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Dejen de decirme que deje de creer

Un breve mensaje a los que han decidido darse por vencidos en el amor.

Un día dejé de creer que todo lo que había creído tenía alguna posibilidad. Toda mi vida le había regalado el beneficio de la duda a la emoción, a la sensación que me apretujaba el abdomen, a la conquista, a un final feliz, al “para siempre” con todo y sus dificultades, al amor real.

No, no creía en los cuentos ni en las exageradas muestras de afecto, pero sí en que yo era capaz de acompañar y aliviar a un corazón triste, en el abrazo que a veces buscaba desesperada cuando me sentía sola. Sin caer en la soberbia, creía que merecía a alguien que me regalara un poco de su tiempo al día para llamarme, preguntarme “¿cómo estás?”.

Yo creía hasta que conocí a quien ya no cree, a quien ya perdió toda fe en la humanidad y siente que no merece que lo colmen de detalles porque, claro, él no podría hacer lo mismo.

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Yo creía en dar y recibir, en la expectativa como algo sano, en que los detalles pequeños como responder automáticamente un beso o una caricia eran parte de los ingredientes del amor. Yo creía que cada encuentro tenía que llenarme de emoción y que los aniversarios se festejan, o cada mes.

Luego me encontré con que las fechas no son importantes, y que repetir “te quiero” no es tan necesario. Que una relación puede prescindir de la presencia física mientras exista la bendita tecnología (maldita tecnología).

Me han dicho que la vida es injusta, que no puedes tener todo lo que quieres o no al mismo tiempo y no sé qué tantas cosas se ha creído la gente últimamente que, cuando te las dicen, hasta se desesperan como si te quisieran vender algo.

“Alto ahí”, me dice mi cabeza. Dejo de escuchar y pienso en todo lo que habrán tenido que soportar esas personas para convencerse de que la vida es mejor así: de poquito en poquito, dosificando y midiéndose en cada paso.

Yo creí que llorar era una señal de vida. Luego, junto con un montón de cosas más, me quisieron decir que llorar era lo mismo que hacer un drama. La verdad es que pocas personas toleran la vulnerabilidad ajena, y por eso creo que es más fácil aplicar la huída.

Luego entonces, ya no creo en la gente que huye, ni en los que se hacen los fuertes o los que son de piedra. Puedo decir que mi sexto sentido me ha salvado de caer en las redes de los que ya se dieron por vencidos.

Me ha bastado el terror de la minoría para reforzar la idea de que el amor está, existe y es posible. Así, intenso y toda la cosa.

Si sigues negando con la cabeza pensando que no tengo idea de lo que hablo, seguramente eres de los que ya cerraron su corazón. Todos hemos sido lastimados, a todos nos han herido. Esa es la maravillosa verdad: por más que se resistan, nadie se salva.

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