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Hablando de amor

No quisiera encontrar un término para lo que soy. Tal vez exista algo que defina y encaje en lo que pienso, pero no me hace falta acogerlo.

Todos hablan de amor: al menos el 90% de las personas que conozco dicen haberse enamorado por lo menos una vez en sus vidas. Hay quienes eligen sus amores “al ojo”, es decir, por sus características físicas y hay quienes ni siquiera eligen, como yo.

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Para definir las tendencias sexuales se han creado una cantidad absurda de términos, tales como heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual, entre otros. La cuestión es si realmente estamos enamorados o si solamente nos apegamos a un sexo, a una ilusión o a una idea.

Les voy a contar mi historia. Yo nací siendo, como se dice, una mujer heterosexual. Desde pequeña mi atracción se ha dirigido particularmente a los hombres y sigue siendo de esta manera.

A pesar de que podría seguirme considerando parte de esta identidad, me di cuenta de que es ilógico nombrar algo que no viene al caso cuando de filia se trata porque, siendo sinceros, uno sólo se enamora cuando no elige de quien hacerlo.

No soy heterosexual porque he aprendido a fijar mis intereses en cosas mucho más importantes que un rostro o un sexo, y he comenzado a ver esas características invisibles que son las que les dan magia a las personas.

Las inclinaciones son inevitables, sin duda. La atracción es necesaria y va a seguirlo siendo. Sin embargo, ¿qué tanto sabemos del amor? Sabemos de sexo. Sabemos que nos gustan los hombres o las mujeres, o ambos, pero son fines puramente sexuales, mas no afectivos.

Para sentirnos más seguros, les ponemos nombre a nuestras atracciones y estamos convencidos de que tenemos claro lo que queremos. Si vamos a una fiesta sabemos de antemano a dónde apuntar y andamos con los ojos bien abiertos para que nada se nos escape.

No está mal, es natural, pero hay que recordar que esa predisposición es meramente física y que el amor no nace de los ojos, sino de la química y de las mentes.

No quisiera encontrar un término para lo que soy. Tal vez exista algo que defina y encaje en lo que pienso (sapiosexual, quizás), pero no me hace falta acogerlo. Sé que es así de simple: no me gustan los hombres ni las mujeres; me gustan las personas.

No soy bisexual porque no tiene nada de sexual lo que siento cuando soy capaz de admirar a alguien por sus ideas y sus talentos. Reflexionar sobre estos patrones es el primer paso para conocer al amor en toda su extensión, porque la mente comienza a deshacer los idealismos que hemos tenido toda la vida.

El amor puede traducirse en sexo si le da la gana, pero el sexo no es lo mismo que el amor. Es como un embudo que puede ir de arriba a abajo, pero es difícil obtener el mismo resultado si se quiere ir de abajo a arriba.

Para mí, enamorarse tiene su oficio aunque el proceso es más sencillo de lo que parece. Primer paso: olvidar selecciones y divisiones. Segundo paso: dejarse cegar un poco. Tercer paso: agudizar el oído y sentir las vibraciones que nacen a partir de la mente ajena sin importar si es masculina o femenina. Cuarto paso: querer lo que se conoce y tomarlo como un regalo. Quinto paso: fluir. El resto viene por sí solo.

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