seguirá igual.  Razón tenía el arquitecto que se quejaba en la lejana China de que a los colombianos que sacaban la cara no les pusieran atención, si en el país ya tenemos suficiente con nuestra propia fauna para ponerle atención a gente que sí vale la pena. En eso se ocupa nuestra agenda, nuestros números, la atención que le generamos al ciudadano para seguir alimentando su furia. Y luego se acabará todo.

Así somos. Luego de este filipichín megalómano con traje mal ajustado vendrá otra persona con ínfulas de poder a la que tampoco le pasará nada ni a la que le darán una verdadera sanción social ni mucho menos una sanción real (¿por qué, en primera medida, si debía todo eso, seguía conduciendo?). Podrán reconducir su vida y si son como Popeye, incluso pueden aprovecharse del morbo que genera la patanería para ser líderes de opinión. Así somos.

En una Colombia ideal (de tantas Colombias ideales que se han escrito), el tipo sería debidamente judicializado y castigado con todo el peso legal y social. Eso no va a pasar, por más putazos que le den en sus fotos arribistas. Pasarán los días y el sujeto quedará en el olvido, a menos que haga otro escándalo y seguirá incluso conduciendo luego de un tiempo, porque otro patán será objeto del escarnio público, ese que en nuestro país siempre ha tenido mucho de sentimiento y brutalidad pura pero nunca de razón. Una herencia que no podemos borrar con nada.

Sí, acá es inevitable hacer famosos a los estúpidos. Porque si no es Zabaleta, será otro, ya que lo que no nos indigna nos aburre.

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